jueves, 29 de noviembre de 2018

Ensueño de media tarde. Epílogo.

En la media tarde de aquel verano tardío las campanas habían cesado de replicar. Ensoñada, Aurora se encontró a sí misma sin poder dirigir su mirada en el muchacho taliano sentado a su vera. Ambos, en aquel banco de piedra a la sombra del convento, sentían el calor seco y polvoriento y el silencio fresco de la brisa que entraba suave por la esquina huyendo del calor sosegado de Septiembre. El tileano se quitaba las lentes y se apartaba la melena, descubriendo con elegancia el perfil renacentista de su rostro.
- Aurora -comenzó él breve disimulando el tiemble de su voz-, parece que no sé con quién debo estar.
Aurora levantando un poco la mirada, encandilada por el acento de su voz le respondió:
- Debeos a quien vos queráis.
- Entiendo, ma, tú sabes que mi gusta la gente como tú, Aurora. Gente con coraje.
- Bueno, allora -comenzó a decir esbozando una sonrisa nerviosa-, que estáis libre daos el placer de picar alguna mujerzuela. La que os plazca.
El taliano se giró hacia ella, galán, mirándola al rostro pálido que se coloraba por momentos. Aurora se tornó a él y observó sus cabellos castaños y su piel aterciopelada. Sus ojos marrones suaves la miraban atento esperando a que continuara hablando porque sabía que Aurora le estaba evitando como otras tantas veces.

Aurora captó el mensaje y por primera vez desde recuerda, decidió dar un paso más allá. La mente de Aurora se convirtió en una vorágine de palabras y frases, en un tornado de ideas y emociones que empezaban a agitarse al compás de lo que latía como un caballo salvaje dentro de su pecho. Aurora, ante la suave mirada del muchacho se abría paso entre todas las posibles maneras de continuar la conversación; una conversación en la que ella misma se había puesto en jaque y en la que cualquier movimiento iba a ser a la desesperada. A cada segundo, cada frase que formaba se derrumbaba en otra más barroca y complicada que pretendía exaltar de manera discreta todo lo que ella sentía por él, en un silencio breve que parecía durar una eternidad. Abrió la boca levemente temblorosa y forzada por la circunstancia, e inspiró antes de pronunciar la más simple frase que podía habérsele ocurrido. Sin modismos. Sincera:
- Podríamos intentarlo... tú y yo.
Silencio. Los ojos del muchacho leyeron tres veces el mensaje que la rivesa había dicho, y la brisa del verano infló su pecho y y al salírsele arqueó las cejas delgadas:
- Estaba deseando que dijeras questo.
Los ojos de Aurora se sorprendieron ante ver que aquella posibilidad que tanteaba desde hace tiempo se había hecho realidad. De manera súbita se le paró la respiración y las mejillas le ardían. La frontera de todo lo que era real y todo lo que había soñado en secreto tras las celosías habían convergido en esa sonrisa que estaba ante ella. Real. Como el calor de su sangre. Aurora ahora buscaba otra respuesta agradable y comedida, pero tiró su tablero al aire y movió su propia ficha:
- No sabes cuánto.
Y sus labios descubrieron la cálida boca del joven y el tacto de su rostro y el mundo ahora pasó a ser un sueño.

domingo, 18 de noviembre de 2018

En la orilla que no suena vuelan
Las olas infinitas que no mojan, pero que sí llegan.
Y tú descalzo notas entumecido la violencia
O la mesura de la espuma que ni perdona ni espera.

Anclado en la orilla y libre a errar en la arena,
A veces calientes y a veces templadas las venas
Toca esperar a la resaca como otro día más
A veces con ganas y a veces sin que valga la pena.