viernes, 15 de diciembre de 2017

Borrador de carta sin firmar de Eduardo Daponte a Aurora de Nedea.

Me ha llegado a mis oídos que ya no estás en la Casa de los Geranios de la calle de los Todescos. Me embarga una tristeza el saber ahora que no voy a poder verte abriendo abruptamente las ventanas al pasar por debajo de tu casa, ni oír tu voz invitándome abiertamente a entrar, a expensas de lo que puedan pensar los vecinos y otros nobles; a tomar una jarra de vino. Verte mover esas manos con tal efusividad y esa sonrisa tan poco disimulada al saludarme me congratula.

Es difícil hoy en día saber que ocupo en tu corazón un hueco seguro y cálido, y te tuteo con una tranquilidad infinita porque sé que me he ganado tu confianza y tu cariño de manera infinita. Apostillo que es difícil porque en esta ciudad es harto ingrato el trato que recibe uno cuando ve torcida la confianza y contigo tengo esa sensación en la que puedo apostar mi corazón y mi mollera y dejarla en tus manos a fe ciega. A expensas de lo que puedas hacer con ellos las más burdas fechorías.

Y sin embargo, sé que puedo encontrar cobijo y consuelo en tus palabras. En tus gestos. En tu mirada. En esos ojos tan claros y tan vibrantes como el cielo del mediodía. En ese verano que inunda tu rostro y esa gracia maldita que esconde tu silueta. Ese temperamento tempestuoso que no sabe esconder un sentimiento bueno y menos uno malo. Ese temperamento que hizo en mis noches compañía y de la lluvia mi bálsamo cuando estaba alejado en las guerras del rey a través de cada una de tus cartas.

Aurora, me pregunto dónde estás ahora. Mis siervos han preguntado a los tuyos y no dan con un motivo de esta partida tuya tan repentina. Aurora, si me lees, por favor, reúnete conmigo en la fuente de la medianoche en el parque de los naranjos a la espalda del convento de Miraflores. Necesito decirte algo bajo el azahar. Algo que no puedo escribir en carta y que llevo tiempo macerando en mi testa.

Espero que estés donde estés, estés a salvo. Tengo la seguridad que tu habilidad con el acero son de los naipes más altos que tienes, pero mantente alerta; que las paredes hablan y las estatuas escuchan, ladinas.

Tuyo,
Eduardo.

viernes, 8 de diciembre de 2017

La gran pérdida.

He llegado a uno de los puntos más oscuros de mi estancia en Reino Unido. Y nunca pensé que llegaría. Me he visto acorralado y muy solo. Con gente con quien comentar, pero no con quien confesar.

Y es que me siento terriblemente minúsculo. A pesar de que lo peor ha pasado. Siento que no sé nada, y que todos saben más que yo. Lo que me ha inflado ha sido la psicóloga y que haya venido mi madre. Porque es que te lo juro que me estaba hundiendo. Pero en lo más bajo.

He esquivado el peligro. No lo he afrentado pero porque no estoy preparado. No ahora. No sólo. Soy realista, no era algo que podía ganar. Pero me sabe a traición hacia mí mismo que tuviera que dejarlo. Porque o era eso o me perdía en esa escalera resbaladiza de tan cortos escalones. Ahora veo que el lobo se ha desvanecido, pero su sombra sigue acechando a la mía. Y esa sombra no sólo ha llegado a la mía sino adentro de mi. Contaminando lo que ya estaba contaminado. Asentándose en un trono al que no le pertenece.

Si tengo suerte me mandan a donde yo quiero. Porque algo de suerte tengo que haber tenido. Que aún no es cierta, pero de ser así tendría otra oportunidad. Otra oportunidad. Otra oportunidad con estas vestimentas. Y sin un duro.

Estoy nervioso. Menos que hace quince días, pero muy nervioso. Lo peor es que aún no sigo siendo yo. Sigo siendo un reflejo torcido de lo que realmente soy. No me reconozco. Y dudo tanto de mí mismo que no soy capaz de mirar más allá de lo que alcanza mi mano porque me tiembla. No me reconozco y eso ha sido la gran pérdida.