Los campos de trigo infinito que llueven al lado de los dos olivos.
La media luna escondida con sabor a mar.
La seda que cubre suave el contorno del universo, dotándolo de forma y color.
La enormidad del tesoro en la playas apiladas sin arena ni mar.
Ese tesoro a la vista de unos pocos que nunca quisieron ver más allá de sí mismos.
Ese mismo tesoro que para uno que huele a verano es la cueva inmensa de Alí Babá dentro de una lámpara de carne.
Ése, que brilla como lo hace una moneda en el fondo de un estanque esperando a ser recogido.
Una moneda a cambio de una eternidad.
Es un trato justo.