martes, 31 de agosto de 2010

El Horror de más allá de las Estrellas. Parte II

28 de Noviembre de 1928.

En algún lugar del pacífico.




Como supuse, esa noche fue sin duda, la peor noche jamás tenida. Tras varios tragos de alcohol, sudores fríos y paranoias, logre caer al amparo del sueñoo bajo la atenta mirada de la pequeña estatuilla. Qué iluso de mí.


Tuve un sueno aterrador, una pesadilla. La más real y macabra de entre todas las pesadillas.


Me hallé delante de una casa en lo alto de una colina. No distinguí el lugar exacto; pero se parecía a mi ahora añorado hogar. Sentí un temblor en mi pecho y sólo se oyó el silencio. Un silencio abismal.


Giré el pomo de la puerta y pasé dentro de aquella morada. Estaba abandonada. La humedad había hecho estragos considerables en las paredes otrora blancas. Un largo pasillo conducía a una puerta. Y a la derecha de esa puerta, una escalera que subían a la segunda planta. Pero sinceramente, la escalera me importaba poco. El temblor que golpeó mi pecho venía de detrás de esa puerta.


Lo sabía.


Cada paso que daba me unía de forma hipnótica a la sala tras la puerta. Sabía que mi sino me gritaba desde lo profundo de aquella habitación. Desde lo profundo. Lo profundo me llamaba. Tiraba de mi cuerpo, sujeto a aquella puerta, que paso a paso se hacia mía.


Otro temblor.


Mis ojos desencajados llegaron a tantear nervioso el pomo. Mis dedos cercaron su forma, y la hicieron gemir de dolor hasta acallar mi voluntad. Hundí mi mano en esa puerta y la abrí.


Otra habitación.


Tres ventanas arrojaban luz al centro de la sala, ahora profanada con mi presencia. Pero ahí me estaba esperando, impaciente, gritando en la eternidad por siempre. El ídolo robado estaba ahí, sin embargo, parecía haber alcanzado su forma real. Como un hombre y medio, se alzaba imponente en la madera encerrado: sobre cuatro piernas esperaba impaciente mi llegada, sus brazos pegados al cuerpo me exigían una excusa y con su boca abierta me negaba la salvación. Sin ojos y terminando la cabeza en lo que parecía una cola, me ordenó cerrar la puerta. Cuando me giré para acatar su ley, hallé a mi espalda a la señorita Hepbourn mirándome fijamente:


-Ïa, ïa, Shub-Niggurath. Lo Profundo llama a lo Profundo. Los planetas oscuros están alineados. Las estrellas ya no alumbran. Su designio ha de ser escuchado. Arrodíllate. Lo Oscuro llama. Él esta de camino. Él esta de camino –señaló entornando los ojos en blanco a la figura de mi espalda-. Él esta de camino, y el Caos Pestilente lo envía. Lo Profundo llama. Ïa, ïa Shub-Niggurath. ¡Ïa, ïa, Nyarlathothep!


Antes de que pudiera decirle nada, ante mis narices, la entornada señorita Hepbourn tomó la puerta y de un portazo cercenó el silencio de la casa.


Otro temblor.

Ahora negro. Todo negro. No veía nada. Ni mis propias manos. Ya no estaba en la casa. Frío. Sentía frío. Mucho frío. No podía hablar. Poco a poco empezaron a titilar varios puntos en el vacío. Luego comenzaron a multiplicarse por miles, y luego por millones. Y el punto más cercano que apareció allá a lo lejos, arrojaba la suficiente luz como para poder verme al completo.


Estaba en el espacio. Estaba flotando en la nada. El esplendor de los Abismos cósmicos me hacía parecer ínfimo. Poco a poco, en ese Abismo, comenzaron a aparecer planetas olvidados hacía evos, galaxias imposibles que salpicaban el tenebroso tapiz negro, cometas errantes de otras épocas que surcaban el vacío bajo mis pies y varias estrellas grotescas en fase tardía que terminaron la imagen esotérica que colmaba mi mente, desplazando a la nada cualquier indicio de razón lógica.


Entonces, el último temblor.


Una flauta retumbó en mis tímpanos. A mi espalda una roca oscura, que lentamente se apartaba dejando lugar al mensaje apoteósico que iría a sesgar mi cordura. La flauta anunciaba un mensaje olvidado de las profundidades cósmicas. El mensaje era un hedor. Un Hedor de Mas Allá de las Estrellas. Antiguo. Primigenio. Un olor tan burdo que escapaba a cualquier mente humana y que ahora no sabría describir.


Drogado por el hedor, mi mente y mi cuerpo tuvieron que presenciar el espectáculo macabro que desvelaba aquella roca a su paso.


Desde entonces nunca volveré a estar cuerdo y que la poca inocencia que algún día tuve, quedó engullida por aquellas formas heréticas que nadaban; decenas de formas grotescas del tamaño de planetas que deambulaban rítmicas al ritmo de la flauta que una de ellas tocaba. Herejía y locura. Lo Prohibido que desea supurar de su escondite.

Esas aberraciones nunca tuvieron un origen puro. Blasfemias contra el Orden Cósmico. Profanación. Mis ojos necesitaban explotar para no seguir contemplando los horrores de las Profundidades. Y grité.


Grité tanto que mi alma desgarrada salio de mí. Tanto que la flauta paro. Tanto que aquellas profanaciones colosales dejaron paso al Caos, y se apartaron de lo que rodeaban. Entonces fue cuando mi alma murió ante lo Olvidado Tras las Estrellas.





En ese momento lo vi.







Medio sudoroso y medio en trance me desperté ahogando un grito.


Estaba en mi camarote, magullado en el suelo del mismo. Entre sudores y babas, dirigi la mirada al reloj. Cerca de las tres de la tarde. Me aseé y lo primero que hice fue coger la estatuilla y ya en cubierta, la lancé a las profundidades de los océanos. Parecía burlona instantes antes de lanzarla.


Antes de volver al camarote de nuevo, una maldición del cielo cayó sobre mi “azaroso” cuerpo. Un dolor de cabeza y otro visceral se apoderaron de mí tanto, que en ocasiones, por el vaivén del crucero caí torpemente en el suelo provocando estruendo allá donde tropezaba.


Irrumpí en la enfermería y mostrando mi placa ordené sustancias opiáceas. Asustados, me las entregaron y corrieron a hablar con sus superiores pero ya no estaba yo allí para aguantarles. A trancas y barrancas llegué de nuevo al cuarto y tan pronto como cerré la puerta, ingerí los opiáceos para paliar los estigmáticos dolores.


Y eso me lleva al momento que escribo.


Esta tarde no saldré. No quiero apostar mas mi mala suerte, y prefiero drogarme y desinhibirme en lo que queda de día para olvidar lo dolido y soñado.


Esta historia no va a seguir mejores caminos.


Ojala pudiera salir de este maldito barco.


Dios, si me oyes, sálvame.


El efecto de los opiáceos creo que llega a su fin.


Será mejor que deje de escribir más por hoy.

lunes, 30 de agosto de 2010

El Horror de más allá de las Estrellas

27 de Noviembre de 1928.
En algún lugar del pacífico.

Gramola

Hacía ya una semana que zarpábamos de puerto indio, y por los pocos conocimientos sobre orientación que dispongo, y el creciente calor que desciende de lo alto cielo cada mediodía, nos aproximábamos más al ecuador. Mi investigación sobre el señor Thorn, Edward Thorn (y sus secuaces), apenas ha recibido un progreso mínimamente sustancial en todo este tiempo. Dada mi reputación, a esas alturas habría tirado la placa al océano con tal de no volver a la oficina. No me lo podía permitir. Pero, gracias a los astros no fue así.

Esta mañana, tras conversar con un irlandés en el castillo de popa fui a la varandilla a tomar el aire fresco. Y al cabo de unos instantes, apareció una mujer. Con creces, la más hermosa mujer que haya visto a lo largo de mis años. Bajo una tez dorada por el Lorenzo contrastaban dos brillantes ojos marrones, y tímidos y efímeros, dibujaban rizos varios gráciles mechones rubios que asomaban desde el claché color crema, a juego con un vestido de idéntico color.

Tal mujer no se encontraba ni en las más elitistas fiestas, ni como cantante, ni como anfitriona. Así que viendo un posible caso perdido con el señor Edward Thorn y sus colegas, decidí entablar conversación con la nueva reina de los mares.

Se mostró tal y como pensaba, una joven alegre y vivaracha, pero recatada y de buenos modales. Tras varias bromas, le pregunté por la estancia y compañía que presenciaba en el crucero. Sorprendentemente, era conocida del señor Thorn, con el que entablaba ciertas amistades y compartían ciertos gustos y negocios.

Vislumbré las puertas abiertas para acercarme más al señor Thorn y concluir pronto mi investigación sobre su persona. Sin más dilación, sugerí que me presentasen a sus amigos esa misma noche.  Cuando oyó mis palabras, se diluyó la aparente alegría con un rostro más serio. Mantuvimos unos minutos algo tensos. Creía que podría haberme descubierto. Cierto era que alguno de los compañeros de Thorn me habían visto paseando cerca suya y temía estar vigilado. Mas, cuando la señorita Hepbourn accedió alegremente, mis pensamientos de desvanecieron.

Quizás lo más extraño de aquella situación fuera que me pidiese una uña antes de despedirnos. Ante mi reacción, alegó en su defensa que los amigos del señor Thorn eran seguidores de ciertas tradiciones extravagantes que aprendían en aquellos lugares que visitaban, y dicha uña cortada representaba una serie de valores que ahora no me acuerdo. Como no estaba en condiciones de negarme, accedí. Extrajo de su pequeño bolso un cortauñas y procedió a quitarme una de ellas.

Pasada la hora del almuerzo y la del té, regresé a mi camarote para asearme. La cena, en una sala apartada, estaba a punto de dar comienzo. Yendo lo más arreglado que pude, me acerqué a recoger a la señorita Hepbourn a su camarote. Una vez juntos, me condujo a una soberbia sala con paredes decoradas con tótems, máscaras y cuadros que jamás haya visto, a cada cuál, más bizarro. Alguno alcanzaba el límite de lo grotesco. La mesa, regentada por el señor Thorn en un extremo, se completó con nuestra asistencia.

La velada, digamos, fue algo incómoda. Miradas hipnóticas y cuestiones hirientes me fueron puestas como primer plato, a pesar de la exquisita comida que degustábamos. Sin darle mucha importancia, intenté socavar alguna información remotamente útil, para no levantar sospecha alguna. Mis aires de incredulidad e ignorancia no pareció mellar en la actitud de aquellos hombres altos de mirada hendida y susurros conspiratorios. Me sentí observado desde aquél momento por unos ojos penetrantes. Sin párpados. Ojos de más allá de lo visible. Ojos que estaban allí y aquí. En las miradas fugaces de los compañeros de mesa. En los retratos. En las máscaras. En la ventana. En cada mordisco de carne. En ningún lado y en todos. Mirando.

Si Dios me hubiera escuchado en aquél momento...

No le dí importancia en ése entonces, y entre charla y bebida, charla y comida, me dejaron caer preguntas bastante surreales y teológicas cuyas respuestas fueron estudiadas a medida que las enunciaba. No comprendía el significado de aquéllas preguntas que traspasaban lo moral y en ocasiones lo comprensible.

De lo que pude entrever entre tanta pregunta sobre lo real y lo tangible, comentaban que en unos días, al volver a tomar tierra, iban a aprovechar para hacer una excursión en uan isla del arhipiélago al que ibamos a descansar.

Ésa iba a ser mi oportunidad de pillarles en acción. Llamaría a la centralita de operaciones para pedir refuerzos cuando llegásemos a tierra.

Tras la interminable cena, tomado el postre y levantados todos para darnos las manos agraeciendo en una lengua imposible  la cena, nos dispusimos  a desalojar la sala. Antes de ser el último en salir, me detube discreto a acercarme a una de las repisas de la sala. Estaba lleno de figuras extrañas. Ídolos macabros en posiciones antinaturales que parecían encarcelados en pieles de madera y marfil. Piedras negras brillantes. Huesos. Incluso la estatuilla más grande, una hecha en barro y "pensativa" aparentaba dar malos augurios. Aún así llamaban la atención.

No sé por qué lo hice, ni qué me llevó a hacerlo. De haberlo sabido, jamás hubiera entrado en esa sala y menos haberme detenido en aquella repisa. La cuestión es que cogí una estatuilla del tamaño de un meñique y me lo guardé. Dios maldiga mi curiosidad y halle en el descanso eterno, la redención de lo que hice.

Mientras los demás secuaces conversaban, desalojé tan rápido como pude la sala. Como cuando un niño pequeño roba, los sudores frios supuraban de mi nuca y mi bolsillo empezaba a arder. Aunque aquellos remilgados hombres no lo habían descubierto, como dije, tenía la sensación de que algo me observaba. A través de la ropa y de la carne. Dada mi extraña conducta, salí cuanto antes de la  sala para no levantar sospecha.

Ha sido un día muy extraño. A medida que me dirijía a mi habitación he oído pisadas que no eran de nadie, sonidos que tras girar la cabeza, eran propios del mar; voces difusas que en ocasiones eran de gramolas de otros camarotes y en otras no eran de nadie. Y charcos de agua. A medida que avanzaba, tras mis pasos encontraba pequeños rastros de agua. Cada vez más cercanos a mí.

Y miradas.

Siempre observado.

Desde la ventana de mi camarote dando al ahora negro mar sobre las lejanas estrellas o desde el ventanuco de mi puerta que daba al pasillo. Me tiembla la mano al escribir, y no puedo dejar ni dos segundos de lanzar una mirada hacia esas dos ventanas, en busca de sombras que mi mente cree que me atosigan y persiguen. Aunque a estas alturas de la noche, ni el alcohol acalla esos pensamientos, que rara vez consideran fantásticos ahora.

Incluso la estatuilla de boca abierta robada me produce fuego en los ojos y calores internos sólo con su presencia.

Las moscas vuelan torpemente y sus vuelos se convierten en susurros en mi oreja.

Rezo a todo Dios real e imaginario para que mañana salga el Sol.

Que alguien me salve, Dios misericordioso.

Esta noche pretende ser eterna.

sábado, 28 de agosto de 2010

Iniciativa 742. Fuego.

En ese instante, la casa del alcalde  pasó a ser, bajo un estruendo que provocó un temor confuso generalizado, pasto de las llamas tras la explosión producida por aquél impacto cinético. Los pocos soldados que quedaban en el pequeño pueblo colindante a aquéllas tierras baldías y malditas, miraron con temor al ente que se acababa de levantar entre el polvo y las llamas. Quizá fuera lo único que viesen antes de volver a ver el Sol. Algunos, de rodillas, imploraron redención a cualquier dios. Otros, esperaron, aprovechando el tenso momento que se respiraba en aquél asedio para ver el resultado de la frenética afrenta que había tenido lugar. Otros corrieron a buscar un sitio seguro. La situación se les estaba yendo de las manos. Las avanzadillas de trolls estaban a punto de tomar el pueblo, y si el enviado de la Iniciativa 742 no les podía detener, sería el principio del fin. Aunque bueno, para algunos, el fin estaba más cerca si...

- ¡Eh! ¡¡Tú!! ¡¡Inmundo bastardo!! - dijo, llevándose las manos a la cabeza mientras realizaba estúpidos aspavientos saturados de fantasmagórica valentía-. ¡¡Vas a llevarnos a la condenación y a la desolación eterna si sigues destruyendo nuestro pueblo como campo de afrentas!! ¿Qué preten...

Una figura tambaleante se erigió de entre el polvo y las llamas. A sus pies, un señor trol yacía carbonizado. Llévose el dorso de la mano por la frente, y desecho del sudor, apartó las gafas de soldador de los ojos hasta la raíz del cuero cabelludo. Buscó alguna herida de importancia en su torso magullado. Una costilla rota, pero no, no le causaba estupor. Se tanteó las piernas... nada, un rasguño. Los pantalones medio quemados, un siete;en el cinto había perdido una de sus bolsas; en los guantes de la Iniciativa seguían los depósitos de piedras intactos; y en la cara, una mosqueta. ¡Una mosqueta! La sangre rauda tiñió las encías del humano que relucieron apretadas, tanteando alguna muela rota. Había sido un choque tremendo. ¡Pero, por los dioses que tenía una mosqueta!

- ¡Maldisión! Otra jodida mosqueta. ¡Las odio, me tienen quemado!- Propinó una patada al señor trol, y acto seguido se tornó a buscar aquella voz que aún cesando el pitido de sus oídos, seguía implorándole y castigándole por "no hacer el trabajo bien hecho"-. ¡Está bien! ¿Qué diablos susede ansiano?

-¿Que qué sucede? ¿Qué qué sucede? ¡¡En vez de salvarnos de esta invasión trol, te dedicas a destruir nuestro pueblo!!

-¡Yo no he destruido ningún pueblo, viejo! ¡Yo sólo hago mi trabajo! ¡Que es acabar con todos esos trols! ¡Y lo estoy hasiendo lo mejor que puedo!

- ¡¡Por eso!! ¡Tu trabajo es destruir a esos trols sin exterminar al pueblo -recalcó la palabra exterminar-, que es lo que los trols quieren hacer! Con tus ataques has diezmando más hombres nuestros  que todos esas bestias en cooperación.

-¡Cállese! Ya sabe, viejo, daños colaterales...

En efecto. La última casa que quedaba en pie había sido la casa del alcalde. Sólo quedaba la estatua del centro del pueblo. Ni los avanzados sistemas de defensa, ni las catapultas, ni los centros de armas, ni las casas. Sólo restaba la estatua, y medio hospital (porque quedaba lejos del pueblo), y unos barracones en el corazón de un monte, pero éso no contaba.

Miró en derredor, y vió a los pocos soldados y al alcalde sosteniéndole la mirada al mago de fuego de la elitista Iniciativa 742. Así que, para tranquilizar el ambiente mientras los trols asimilaban rabiosos que su señor había muerto, levantó las manos a media altura, como si de un profeta reuniese orgulloso a su rebaño.

- Está bien, señores, no se me subleven -dijo con un deje de superioridad-, la situasión está completamente controlada, lo que he hecho antes ha sido pura diversión...

- ¿Controlada? ¿¿Que ha sido pura diversión?? ¡¡Será...!!

- Está bien, tengo poder sufisiente como para derrotarles ahora mismo, no se me alteren amigos.

En el momento que iba a tranquilizar a sus clientes, un proyectil férreo, quizás un yunque deformado y metralla, cayó del humeante y nublado cielo, cortando la confusión entre ambos ejércitos. Las órdenes del enemigo llegaban claras a los oídos humanos. El contrincante estaba ganando el pulso.

"Tengo la situasión controlada" Había dicho el taumaturgo. miró el depósito de Piedras de su guante de mago, y vió que tenía sólo tres piedras. No era suficiente. Ni en sueños. Tantos trolls para tan pocas piedras. Una mueca y una mano en la cabeza completaron el cuadro ante sus ojos. El asunto se tornaba cada vez más quemado, y tenía que pensar de la misma forma en la que bailaba en las afrentas. Como un rayo.

Entonces recordó, que aquél señor de la guerra al que había derrotado en un duelo mano a mano (acabado en el hogar del alcalde) era uno de los cabecillas que se disponían  a subyugar a los humanos. Bien era sabido que el cuerpo muerto de un trol significa una inyección de adrenalina que desembocaba en venganza inmediata en otros de su misma piel.

-Prepárense, amigos, esto va a arder. ¡¡Corran y escóndanse en los barracones!!

Agarró el cuerpo inanimado del señor Troll, sacó dos Piedras de Alma del guante y se las metió en la boca.

Se resintió el esófago.

Los grados empezaban a subir.

El taumaturgo se preparó la segunda piedra en la otra mano y se agachó a tomar impulso

Un humo denso se arremolinaba en los pies profetizando un rayo.


Volviose a colocar las gafas para el estallido y dedicó una mirada a la explanada polviza que se extendía en aquél valle, ahora reptante de troles y arquitectura de batalla.


Qué calor.


Sus fluidos empezaba a esfervescer.


Aparecieron los creciendes temblores en las piernas.



Y como todo desbocamiento anterior, comenzaría con el pitido de oídos que ahora mismo comenzaban a zumbar en los oídos del pirómano. Como una locomotora sin frenos. Como un caballo salvaje. Sólo que él ya no podía parar, no ahora, ni luego... La excitación era insoportable, la humareda se tornaba negra y los trolles empezaron a retoceder... ¡Una fila de fuego le abrazó la columna vertebral! ¡Ya no aguantaba más! ¡Era el momento de despegar!


Un estruendo como el causante de la destrucción de la última casa sucedió, y la humareda, aún cegada por el estallido, recordó deshacerse desvelando una estrella negra sin piromante alguno.


El relámpago en llamas dibujó a velocidad de vértigo una lanza cuya punta hiriente encontró refugio en el grueso de líneas enemigas.  Tras encontrar apoyo en los cuerpos impactados, se levantó sobre las carnes vivas de las barreras que lo habían frenado, y encarándose a lo largo de las filas, dándoles ahora el costado al piromante, forzó la energía de sus pies, se llevó la mano a la garganta y entre troles aún confusos por el primer estallido, se preparó para saltar. Más calor.


Despegó.


Entre los cuerpos que incineraba a su paso y otros troles, objetivos de disparos ingnífugos; el piromante, convulsionó en el aire. Demasiadas piedras en una misma tacada. Desbocándose, frenó derrumbando alrededor de una decena de troles torpes que no lograron verle venir entre sus compañeros antes de caer al suelo con el señor Trol. Como un gato, a cuatro patas se levantó. Arqueó la espalda en llamas, y desencajando la mandíbula, intentó vomitar algo. Los troles más avispados intentaron tomar ventaja para vengar a su señor.


Pero no.


Una tromba de fuego líquido emanó rugiente de la boca del taumaturgo.


 Otra explosión estalló en grueso de las líneas enemigas cuando apenas unos segundos estalló la primera. Quizás habría posibilad para el alcalde y los suyos, que al fin respiraban alentados al ver semejante berserker envuelto en llamas.


El miembro de la Iniciativa cogió al más que cadaver chamuscado tras la ola de fuego que incineró gran parte de la avanzadilla en todos los sentidos, y con la poca energía que le quedaba levantó el vuelo para colocarse lejos del poblado, en medio de la explanada tras las líneas enemigas, que comenzaron a rugir por no abandonar a sus hermanos de piel.

El piromante descendió  trastabillándose y chocando contra el polvo. Demasiadas piedras. A tientas se levantó mientras los oídos le chillaban y las llamas del cuerpo se disolvían.

Llévose el dorso de la mano por la frente, y desecho del sudor, apartó las gafas de soldador de los ojos hasta la raíz del cuero cabelludo. Buscó alguna herida de importancia en su torso magullado. Pero no, esta vez podía decirse que había salido airoso. Aunque la mosqueta no dejaba de brotar. Puñetera mosqueta.
Cuando levantó la mirada al frente y vió que los troles estaban encarados, decidió terminar de una vez por todas. Agarró lo que quedaba de cuerpo del señor trol y lo elevó para que se la visión no le fallase a nadie en medio del valle, y con un desafiante tono de voz, dictaminó con un plan de victoria que no iba a fallar:

-Está bien, troles asquerosos. ¡Ha llegado vuestra hora final! Vuestro señor Trol ha caído contra mí, y quiero que sepáis que ha sido muy fásil derrotar a éste saco de senisas...

Con la otra mano empezó a descomponer los restos que sorprendentemente se aferraban a más cenizas, antaño carne. Este insensato acto ennervió todo trol del valle, y eliminó todo sentimiento de miedo y temor que había logrado el piromante. Como bien había pasado por alto, un señor Trol para un súbdito es algo más importante que su padre. El pirómano no había elegido peor método para alejarlos del poblado. Los cuernos de guerra soplaron con tesón, y las bocas babearon de rabia de nuevo. De forma final y definitiva, marcharon contra el humano. Muchos contra uno.



Viendo un destino próximo no muy esperanzador, el piromante decidió usar su última piedra para intentar frenarles algo. Claro que, en el momento en que descubrió que no le quedaban más Piedras de Alma en los guantes, los ojos se le salieron de las órbitas.

- No, puede ser, maldisión, me quedaban cuatro, veamos: una, dos, para eso y otra para lo otro... ¡Mierda! Eran sólo tres Piedras... ¿Y ahora qué?

La mueca de desilusión no le importó a la manada de troles furiosos que precavidos fueron a rodear al mago.

- Necesito más energía, pero no tengo piedras; necesito más energía, pero no tengo piedras...

Mas en ése crucial instante, recordó que había una forma salvaje de conseguir energía. Aunque progresivamente letal, en más de un apuro le había salvado el pellejo, pero aún no había encontrado manera de controlarlo. Y viendo la gravedad del asunto que tenía entre manos, no le quedó otra. Lo sintió por el alcalde: ¡había hecho lo posible esta vez por no tocar su pueblo! No había más opción que soltar a la bestia.

- La única condisión, bicho del demonio, ¡es que no ataques a los barracones, bajo ningún consepto! ¿¡entendiste!? ¿¡ENTENDISTE!?

Ante la mirada atónita de los trols, una columna de humo  negro emanaba de la espalda arqueada del mago. El mago comenzaba a temblar sudoroso, exprimiendo cada músculo de su cuerpo en una lenta y macabra agonía. De vez en cuando, y con cierta asiduidad una serie de llamas saltaban fugazes, coninuándose en otras aún más grandes. El humo negro lo llenaba todo y poco a poco, el cuerpo del mago empezó a arder tras varios fogonazos insulsos.

Con tal aterradora visión, los troles flaquearon. La llama  nacida del cuerpo del mago, fuerte y tenebrosa rezumaba con violenca  más humo que a su vez escupía azufre y ascuas. y en lo alto un brillo. Un brillo salido del infierno.

Y entonces emergió de la prisión de carne, ahora sumergido en el fuego que conformaba aquella entidad aterradora.

Fuego y ascuas. Una garras afiladas brillantes rasgaron el humo como si de una cáscara se tratase y una faz asomó. Un felino de fuego. Un Puma del Infierno. Gigante y devastador durante un tiempo limitado,

y libre.



Cuando el Mago de la Iniciativa despertó, no quedaba trol que no fuera llevado a cenizas.

Ni la estatua del pueblo, claro.



Y viendo que los lugareños salieron de los barracones, quedó en el suelo exhausto.

Suficiente por hoy. Ya mañana tocará hablar de pagos y desperfectos.

jueves, 26 de agosto de 2010

Antes

- Está bien, ¿cómo fue tu cita, latin lover? Espera, ¡estás empapado! ¿Ha estado lloviendo?
- No, no ha estado lloviendo exactamente, no... Acabo de venir de la casa de Clara y necesito entrar...
- Anda pasa, pasa. Madre mía, estás chorreando tío. Siéntate ahí. Cuéntame, ¿qué pasó en tu gran noche? Aunque con esas pintas... ¡Mejor aún! ¡Cuéntame por qué estás mojado, seguro que va a ser muy divertido!
- Está bien... Estoy empapado porque he tenido que cruzar el jardín tuyo de atrás con los aspersores regando.
- Ah, vaya...
- Ya, bueno, ya lo sabes para la próxima vez. El caso es que antes de venir a tu casa  me he secado mientras venías, porque en el autobús no me dejaron entrar.
- Osea, que ya has estado mojado, ¿Qué diablos pasó antes?
- Verás, las personas que me mojaron antes fueron los padres de Clara. Y claro, fue mojarme y salir corriendo de esa casa...
- ¿Sólo con agua te quitaron de en medio?
- Hombre, y tanto, su padre había ido a por la pistola...
-¿Qué?
- Sí, tío. Me dijo lo típico, que "como vuelvas a acercarte a mi hija te juro que te..."
- Sabias palabras... Vale, vale, no me mires así.
- En fin. El caso es, que antes tuve que explicarles que ella y yo llevábamos seis meses juntos y que mantuvimos relaciones...
- ¿¡Se lo dijiste!?
- Tío, tuve que darle explicaciones... Sacaron un condón que usamos Clara y yo hace tres días.
- Y la familia más creyente del todo el pueblo se acabó enterando que la hija del favorito del "pastor" ya no es pura y casta ¡y que se lo ha montado con el más shungo der barrio, colegah!
- Se te olvida lo de que es el jefe de policía.
- Es verdad... Lo siento tío, vas a estar fichado de por vida. Deja que me ría. Bueno, ¿qué paso antes de eso?
- Antes... me descubrieron en el ajo.
- ¿Qué hiciste antes?
- Les rompí una ventana.
-¿¡Qué!?
- Sí, tío. Seguí tu consejo súper cursi de ir a tirarle una china a la ventana de Clara y decirle que la quería "más que a nada en el mundo" desde el jardín. Sólo que me pasé de fuerte.
- Y por eso salieron sus padres. ¿Tuviste antes la oportunidad de hablar con ella?
- Sí, antes de que se encerrase en su cuarto y me mandase a la mierda. Entonces fui al jardín...
- Espera, espera. Creo que esto lo sé, ¡verás tú qué risas! ¿A que le hiciste aquello que te dije que le hicieras en esos momentos? Jaaajajajaaa, espera, esp...
- Sí, le hice "éso" que sabes que no le gusta y que no sé en qué cojones estaría pensando para hacerlo, y no, al contrario de lo que tu decías, no le gusta.
- Ooops... creía que sí le gustaría que le hiciesen "éso" al menos es lo que me he enterado por ahí.
- No tienes ni idea, y yo, como un tonto haciéndote caso... Espera, ¿me das consejos sobre rumores que escuchas por ahí?
- Sí, ¡oye oye! que algunas funcionaron. ¿te acuerdas de aquélla vez que te dije de hacerle "éso otro"?
- Sí... eso fue muy divertido.
- ¿Y la "operación helicóptero"? Sirvió, ¿eh, pillín? Ése día seguro que triunfaste.
- No, eso no. Me pegó una patada ahí abajo. Delante de todas sus amigas. Fue por lo que rompimos.
- Bueno, bueno. El caso es que... no sirvió lo que te dije.
- Sí, y por tu culpa, me has chafado el intento de reconciliarme con Clara. Mira tío, estoy HARTO de que me digas lo que tengo que hacer con las mujeres, sólo porque hayas oído guarrerías del tío más salido de clase.
- A veces acierta, si supieras lo que ha dicho de Verónica qué quiere no se qué contigo...
-¡Cállate! Mira tío, me caes bien pero no pienso volver a escuchar algunas de tus ingeniosas estratagemas para que me vaya bien con algún ligue. Así que paso de tí y paso de Verónica... ¿Qué has dicho de Verónica?
- Que quiere tema contigo, y yo sé exactamente qué quiere...
- ¡Ah! antes de ir a casa de Clara, me encontré con Verónica, fíjate tú...

miércoles, 25 de agosto de 2010

El Rey Fauno

La tierra tiembla, está hendida.

Y los fantasmas supuran de lo más profundo del árbol.
Reptantes. Pestilentes.

...

Dentro del caos que Zaroaster tenía dentro de su mollera, logró percibir un atisbo en el húmedo aire de aquél bosque etéreo. Y decidió doblar su cintura para refrescar su olfato.

El Sol no llegaba a tocar el cada vez más fangoso suelo. Zaroaster lo hacía en su lugar.

En efecto. El aire desprendía un hedor extraño.

Quietud.
Niebla.
Silencio.

Siguió caminando. A cada paso que daba, hundíanse las botas en la pequña capa de fango, quizás porque el Rey Fauno llevase algo más que carne y sangre en su interior, quizás porque aquello que aquejaba a ése bosque aullante se encontraba cerca.

Nada. Ni su mandoble con runas hacía ruido al chocar con guijarros agonizando en el barro.

Entre los árboles, la niebla iba disipándose hacia un negro que emanaba de las cortezas, y orgulloso, acaparaba poco a poco las altas y muertas copas.

A lo lejos, un claro.

Levantó sus ojos entrecerrados y se apartó el mechó de su melena salvaje y rubia y se hizo una pequeña trenza en el cogote.

recogió su mandoble y volvió a caminar.

Un pájaro graznó y levantó el vuelo, seguido de la mirada entrecerrada de Zaroaster, que se perdió en el negro abismo.

Un aullido en el claro.

el Rey Fauno cercó la mirada con tranquilidad. Estaba cerca. El Gran Árbol Muerto se impuso, descubriéndose con una mágica reverencia tras avanzar unos pasos.

Quietud.

No dudó, agarró el mandoble élfico y lo lanzó pesadamente, describiendo una trayectoria fugaz que terminó con un sonido apagado. El mandoble pesado, hundido en el tronco, vibrando.

Nada.

Una mano cruzó la línea del fango con el aire hediondo, y deseosa, se apoyó en la superficie.

El suelo tembló.

Una figura blanca emergió del tronco, vacilante, con la cara ladeada y suspicaz.
-No encontrarás sino la sombra de tu conciencia. El ser al que persigues está aquí presente mas etéreo, deseoso de enloquecer tu mirada.

Pero Zaroaster siguió observando su espada.

-La tierra tiembla, está hendida. Y los fantasmas supuran de lo más profundo del árbol. Reptantes. Pestilentes.

Los susurros del ser blanco calaron en el oido del Rey Fauno. Sonrió. "Enloquecer. Dichosa blanca mancha. La locura es la real naturaleza de mi ser, necio"dijose.

Del suelo salió el tercer cuerpo de fango, carne y dientes. Y el primero ya iba a por él.

La capa de Zaroaster dibujó un crículo en el cielo al ser arrojada hacia el demonio, cayendo en sus fauces. El Rey Fauno sin dudar, saltó hacia la cosa, rodando y hundiendo su codo en el plexo solar de la criatura, noqueándola.

Rodeó el claro ante la atenta mirada del sér etéreo, ladeado, y de un salto alcanzó el mango de la espada con las manos.

Balanceándose, consiguió subirse a la espada y observar el claro desde arriba. La segunda criatura, expectante, rompió el sonido con un aullido ronco, y reptó hacia el tronco del Árbol Muerto.

Zaroaster colocó sus piernas en el tronco y se impulsó, liberando la espada, quedando en el aire. Haciendo honor a su enemigo, cayó pesadamente, y antes de caer en el enemigo, precipitó su espada contra la serpiente de carne.

Pero no sufrió daño alguno, pues con la misma inercia rodó, agarró su espada y la volvió a lanzar contra el tercer ser que osaba mantenerse en pie.

La espada sesgó la vida y "cabeza" del demonio, desapareciendo en el fango sumergido en la niebla que cubría buena parte de la bota del Rey.

El ser etéreo miraba.

Zaroaster, le devolvió la mirada y encauzó su cuerpo a recoger su mandoble en el lodo.

Quietud.

Mas cuando estaba a punto de recoger su arma, su camisa recibió un lance del primer demonio, repuesto del noqueo, acechante en el lodo.

Zaroaster hundió la cara del demonio con una patada, ahogándole en su propia pestilencia, y ensartando su espada en su joroba, para no ver más que el negro olor del lodo.

Sangre en el costado.

El fantasma dibujó una sonrisa.

"Enloquecer"...

Removió la cabeza. Sacudió su cuerpo. Sus pupilas no tardaron en dilatarse. ¡Él era el que estaba loco!

Arrancándose la camisa, dejó ver su cuerpo cruzado en tinta verde. Curvas y triskeles , ahoras manchadas por una pantalla roja, comenzarón a brillar.

El Fantasma se desvaneció para aparecer en la espalda del Rey Fauno, con una daga espectral, para lleváselo al terreno abisal. La daga, rauda, intentó cruzar la carne, pero queó la mano del Fantasma. El tatuaje no lo permitiría. Para eso él era el Druida.

Con un codazo, separó al Fantasma de sí. Iracundo, agarró el mandoble, ahora brilante y giró, para separar el cuerpo etéreo en dos.

Un chillido ensordecedor salió de la boca del Fantasma, y todo el Negro del bosque huyó frenéticamente por su boca, para no volver más.

Con un estruendo, Zaroaster retrocedió dos pasos.

y como si nada hubiera pasado, el Sol, inundó en una fracción de segundo, el profundo bosque.

Zaroaster se colocó el yelmo del Rey y continuó su camino, en busca de un río en el que sanar sus heridas.

martes, 24 de agosto de 2010

Hellboy. La Leyenda de la Llorona. (Fanfiction)

Asturias, España. 1950.

- Verás Hellboy, corren tiempos difíciles en este país, y este pueblo necesita tu ayuda en estos años tan oscuros. Corren los rumores de que algo malo ocurre en el bosque.
- ¿Alguna bestia o vampiro?
- No exactamente. Verás. Se trata de la Llorona...

"Cuenta la leyenda que una bella Xana vivía tranquíla en un manantial en lo alto del bosque. La Xana cantaba y se peinaba su dorada melena con un peine dorado, y todos los años, bajaba en la noche de San Juan para ganarse el corazón de algún hombre descuidado.


Hace cinco años, soldados del régimen interrumpieron nuestra celebración de la noche de San Juan. La Xana sintió que aquellos extraños se iban a aprovechar de la buena gente del lugar y escapó con su amado a lo más profundo del bosque.


Cuando los soldados vieron que faltaba el enamorado, hicieron una partida de búsqueda para matarlo, alegándo las prácticas de brujería que iba a usar contra el dictador.


En lo profundo del bosque, cuando los enamorados estaban escondidos, los soldados le llamaron por su nombre y confundieron al joven. El joven, creyendo que serían sus compañeros, se encontró a los soldados que sin más le fusilaron.


La Xana, dolida, salió a su encuentro y hállose con los soldados. El capitán de la partida la agarró y la violó. Antes de ser fusilada, la Xana desató su ira enloqueciendo y deformándose, y llamando a su odiado custodiador la Culébre, acabaron con los soldados del régimen. 

Pero ya era demasiado tarde. Aquella Xana ya sólo sollozaba de dolor para siempre y desde entonces no distingue amigo de enemigo, y su Culébre ataca a vecinos y ganado."

-Hellboy, eres el único que puede detenerla.
- Ya veo...
- Antes de que te marches... ¿Nos ayudarás a esta pobre anciana y a su pueblo del régimen? El pueblo se muere de hambre...
- Hablaré con mis superiores...




En lo más profundo del Bosque se encendió el penúltimo cigarrillo.

- Veamos, la vieja dijo que "el llanto de la Llorona..." ¿Cómo diablos era? Ehm... "En el bosque profundo, ya no sale agua del manantial moribundo, sólo reptan llantos y lágrimas, ahora iracundos..."

En ése momento los búhos y aves nocturnas levantaron el vuelo. Empezó a ulular el viento. y la maleza comenzó a moverse.

- ¡Qué cojones... ! Si no hace viento... Espera. Ese sonido no es del aire...

Casi al instante el sollozo se detuvo, y en la oscuridad de la noche, lo único que rasgaba el silencio eran el crujir de las ramas y arbustos. Sacando el revólver de la funda, y elevando la antorcha para ver mejor, vociferó:

-Sal de donde quiera que estés, ¡niñata del infierno!

Alrededor del hombre rojo en la noche azul, el llanto se oía bastante claro, pero no parecía tener un origen exacto.

- No me hagas perder el tiempo.

Avanzó unos pasos hacia delante y otros hacia los lados, dibujando figuras inconclusas de fuego en la noche. Y supo que estaba realmente cerca, y que vendría acompañada.

Entonces, la Llorona, gritó.

Gritó tan agudo que le pitaron los oídos al grandullón, que llevándose las manos a las orejas, no vió llegar a la Xana  por un lateral, con las zarpas podridas extendidas.

Hellboy cayó de lado, y el arañazo le sesgó gabardina y piel, brotándole una hilera de sangre que manchaba su ropa. Con la mano de piedra, envió un derechazo a la cara de la Llorona que salió despedida hacia atrás, ahogando un aullido.

-¡Blegh! ¿Qué diantres es esto? ¿Lágrim..? ¡Ahh!


 Un cuerpo alargado y serpenteante agarró a Hellboy por la cintura y lo lanzó contra los árboles, rompiendo algunas ramas con un sonido sordo. Allí estaba la Culébre, pero no podía verla. Entre un golpe y otro, la antorcha había salido volando y ahora estaba apagada.  Hellboy se llevó la Mano del Destino manchada a la nariz y un fuerte olor familiar le sacudió las ideas. Pero la Culébre estaba atacando de nuevo...

- No veo una mierda...

El cuerpo del reptil volvió a rodear al muchacho, y de la cabeza de la bestia relucieron todos los dientes, directos hacia el torso de Hellboy, que con mucha suerte fueron a dar en el otro costado.

- Hijo de...


Con las dos manos le abrió las fauces al animal, y con una rama sorprendió a la bestia inmovilizándole las fauces.


El animal retrocedió varios metros, confuso y desorientado, y la Llorona  fue en su auxilio.


- Joder, con las víboras estas... -aprovechó la situacióny se dispuso a tantear objetos en sus bolsillos. Una vez listo, sonrió-. ¡Eh! ¡Venid aquí, tengo un remedio rural para vuestras lágrimas iracundas!


Cortada la rama, la Llorona y la Culébre le miraron, aullaron y se lanzaron a por él. la Llorona, más veloz se dispuso ante la Culebra, con las zarpas encendidas y los ojos inyectados en lágrimas.


TCHASSSSS...


Un rayo de fuego salió de una cerilla y fue a inundar la Mano del Destino en llamas.
Sin más, lanzó un derechazo con esa mano de piedra roja, ahora incandescente, y agarró a la Llorona  por la mollera.


BLAM!

un segundo estallido de fuego, contagiada de lágrimas negras a toda una cara sollozante, que prendió como madera seca en verano.


Tanto estallido de luz momentáneo cegó tanto a Hellboy como a la Culébre, pero para la Culébre era demasiado tarde, no podía parar, y estaba tan pegado a la Llorona, que  justo después del estallido blanco de luz, un resplandor rojo de humeantes brasas vivas asomaban por la garganta de la Culébre, zanjada por la derecha de Hellboy, algo exaltado, ante tales hechos.


Con un movimiento de mano,  se deshizo del cadáver carbonizado de la serpiente, y  con otro, lanzó el cuerpo quemado de la Llorona.






Arréglose la ropa, y con el último nuevo cigarro en boca emprendió, sangrando, el camino de regreso al pueblo.


FIN

lunes, 23 de agosto de 2010

Al-Azif

música de fondo, comenzar en 0:46

Jaime cerró la puerta, tiró las llaves y abandonó la mochila en la entrada.
Aún mojado por la lluvia, fue a sentarse en el sofá, preparado para leer aquél libro que el anticuario le había casi regalado con extraña ansiedad disimulada.
Levantó la mirada y vió la hora, que señalaban cerca de las diez.

"Al-Azif..." leyó.

Un grillo se hizo notar al tocar la cubierta del libro. Desvió la mirada extrañado, pues no era verano.

Abrió el libro y pasó las primeras páginas, llenas de garabatos que discretamente, parecían rasgar el papel y advertir al joven.

Otro grillo intensificó al primero. Jaime, asqueado, buscó con la mirada el origen del grillar, pero hizo caso omiso. El libro era más sugerente.

Y se detuvo en la primera página con signos leíbles. Si de algo le servía la Universidad era por el latín. Pero ése latín no era tan legible como creyó.

Sostuvo la mirada y el pensamiento tanto, que poco a poco, empezó a descrifrar aquél extraño lenguaje entre tanto grillo:

"Que no todo lo que yace está muerto..."

Los grillos, chirriantes, susurraban al oído de Jaime, haciéndole levantar, y sin quitarle un ojo al libro, hizo aspavientos para acallar la voluntad de los insectos, mientras susurraba palabras vacías. Miró la hora, sin reparar que eran las nueve menos diez.

"Da igual, a ver qué sigue..." Lo sudores fríos rezumaban de su espalda a ritmo de los grillos que cada vez emanaban de más allá de la oscuridad, uniéndose al jolgorio del desierto mental que se estaba creando en la mente de Jaime...

"e incluso con los extraños evos..."

Las pupilas se le dilataron. El reloj marcaba, sin él darse cuenta, las ocho y cuarenta y dos. Con un hilo de baba colgando de los labios, los grillos poblaron el desierto que su mente fue originando. El sonido era tan fuerte que le parecía algo ajeno. Tenía que terminar la frase que comenzaba el libro...

Estaba cerca de poder leer las letras que se le descubrían, pero no podía verlas bien. Los grillos, a pesar del ruido, estaban lejos, pero ya, a pocos centímetros del papel, flaqueó, entornó los ojos, y devorado por el sonido de los insectos, devorado por los demonios, entonó el cántico que le cerró al abismo de la locura:

- Incluso la muerte puede morir.

Un grito rasgado despertó del libro, y un despertar espectral emergió trayendo un hedor de más allá de las estrellas...

El último lugar en la Tierra

Y al fin llegó al fin del mundo.

Aparcó a un lado de la carretera tras horas de trayecto. Pero no apagó el motor. Ahora comenzaba a sonar la última canción en la Tierra, y no quería perdérsela.

Radiocassette

Salió del coche encendido y bajó la ventanilla  y encendió un pitillo como el último caramelo de su vida.

Qué amargo.

Tosió.

El pulso le temblaba.

Indeciso, le pegó varias caladas seguidas.

Miró a su alrdedor, y creyó haberle oído.

El radiocassette no dejaba de sonar en aquellas praderas de roca y marrón que emergían de la carretera. Como levantando el vuelo. Como escapando de la carretera.

Esas praderas ascendían tanto de un lado de la carretera como de la otra, que pasaban a ser faldas de montañas en el horizonte, lo suficientemente elevadas como para hacerle sentir indefenso e ínfimo.

Todos tenemos un Fin del Mundo, más o menos acogedor. Más o menos bonito. Pero aunque sea el único lugar en el mundo donde nadie te pueda encontrar, hay Fuerzas que pueden cruzar ese santuario.

La canción llegaba a su fin, y el viento empezaba a soplar.

Tiró el cigarrillo, y se sentó en el capó del coche.

Nunca debió haber cruzado la línea. El umbral que su amigo y él habían cruzado no agradó demasiado al otro lado.

Y eso que su amigo estaba loco de remate. Y cuando más lo pensaba, más razón tenía. Quizás por eso le decían que era el "Demonio".

Pero no, si realmente fuera así habría aguantado más en ese momento. Qué imbécil. Mira que pronunciar esas palabras y durar tan poco.

-Yo he visto al Demonio, y no se parecía en nada a tí.

Pero ya daba igual. El viento comentó a soplar aún más fuerte y el radiocassette paró.

Y lo que tenía que pasar, pasó.

Proyecto Gaia (Cthulhutech)

Año 2085.
Innsmouth, Massachusetts.

- ¡Eh! Chaval, quiero que te limpies la cara y mires a ver quién está llamando a la puerta del taller. Si es Josh, dile que se vaya a la mierda, ¡que no me venga con deudas! Ya estoy harto de sus sandeces. Vamos, chinito, por el amor de Dios, ¡si estás lleno de grasa!
El joven se quitó los cascos de su reproductor de música, salió de debajo del autodeslizador, que más que un autodeslizador parecía un arcaico automóvil de combustión. Desde que se idearon los nuevos sistemas energéticos S2, habían sustituído los automóviles por autodeslizadores, que realmente, no distaban de un automóvil. Alejando con un ademán al obeso su jefe, se llevó un trapo a la cara, y se quitó el pañuelo de la cabeza que sostenía su melena negra.
- ¡A ver cuando se entera que no soy chino, crecí aquí, pero a usted éso no le importa!
- Como vayas por ahí te vas a quedar sin sueldo. Me da igual que te parezcas a un japo o a un chino, todos sois iguales, joder...

El joven hizo caso omiso de las estupideces del viejo Smith. Para el viejo Smith, el taller era lo único que le quedaba después de servir al ejército del Nuevo Gobierno Terrestre contra la constante invasión Mi-Go. Pero eso es otra historia que ahora le causaba más bien poca espectación.

Una vez llegado a la puerta automática del taller, abrió el videotelefonillo, y extrañado vió a dos hombres de negro.

Nada bueno podría significar aquello.

-¿Quién es?
- Disculpe, somos de la Agencia de Inmigración de Massachusetts, ¿sería tan amable de dejarnos pasar?

El mecánico abrió la puerta, y los hombres no dudaron en entrar.
-¿Es usted el señor Okazaki? ¿Hikumo Okazaki?
- Sí, soy yo.
El viejo Smith se asomó desde una esquina y atónito, disparó temeroso de ser "descubierto":
-¿Qué quieren?
-Sólo hablar con el señor Okazaki- Y dirijiéndose a Hikumo, se dispuso a continuar-. ¿Sería tan amable de acompañarnos a la agencia? Tenemos problemas con los documentos que establecen  su nacionalidad norteamericana.
-Mis papeles están en orden, creo que se equivocan de persona. Todo el mundo sabe que soy de aquí. Crecí aquí.
- Pero no nació aquí, señor Okazaki. Por favor, resolvamos esto en un lugar apropiado. Le ruego que nos acompañe.
Hikumo miró a viejo Smith. Smith no quería problemas. Y su silencio ordenaba a Hikumo que se librase de "esos tipos" aunque tuviera que irse con ellos. No quedaba otra. "Qué hijo de puta", pensó. Tras una pausa, masculló:
- Está bien. Me cambio y ahora salgo.

Mientras Hikumo se cambiaba y se aseaba tan rápido como podía, mantenía el silencio, esperando escuchar alguna palabra de ayuda de su jefe, que aún inútil resultase, pudiera demostrar algún afecto hacia su único trabajador.

Pero no.Ni una palabra.

Salió dando un portazo, y ahí estaba su jefe, callado como un crío, rezando a los dioses por si aquellos hombres de negros realmente estaban por el chico o si era una excusa para cogerle y llevarle al talego por evasión de impuestos. En esos días, la presencia de un hombre negro podía significar cualquier cosa mala: desde reclutarte para la guerra hasta para meterte un puro que jamás habrías hecho. Sí, eran corruptos. Total, casi la población humana está destruida y la que queda está luchando contra esos alienígenas. Nadie se iba a enterar si te roban por acuerdos "legales" tus ahorros para subsistir.

Pero obviamente no iban a por el viejo, ya no le quedaba nada en su cuenta (y su pecado era lo que le daba de comer), de hecho, ya era la tercera vez que le robaban en la semana. Pero no quitaba que fuese un cerdo cobarde que le dejaba con el culo al aire. Egoísta de mierda. Ni le miró.

Salió afuera, y estaba nublado, como siempre. La pareja le abrió la puerta a un autodeslizador negro, que encendido, esperaba.

Hikumo miró a su izquierda y a su derecha. No había nadie en la calle. Ni los pájaros piaban en los tres árboles pelados que quedaban en el parque de entrente, junto al mar.

Desganado, se metió. Cerrada la puerta del auto, inició su ruta.

La ventana sólo mostraba  calles sucias con periódicos yacentes en las aceras, y algún que otro auto mal aparcado. No había nadie en la calle, y si lo había, era algún tullido, que en trance esperaba redención bajo cualquier alegre y colorida publicidad animada.

Pero era lo que había. El Nuevo Gobierno de la Tierra, de propósitos puros, justos, alentadores y unificadores estaba lleno de garrapatas si salías de sus edificios, que prometían defender los mismos valores, sólo que algo tergiversados. Había dos opciones, o morir en la guerra contra esos insectos de Neptuno, los Mi-Go, o malvivir con la pistola tras la gabardina. Pero había personas buenas, claro, que en las pocas cuidades legales de la Tierra, y daba el caso que Massachusetts no era la más pura y casta.

Dejado Innsmouth, llegaron a la autopista, y continuaron el camino que siempre había que tomar para la cuidad.

Los grandes anuncios que el NGT desplegaba a lo largo de las autopistas dejaban mucho que desear. Pecaban de demasiado ingenuas al pensar que al publicar fotos de tropas felices y unidas iban a captar más público...

- Esperen, por aquí no se llega a Massachusetts, luego dirán que no soy de aquí...
- Siento decirte joven que no vamos a Massachusets. Tranquílizate, Nueva York queda a cuatro horas de aquí.
- ¿¡Qué!? ¿¡A dónde cojones me llevan!?
- Eh, eh, no te preocupes, el NGT te necesita. Vas la pieza clave fundamental de un proyecto. Un proyecto secreto. Digamos que tienes ciertas cualidades que nos interesan mucho. No vamos a hacerte daño. Sólo queremos darte una oportunidad a tí a los tuyos, y estás en buenas manos...
-¿¡ De qué cojones estáis hablando!? ¡Quiero salir de aquí!
Hikumo goleó el metacrilato que lo separaba de la pareja de hombres.
-¡Cálmate!- bociferó el conductor, y mirando con desgana al asustado, le confesó al compañero-. No me gusta se las den de chulitos estos fantasmas. Ponle éso.

Se veía que el chófer no era de los que le gusta hablar. El más comunicativo no dudó, y apretó el botón, sumiendo  la fría cabina de Hikumo en una relajada y mullida suite donde poco a poco llegó la calma
-¿Fantasm... a?

Esa era la última vez que Hikumo estaría en  Innsmouth. Lo que no sabía, era que lo que le esperaba en Nueva York, desafiaría los límites de su conciencia y humanidad, de lo sensible y de lo que escapaba a las sensaciones. Pero era sólo el principio. Aún quedaba mucho para llegar a Nueva York
-Geralt, pon música anda.

Un mito africano sobre las ranas

     En una época en el que el agua escaseaba. Hombre pasó un tiempo pensando y se dio cuenta de que, en esas condiciones, acabaría muriendo y no se volvería a levantar. Así que Hombre envió a Perro para que le preguntara a Dios si volvería a renacer, como las flores de temporada, tras la muerte.

"No sólo el gato negro da mala suerte"
     Perro emprendió la marcha siguiendo el rastro de Dios. Pronto le distrajo el aroma de una sopa y se dejó guiar por su hambre hasta el lugar de donde proveníoa tan delicioso olor. Con tumbarse alli al lado, mirándola hervir. Perro era feliz, así que olvidó su mision.

     Viendo que Perro se había perdido, Rana decidió encargarse él mismo de ir a ver a Dios y decirle que Hombre no quería volver a vivir. Si Hombre renacía, pensó Rana, seguro que encenagaría los ríos y destruiría el lugar de cría de las ranas.

     Por fin, Perro llegó ante Dios para comunicarle el mensaje de Hombre. Tumbado, cantó suavemente entrelazada con su aullido la petición de Hombre de renacer. Dios quedó emocionado por la devocion de Perro por Hombre.

     Pero le concedió su deseo a Rana, porque había llegado antes.






Aunque sea el primer relato con el que inauguro el blog, he de decir que no es mío, sino que es una historia que siempre me gustó al enseñar que también las ranas traen malos augurios, junto con los gatos negros y serpientes.