sábado, 28 de agosto de 2010

Iniciativa 742. Fuego.

En ese instante, la casa del alcalde  pasó a ser, bajo un estruendo que provocó un temor confuso generalizado, pasto de las llamas tras la explosión producida por aquél impacto cinético. Los pocos soldados que quedaban en el pequeño pueblo colindante a aquéllas tierras baldías y malditas, miraron con temor al ente que se acababa de levantar entre el polvo y las llamas. Quizá fuera lo único que viesen antes de volver a ver el Sol. Algunos, de rodillas, imploraron redención a cualquier dios. Otros, esperaron, aprovechando el tenso momento que se respiraba en aquél asedio para ver el resultado de la frenética afrenta que había tenido lugar. Otros corrieron a buscar un sitio seguro. La situación se les estaba yendo de las manos. Las avanzadillas de trolls estaban a punto de tomar el pueblo, y si el enviado de la Iniciativa 742 no les podía detener, sería el principio del fin. Aunque bueno, para algunos, el fin estaba más cerca si...

- ¡Eh! ¡¡Tú!! ¡¡Inmundo bastardo!! - dijo, llevándose las manos a la cabeza mientras realizaba estúpidos aspavientos saturados de fantasmagórica valentía-. ¡¡Vas a llevarnos a la condenación y a la desolación eterna si sigues destruyendo nuestro pueblo como campo de afrentas!! ¿Qué preten...

Una figura tambaleante se erigió de entre el polvo y las llamas. A sus pies, un señor trol yacía carbonizado. Llévose el dorso de la mano por la frente, y desecho del sudor, apartó las gafas de soldador de los ojos hasta la raíz del cuero cabelludo. Buscó alguna herida de importancia en su torso magullado. Una costilla rota, pero no, no le causaba estupor. Se tanteó las piernas... nada, un rasguño. Los pantalones medio quemados, un siete;en el cinto había perdido una de sus bolsas; en los guantes de la Iniciativa seguían los depósitos de piedras intactos; y en la cara, una mosqueta. ¡Una mosqueta! La sangre rauda tiñió las encías del humano que relucieron apretadas, tanteando alguna muela rota. Había sido un choque tremendo. ¡Pero, por los dioses que tenía una mosqueta!

- ¡Maldisión! Otra jodida mosqueta. ¡Las odio, me tienen quemado!- Propinó una patada al señor trol, y acto seguido se tornó a buscar aquella voz que aún cesando el pitido de sus oídos, seguía implorándole y castigándole por "no hacer el trabajo bien hecho"-. ¡Está bien! ¿Qué diablos susede ansiano?

-¿Que qué sucede? ¿Qué qué sucede? ¡¡En vez de salvarnos de esta invasión trol, te dedicas a destruir nuestro pueblo!!

-¡Yo no he destruido ningún pueblo, viejo! ¡Yo sólo hago mi trabajo! ¡Que es acabar con todos esos trols! ¡Y lo estoy hasiendo lo mejor que puedo!

- ¡¡Por eso!! ¡Tu trabajo es destruir a esos trols sin exterminar al pueblo -recalcó la palabra exterminar-, que es lo que los trols quieren hacer! Con tus ataques has diezmando más hombres nuestros  que todos esas bestias en cooperación.

-¡Cállese! Ya sabe, viejo, daños colaterales...

En efecto. La última casa que quedaba en pie había sido la casa del alcalde. Sólo quedaba la estatua del centro del pueblo. Ni los avanzados sistemas de defensa, ni las catapultas, ni los centros de armas, ni las casas. Sólo restaba la estatua, y medio hospital (porque quedaba lejos del pueblo), y unos barracones en el corazón de un monte, pero éso no contaba.

Miró en derredor, y vió a los pocos soldados y al alcalde sosteniéndole la mirada al mago de fuego de la elitista Iniciativa 742. Así que, para tranquilizar el ambiente mientras los trols asimilaban rabiosos que su señor había muerto, levantó las manos a media altura, como si de un profeta reuniese orgulloso a su rebaño.

- Está bien, señores, no se me subleven -dijo con un deje de superioridad-, la situasión está completamente controlada, lo que he hecho antes ha sido pura diversión...

- ¿Controlada? ¿¿Que ha sido pura diversión?? ¡¡Será...!!

- Está bien, tengo poder sufisiente como para derrotarles ahora mismo, no se me alteren amigos.

En el momento que iba a tranquilizar a sus clientes, un proyectil férreo, quizás un yunque deformado y metralla, cayó del humeante y nublado cielo, cortando la confusión entre ambos ejércitos. Las órdenes del enemigo llegaban claras a los oídos humanos. El contrincante estaba ganando el pulso.

"Tengo la situasión controlada" Había dicho el taumaturgo. miró el depósito de Piedras de su guante de mago, y vió que tenía sólo tres piedras. No era suficiente. Ni en sueños. Tantos trolls para tan pocas piedras. Una mueca y una mano en la cabeza completaron el cuadro ante sus ojos. El asunto se tornaba cada vez más quemado, y tenía que pensar de la misma forma en la que bailaba en las afrentas. Como un rayo.

Entonces recordó, que aquél señor de la guerra al que había derrotado en un duelo mano a mano (acabado en el hogar del alcalde) era uno de los cabecillas que se disponían  a subyugar a los humanos. Bien era sabido que el cuerpo muerto de un trol significa una inyección de adrenalina que desembocaba en venganza inmediata en otros de su misma piel.

-Prepárense, amigos, esto va a arder. ¡¡Corran y escóndanse en los barracones!!

Agarró el cuerpo inanimado del señor Troll, sacó dos Piedras de Alma del guante y se las metió en la boca.

Se resintió el esófago.

Los grados empezaban a subir.

El taumaturgo se preparó la segunda piedra en la otra mano y se agachó a tomar impulso

Un humo denso se arremolinaba en los pies profetizando un rayo.


Volviose a colocar las gafas para el estallido y dedicó una mirada a la explanada polviza que se extendía en aquél valle, ahora reptante de troles y arquitectura de batalla.


Qué calor.


Sus fluidos empezaba a esfervescer.


Aparecieron los creciendes temblores en las piernas.



Y como todo desbocamiento anterior, comenzaría con el pitido de oídos que ahora mismo comenzaban a zumbar en los oídos del pirómano. Como una locomotora sin frenos. Como un caballo salvaje. Sólo que él ya no podía parar, no ahora, ni luego... La excitación era insoportable, la humareda se tornaba negra y los trolles empezaron a retoceder... ¡Una fila de fuego le abrazó la columna vertebral! ¡Ya no aguantaba más! ¡Era el momento de despegar!


Un estruendo como el causante de la destrucción de la última casa sucedió, y la humareda, aún cegada por el estallido, recordó deshacerse desvelando una estrella negra sin piromante alguno.


El relámpago en llamas dibujó a velocidad de vértigo una lanza cuya punta hiriente encontró refugio en el grueso de líneas enemigas.  Tras encontrar apoyo en los cuerpos impactados, se levantó sobre las carnes vivas de las barreras que lo habían frenado, y encarándose a lo largo de las filas, dándoles ahora el costado al piromante, forzó la energía de sus pies, se llevó la mano a la garganta y entre troles aún confusos por el primer estallido, se preparó para saltar. Más calor.


Despegó.


Entre los cuerpos que incineraba a su paso y otros troles, objetivos de disparos ingnífugos; el piromante, convulsionó en el aire. Demasiadas piedras en una misma tacada. Desbocándose, frenó derrumbando alrededor de una decena de troles torpes que no lograron verle venir entre sus compañeros antes de caer al suelo con el señor Trol. Como un gato, a cuatro patas se levantó. Arqueó la espalda en llamas, y desencajando la mandíbula, intentó vomitar algo. Los troles más avispados intentaron tomar ventaja para vengar a su señor.


Pero no.


Una tromba de fuego líquido emanó rugiente de la boca del taumaturgo.


 Otra explosión estalló en grueso de las líneas enemigas cuando apenas unos segundos estalló la primera. Quizás habría posibilad para el alcalde y los suyos, que al fin respiraban alentados al ver semejante berserker envuelto en llamas.


El miembro de la Iniciativa cogió al más que cadaver chamuscado tras la ola de fuego que incineró gran parte de la avanzadilla en todos los sentidos, y con la poca energía que le quedaba levantó el vuelo para colocarse lejos del poblado, en medio de la explanada tras las líneas enemigas, que comenzaron a rugir por no abandonar a sus hermanos de piel.

El piromante descendió  trastabillándose y chocando contra el polvo. Demasiadas piedras. A tientas se levantó mientras los oídos le chillaban y las llamas del cuerpo se disolvían.

Llévose el dorso de la mano por la frente, y desecho del sudor, apartó las gafas de soldador de los ojos hasta la raíz del cuero cabelludo. Buscó alguna herida de importancia en su torso magullado. Pero no, esta vez podía decirse que había salido airoso. Aunque la mosqueta no dejaba de brotar. Puñetera mosqueta.
Cuando levantó la mirada al frente y vió que los troles estaban encarados, decidió terminar de una vez por todas. Agarró lo que quedaba de cuerpo del señor trol y lo elevó para que se la visión no le fallase a nadie en medio del valle, y con un desafiante tono de voz, dictaminó con un plan de victoria que no iba a fallar:

-Está bien, troles asquerosos. ¡Ha llegado vuestra hora final! Vuestro señor Trol ha caído contra mí, y quiero que sepáis que ha sido muy fásil derrotar a éste saco de senisas...

Con la otra mano empezó a descomponer los restos que sorprendentemente se aferraban a más cenizas, antaño carne. Este insensato acto ennervió todo trol del valle, y eliminó todo sentimiento de miedo y temor que había logrado el piromante. Como bien había pasado por alto, un señor Trol para un súbdito es algo más importante que su padre. El pirómano no había elegido peor método para alejarlos del poblado. Los cuernos de guerra soplaron con tesón, y las bocas babearon de rabia de nuevo. De forma final y definitiva, marcharon contra el humano. Muchos contra uno.



Viendo un destino próximo no muy esperanzador, el piromante decidió usar su última piedra para intentar frenarles algo. Claro que, en el momento en que descubrió que no le quedaban más Piedras de Alma en los guantes, los ojos se le salieron de las órbitas.

- No, puede ser, maldisión, me quedaban cuatro, veamos: una, dos, para eso y otra para lo otro... ¡Mierda! Eran sólo tres Piedras... ¿Y ahora qué?

La mueca de desilusión no le importó a la manada de troles furiosos que precavidos fueron a rodear al mago.

- Necesito más energía, pero no tengo piedras; necesito más energía, pero no tengo piedras...

Mas en ése crucial instante, recordó que había una forma salvaje de conseguir energía. Aunque progresivamente letal, en más de un apuro le había salvado el pellejo, pero aún no había encontrado manera de controlarlo. Y viendo la gravedad del asunto que tenía entre manos, no le quedó otra. Lo sintió por el alcalde: ¡había hecho lo posible esta vez por no tocar su pueblo! No había más opción que soltar a la bestia.

- La única condisión, bicho del demonio, ¡es que no ataques a los barracones, bajo ningún consepto! ¿¡entendiste!? ¿¡ENTENDISTE!?

Ante la mirada atónita de los trols, una columna de humo  negro emanaba de la espalda arqueada del mago. El mago comenzaba a temblar sudoroso, exprimiendo cada músculo de su cuerpo en una lenta y macabra agonía. De vez en cuando, y con cierta asiduidad una serie de llamas saltaban fugazes, coninuándose en otras aún más grandes. El humo negro lo llenaba todo y poco a poco, el cuerpo del mago empezó a arder tras varios fogonazos insulsos.

Con tal aterradora visión, los troles flaquearon. La llama  nacida del cuerpo del mago, fuerte y tenebrosa rezumaba con violenca  más humo que a su vez escupía azufre y ascuas. y en lo alto un brillo. Un brillo salido del infierno.

Y entonces emergió de la prisión de carne, ahora sumergido en el fuego que conformaba aquella entidad aterradora.

Fuego y ascuas. Una garras afiladas brillantes rasgaron el humo como si de una cáscara se tratase y una faz asomó. Un felino de fuego. Un Puma del Infierno. Gigante y devastador durante un tiempo limitado,

y libre.



Cuando el Mago de la Iniciativa despertó, no quedaba trol que no fuera llevado a cenizas.

Ni la estatua del pueblo, claro.



Y viendo que los lugareños salieron de los barracones, quedó en el suelo exhausto.

Suficiente por hoy. Ya mañana tocará hablar de pagos y desperfectos.

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