martes, 23 de noviembre de 2010

Otra historia real

Se acostó después de una noche cualquiera en su cama.

Pensando en sus cosas, se percató que a ésas horas de la madrugada le costaba conciliar el sueño.

Absorto en pensamientos mundanos, intentó relajarse y respirar profundamente. Cuando  hubo pasado un tiempo suficiente, notó frio. No en la cara o en las orejas.

Sólo en la nariz.

Notaba como si le tocasen la nariz por completo, y adormecido, abrió los ojos. No vió nada, ni escuchó otra cosa que no fuese su propia respiración.

Buscó el remanso de antes, pero ya estaba intranquilo. Ahora, entre vanos intentos de relajación, notó que el frio tocaba su frente además de la nariz. Notó como empezó a sentirse extraño, y sentía como si debajo de la piel que rodeaba sus brazos perdiese peso. En las plantas de los pies comenzaron a vibrar hormigas e infinitas siluetas de imágenes comenzaron destellear en su mente.



Al cabo de un rato, todo cesó.

Ya no tenía frio en la nariz, su cuerpo se sentía pesado, y los pies estaban bien calientes

lunes, 15 de noviembre de 2010

Eran las siete de la mañana. Se había despertado como cada mañana. Siempre el primero. Sus padres seguían durmiendo tan plácidamente.

Encendió la lámpara de la mesilla de noche y se levantó en busca de ropa, dejando su cama desecha entre las dos paredes de su habitación.

Somnoliento, no percibió ruido alguno. El ordenador en stand by no distorsionaba aquella niebla insonora. Un silencio mudo. Del cuarto de sus padres no salía sonido alguno, incluso del despertador estridente que normalmente le sacaba del letargo estando hasta en habitaciones separadas.

No podía escuchar su propia respiración.

Le pareció raro, sin embargo, no le dio mucha importancia.

Pero, mientras se vestía, sí que le dio importancia a algo que jamás había visto (y que jamás volvería a ver).

Un relámpago afónico dibujó a la altura de la cintura una curva que empezaba desde el cabecero  de su cama hasta la pared donde continuaba el colchón.

Fugaz y etéreo.

Juró por Dios haberlo y no haberlo visto. Pero no pudo negar que lo presenció, bajo ése silencio mudo que reinaba en la casa.

El movimiento del rayo se quedó grabado en la retina del joven atónito. Y no pudo evitar recordar el suceso efímero

Una voz muy tenue, atenuada al sisear de su boca, se dejó escuchar:

- Seas lo que seas, vuelve a aparecer...

domingo, 31 de octubre de 2010

Jack-O'-Lantern


http://www.youtube.com/watch?v=OErUZgvIzS0&feature=related

Érase una vez que se era, un granjero tan malo y oscuro, que engañaba y mentía a vecinos y amigos, y llevaba una vida muy fea y sucia. Esta conducta le consiguió toda clase de enemistades pero también una reputación de persona tan malvada que rivalizaría con el mismísimo Satanás. El Diablo, a quien llegó el rumor de tan negra alma, acudió a comprobar si efectivamente era un rival de semejante calibre.

Disfrazado como un hombre normal acudió al pueblo de éste y se puso a beber con él durante largas horas, revelando su identidad tras ver que en efecto era un auténtico malvado. Cuando Lucifer le dijo que venía a llevárselo para pagar por sus pecados, Jack le pidió una ronda más juntos como última voluntad.

El Diablo se lo concedió pero al ir a pagar ninguno de los dos tenía dinero, así que Jack retó a Lucifer a convertirse en una moneda para pagar la ronda y demostrar sus poderes. Satanás lo hizo, pero en lugar de pagar con la moneda Jack la metió en su bolsillo, donde llevaba un crucifijo de plata. Incapaz de salir de allí el Diablo ordenó al granjero que le dejara libre, pero Jack no lo haría a menos que prometiera volver al infierno para no molestarle durante un año.

Diez años más tarde, Jack se reunió con el diablo en el campo. El diablo iba preparado para llevarse el alma de Jack, pero Jack pensó muy rápido y dijo: "Iré de buena gana, pero antes de hacerlo, ¿me traerías la manzana que está en ese árbol por favor?". El diablo pensó que no tenía nada qué perder, y de un salto llegó a la copa del árbol,

Lucifer accedió “no tengo nada que perder” se dijo, pero cuando estaba en lo más alto del árbol, Jack talló una cruz en su tronco para que no pudiera bajar. En esta ocasión Jack le pidió no ser molestado en diez años, además de otra condición: que nunca pudiera reclamar su alma para el inframundo. Satanás accedió y Jack se vio libre de su amenaza.

Su destino no fue mejor: tras morir (mucho antes de esos diez años pactados), Jack se preparaba para ir al cielo pero no entró en él, ya que no podían aceptarle por su mala vida pasada, siendo enviado al Infierno.


 

 Para su desgracia allí tampoco podían aceptarlo debido al trato que había realizado con el Diablo, y éste le expulsó de su reino. "¿Adónde iré ahora?", preguntó Jack, y el diablo le contestó: "Vuelve por donde viniste". El camino de regreso era oscuro y el terrible viento no le dejaba ver nada. El diablo, entre risas, le lanzó un carbón encendido para que se alumbrara en su viaje de vuelta a la Tierra. Jack talló un nabo e introdujo el carbón encendido en su interior a modo de linterna. Desde entonce su espíritu vaga por todo el orbe, buscando un lugar donde poder descansar en paz.

domingo, 24 de octubre de 2010

Se acerca el equinoccio de otoño, y los espíritus se levantan de la tierra para pulular entre el verano y el invierno. Tránsito etéreo entre fases terrestres con raíces entre lo material y lo no material. Siempre latentes. Siempre mirando desde allá.

Deseando rezumar al mundo de los vivos, los muertos aguardan despiertos para terminar con aquello que en vida no dieron fin.


 Desde la noche.

miércoles, 20 de octubre de 2010

El títere de la cabeza de calabaza

Al niño le encantó. Aunque fuese en un tugurio de una ciudad tan hospitalaria como traicionera, al fin consiguió pasar un buen rato en las villas bajas de Cadwallon. Y eso que en las villas bajas de la ciudad, la gente se había olvidado de reir para buscarse el techo, y con suerte, un hogar más grande.

Al niño le encantó la obra de títeres. De hecho, estaba tan contento que fue a darle las gracias a los titiriteros después de la obra. Entre la muchedumbre, algunos hurtando y otros siendo hurtado, pero no molestaron al joven, que sólo se acercó al escenario, aún montado. Allí vio unos cuantos títeteres inertes dislocados en el suelo. Se acercó a tocarlos. ¡Eran realmente preciosos! Pero no estaba su favorito de los que aparecieron en la función. ¡Qué lástima! Con ése títere se lo había pasado bien.

Un titiritero se acercó algo receloso mirando al niño y a sus títeres. El niño se asustó y se disculpó y acto seguido le dió las gracias por tan buen espectáculo. El titiritero se alegró de tal acto inesperado, y dijo que se lo iba a decir a sus colegas trotamundos con los que había venido. El niño se  entristeció. Era normal ver muchos viajeros en la ciudad, y el hecho de no poder ver la obra le apenó. Al ver que el titiritero tenía prisa en irse, el niño le preguntó si podía ver su títere favorito en la función...

¿El gigante de la calabaza? El tirititero  miró muy extrañado al niño, que parecía muy confuso ante la reacción. El tirititero le dijo que no había ningún títere gigante con una cabeza de calabaza en la actuación. El niño aseguró que sí fervientemente, ¡él no era un mentiroso!

Ante la insistencia del muchacho, el tirititero le llevó al baúl  donde estaban todos los títeres... En efecto, no había ninguno como el que el niño había relatado. Incluso un compañero del tirititero fue a ver lo que pasaba y, con más tacto que el primero, le dijo que no existía tal personaje en la obra, y a pesar de que el niño les recordase los momentos donde aparecía el gigante de la cabeza de la calabaza, él lo negaba.

Al cabo de un buen rato, los titiriteros tuvieron que disponerse a recoger y se marcharon. El niño comenzó a llorar, y deambuló de vuelta a casa solo por callejones vacíos de personas, pero llenos de suciedad.

Sin querer, tropezó con algo, y se quitó las manos de los ojos llorosos.

Ahí estaba el títere de la cabeza de calabaza.

Aproximadamente era de un metro de alto. Mucho más alto que los otros títeres. ¡Pero éste no tenía cuerdas!
Sus trapos verdes, marrones y blancos aparchetaban su indumentaria, y más escalofriante sin duda era su cabeza. De lejos no pareció darle tan malas vibraciones como de cerca. Una gran carabaza naranja, sucia y tapada en su parte superior por un trozo de calabaza cortado a modo de tapón, del que salía un rabillo donde otrora se unía a la planta. Lo más extraño era la cara, unos ojos macabros a modo de triángulos traían oscuridad, una oscuridad tan profunda que no podía alcanzar ni el fondo de la calabaza. entre ambos ojos, unos pequeños orificios a modo de nariz, y debajo, una boca tan ancha y con unos dientes tan afilados, que cuya grotesca sonrisa hizo que el niño soltara el gran muñeco.

Ante la pesada caída con la que cayó el muñeco, el niño se asustó. Tras la humareda, el títere se levantó de forma lenta, y le niño se llevó las manos a la boca.

Dos puntos etéreos verdes emergieron de la profundidad de las vacías cuencas de los ojos. Los cuantes limpiaron el polvo y la mugre que ahora manchaban el blanco de su traje. Una voz de chico sonó espectral desde lo oscuro de su boca, inmóvil:

- ¿Te ha gustado mi actuación? Ha sido divertida...

El niño se quedó inmóvil y mudo. ¡¡El títere hablaba!!

- Está bien, ya veo que no hablas...- El niño dejó soltar un grito ahogado. Ahora la voz había cambiado. Era la de una mujer de mediana edad-. Estoy buscando a unoas personas, pero creo que tú no sabes nada...

El títere dió un paso que parecía ligero, pero al quitar el pie, se podía ver una pisada profunda en la mugre. El chico comenzó a tartamudear:

- ¿Quién eres? ¿Y cuántos más hay dentro de tí?


El títere rió. Y aquella risa traída de ultratumba tambaleó la fe del muchacho, que corriendo, abandonó el callejón tan rápido como pudo.


Ahora el títere tenía que comenzar la búsqueda de los tres. En la ciudad de Cadwallon, algo oscuro iba a suceder...

Se puso un sombrero marrón y se perdió entre las sombras, para darles encuentro...

miércoles, 13 de octubre de 2010

Rag'Narok

Los Astros fueron propicios para los Dioses y éstos abrieron la puerta de los mares cósmicos donde dormitaban para reanudar su tarea.

Entonces, los humanos olvidaron ése pasado tallado en piedra y roca.

La roca se deshizo en polvo.

Y el polvo se diluyó en el viento.

Y el viento trajo tiempos de guerra.

Y ahora los humanos luchan entre sí y piden ayuda a los demás habitantes de Aarklash en una guerra insulsa, inconscientes del peligro que se avecina.

Pero el mensaje fue traído por el polvo disuelto en el viento. Que ahora ése mensaje no haya sido recordado incluso entre los sabios, no habrá sido por un error de la Madre Tierra...

domingo, 10 de octubre de 2010

Deep calls to deep

- ¡He aquí mi luz en la bóveda de la oscuridad! ¡No temáis!

- Apaga ése fuego. En lo profundo de estas cavernas habitan seres olvidados. Nuestro paso, a través de las corrientes oscuras, ha de ser una ilusión etérea. Apagálo.

miércoles, 6 de octubre de 2010

El detective John Tapioc y el extraño e incognoscible y esotéricamente bizarro caso del asesinato a la hora del te en la mansión del futuro alcalde de Weirdtown. Y demás. ¡Que quede claro!

Historia corta pedida por suadhisthana en Formspring con las siguientes características:

Palabras claves: bañera,flores,asesinato. 

Tiempo: la hora del té. 

Lugar: un pueblo perdido de inglaterra 

 

- ¡Ah! Comprendo, comprendo. Así que, teniendo presente a los tres sospechosos justo delante de mis narices, os diré cómo he llegado a mi veredicto. Escuchad con atención queridos… ¡Becario, enciéndeme el foco portátil y enciende la gramola!

- Pero, señor Tapioc, ¡esto es algo serio! No puede ponerse a cantar como en una actuación, ¡han matado al próximo alcalde de Weirdtown!

El detective John Tapioc, lanzó una mirada de soslayo al joven incrédulo (o eso era lo que él creía) que decía ser su ayudante en el mundo de la investigación privada. Al cabo de unos instantes y bajo la mirada del mismo becario, el jefe de policía del pueblo y los tres sospechosos, accedió a no cantar durante su discurso final tras un exhaustivo análisis de datos y pruebas.

- ¡Está bien! Pero a cambio deberás estar callado y no interrumpirme para decirme conjeturas como “eso no me parece correcto” o “¡ése hombre no está muerto, señor!”, porque, ¡sí que estaba muerto ésa otra vez! Sólo que murió después… -añadió en voz baja-. ¡En todo caso, tengo el asunto resuelto, caballeros! Espero que le guste, jefe de policía Smithsons.

- ¡Uy, sí! ¡Uy, sí!

El jefe de policía Smithsons era un señor regordete que temblaba de emoción cada vez que el superior del chico becario cantaba una palabra. A pesar de su entrada edad, su bigote grisáceo contrastada con unas mejillas coloradas de emoción. Era un fan incondicional del detective Tapioc, y no se avergonzaba en dar pequeños saltos de alegría ante su presencia.

- Señor Smithsons, por favor, acérquese y huela esta colorida flor que llevo en la solapa de mi gabardina antes de continuar con el veredicto final.

- ¡Uah! ¡Me ha mojado, señor Tapioc! ¡Qué pillo!

- Le había tomado el pelo, ¡esta flor lanza agua!

Por si no había quedado datado, el detective otrora se dedicó al mundo del circo. Fue payaso. Y claro, a veces no se podía reprimir. Los años de práctica eran los años. Pero para el becario, si fuera gracioso, se hubiera reído. Era la trigésimo séptima vez que repetía el mismo número en un momento similar, y el único que se reía a carcajadas era el gordito de Smithsons, y el último de los sospechosos, que disimuló una carcajada con una tos.

-¡Jefe, un poco de seriedad! Estamos aquí para resolver el caso, ¡no para juegos!

- Becario, déjeme hacer mi trabajo –respondió Tapioc, autoritario y protagonista-. Veamos. Comenzaré.

El detective Tapioc, comenzó a dar vueltas, acaparando la atención completa de los presentes en la sala, a pesar de la desgana del becario (más cuerdo que su jefe). La sala era una gran habitación muy bien iluminada con grandes cristaleras y techo alto. En el centro de la sala recubierta de fino parquet, se hallaba el cadáver del futuro alcalde del pueblo, con el torso violentamente aplastado por una bañera. La sangre que rodeaba al cuerpo ya estaba medio seca. ¡Una bañera!

El detective Tapioc tras tres vueltas, que denominó “tres coma catorce vueltas” se llevó la mano a la barbilla de forma heroica, y sosteniendo la mirada a los tres sospechosos proclamó:

- Caballeros, os contaré cómo ocurrió…

“El futuro alcalde del pueblo llevaba meses trabajando en su programa electoral y se estuvo esforzando demasiado en los más de veinte mítines dados a lo largo de una semana en el pequeño pueblo de Weirdtown (con una población aproximada de mil personas) por motivo de las aperturas de las urnas que se cancelaron ayer…”

-Espere jefe, ¿ha dicho que el futuro alcalde sermoneó más de veinte mítines en una semana? Es una locura, jefe, creo que está usted desvariando… ¿Y esa bañera?

- En absoluto, mi querido becario. Los datos son verídicos… De hecho, el que quizás sepa algo sea nuestro sospechoso número uno, el candidato del partido de la oposición Adam Devil…

 Las miradas de los presentes se dirigieron al primer hombre: Un hombre alto enchaquetado con mirada enfadada, con múltiples cicatrices en la cara y con una espalda muy, muy ancha.

- ¡En efecto! –Su voz, sin embargo era suave y dulce, detalle que asombró al becario pero que no inmutó al resto de presentes-. El futuro alcalde era mi adversario político, y tanto él como yo, competíamos por a ver quién de los dos daba más mítines políticos. Y claro, él me ganó con veintiséis y yo llegué a veinticuatro, ¡Y eso que las asistencias eran obligatorias!- a pesar de su fiero aspecto, denotaba un aire desenfadado y risueño-. Además conseguimos que nadie escapase una vez empezado el mitin…

- ¿¡Veinticuatro mítines de asistencia obligatoria!? ¿Pero cómo consiguieron que nadie escapase? ¿No son demasiados mítines entre ambos partidos para una semana en un pueblo tan pequeño?

- Jovencito, deja al sospechoso hablar –Se apresuró a decir el señor Smithsons-. Fuimos nosotros quienes impedimos salir al público.

- ¿Está insinuando usted mismo que la policía ha sido sobornada?

El becario estaba atónito ante la omisión del detective sobre el claro soborno sucedido.

- Escucha, mi querido becario –dijo el detective Tapioc-, Deja a los profesionales hacer su trabajo. Continúe, señor Adam Devil.

- Pero, pero…

El señor Smithsons regañó con la mirada al becario, como si hubiese hecho alguna trastada de niño pequeño. El joven becario ya no sabía qué pensar.

- Gracias, oh magnífico Tapioc.

- Lo sé, lo sé.

- Como iba diciendo, tuve envidia del futuro alcalde, y decidí cambiar mi “modus operandi” a la hora de hacer la campaña y, he de admitir que usé métodos poco ortodoxos… -El señor Adam Devil hizo denotar un tono malévolo en sus palabras, cosa que interesó al detective Tapioc-. Eso sí, nunca pagaría a algunos de estos señores para que planeasen un atentado a la hora del te de ayer, ¡en absoluto! – y cambiando a un tono más puro o angelical, y quizás más teatral a los ojos del sensato del becario, continuó-. Pero si he de confesar mis pecados, he de decir que sí que he caminado entre senderos oscuros… ¡Fui yo quien cambió los papeles del mitin número dieciocho, y tal acto cruel y despiadado provocó la confusión entre los asistentes!

El detective Tapioc se rascó la perilla y tras meditar, resolvió la duda que tenía en mente:

- Entonces, ¡fue usted quien condujo a error al futuro alcalde al confundirle en el mitin! Ya decía yo que fuera extraño que un alcalde prometiese prohibir los abrazos en público bajo multa…

- ¿¡Que dijo qué!?

-Becario –dijo el detective muy, muy serio-, jugar con la prohibición de los abrazos públicos es un tema peligroso. Tómate en serio tu trabajo y deja de comentar cada palabra que se diga.

-Yo ya lo doy por perdido jefe, esto es una locura –Tapioc le sostuvo una mirada de sincera seriedad, que hizo titubear al joven-, pero en fin, intentaré ser serio y permaneceré callado…

Entonces, el detective se acercó a Smithsons:

- Smithsons, toque aquí…

¡Moc, moc! Smithons rió de forma histérica y el último de los sospechosos disimuló una carcajada con una tos.

- Jejeje, ¡un claxon!

-¿¡Pero se puede saber qué hace, jefe!?

El detective  guardó el claxon, y alegando que no repetiría a repetir otro numerito, continuó con el interrogatorio. El agente de policía se secó las lágrimas y el joven becario se tomó una pastilla para tranquilizarse. La situación carecía de sentido.

Tapioc continuó con el interrogatorio:

- No mienta señor Adam Evil. Todos sabemos su odio hacia su enemigo electoral. Su abuela nos lo ha confesado todo…

-¿Mi abuela? ¡¡Maldición!!

El señor Adam Devil parecía sorprendido, lo cual asombró al becario, que no se esperaba tal suceso. ¿Qué pinta la abuela de Adam Evil? ¿Qué tipo de villano le contaba sus planes a su abuela? ¿Y a quién se le ocurre interrogar a la abuela de un sospechoso? Quizás el detective Tapioc sabía lo que hacía, o quizás habría acertado de forma azarosa. El joven becario estaba perplejo, aunque aún le quedaba mucho más.

- Su abuelita me contó que sí que usó métodos poco ortodoxos como contratar al sospechoso número  dos: El Dr. Johann Death. Un afamado científico alemán con numerosos reconocimientos en universidades, guerras y se rumorea que mantiene relaciones con los neo-nazis… ¿alguna objeción?

-¡En absoluto! Yo soy un buen Alemán que sólo obrrra parra el bien mundial, no tengo nada que  verr con el accidente del futurro alcalde, ¡Dah!

Ante la rudeza del doctor alemán, un tipo alto rubio de facciones cadavéricas, tan pálido como la bata blanca que vestía, a excepción de un brazalete rojo en el brazo izquierdo con una extraña cruz, el becario se aventuró a preguntar:

- ¿Qué me dice de ésa cinta? ¿Mantiene usted relaciones con los nazis?

- Porrr favorrr, esto serrr una mancha de café. ¡Soy un hombrrre bueno!

-Sí claro, de café…

El becario no se tragaba eso ni de buenas. Bastantes cosas raras se habían dicho ya como para creerse algo tan absurdo. El detective pareció no creer al doctor y continuó con su habladuría, cosa que animó al becario a no creer que se estaba volviendo loco:

- Mira,  tenemos un extracto del interrogatorio en la que la abuela de Adam Evil confiesa vuestros planes homicidas, donde explica el plan ideado por el doctor, subvencionado por Adam y que fue llevado a cabo por el doctor y el tercer sospechoso.

Los tres sospechosos temblaron de miedo al aparecer del bolsillo de la gabardina de Tapioc, una grabadora de mano. El detective, en un silencio absoluto presionó el boton de “play” y sonó una voz de anciana bastante agradable. Adam Evil se ruborizó:

“- Sí, miren, la verdad es que mi nieto Adam siempre está con sus jueguecitos extraños, y ahora la ha tomado con el nieto de la vecina de la calle de al lado. Lo peor de todo son que sus amiguitos también quieren hacer trastadas con él… Sí, el rubito escuálido y el orangután bobo que siempre se ríe por nada (nunca me cayeron bien, ¿me oye?). El caso es que llevan pidiéndome que les guardara planos y reactores nucleares en el trastero de casa, junto a aquellas bolsas con “maniquíes” que tan mal olían… pero ya no cabe más en el cuartucho, ¿sabe? Y ya estoy cansada de decirles a la policía y al servicio de inteligencia que Adamcito y sus amigos han ido a “vender polvorones para los Boy Scouts” (creo que son algo mayorcitos para meterse en esas cosas).

>> Pero sí agente, aunque mi Adamcito fuera el que planeó el boicot contra el futuro alcalde, y el que ha planeado matar al mismo con esos planos y documentos escritos y firmados en comuna con sus compañeros el día antes del asesinato, junto con todos los materiales que ahora se los daré, incluyendo sus huellas dactilares y demás cosas que tanto os gustan a los detectives.. He de decir que es un chico de buen corazón (los otros dos, entre usted y yo, son una mala influencia, ¡hágame caso!) y que nunca haría daño a nadie, excepto bueno, ya sabe, al futuro alcalde.

>>De hecho, me llamaron para decirme que le habían matado, pero no les hice caso y le pregunté a qué hora volverían a casa para hacerles la merienda. Luego me contaron en plan exacto que constaba de una serie de ecuaciones físicas a través del uso de un objeto pesado que describiría una trayectoria recta perpendicular a la superficie con una velocidad máxima, aprovechando un desliz del…”

¡Chac!

            La grabación se paró, y los sudores fríos recorrían las frentes de los tres individuos. El tercero, un hombre con una proporción inversa entre masa muscular y cerebro, temblaba más que nadie…

            Smithsons sin embargo, estaba pletórico por la genuina habilidad de Tapioc de haber descubierto a la abuela en cuestión, y el becario estaba a punto de sufrir un shock ante las declaraciones de una inocente abuela de pueblo. El becario no sabía si tomárse el caso a broma o no. ¿Cómo iba una abuela contar semejantes cosas?

            Tapioc continuó su discurso a punto de finalizar:

- Y como iba diciendo…

“El futuro alcalde del pueblo llevaba meses trabajando en su programa electoral y se estuvo esforzando demasiado en los más de veinte mítines dados a lo largo de una semana en el pequeño pueblo de Weirdtown (con una población aproximada de mil personas) por motivo de las aperturas de las urnas que se cancelaron ayer…”

            “… Como el señor Adam Evil quería su puesto, llamó a su colega el Dr. Johann Death, para que le planificase un fabuloso plan de homicidio infalible. Para ello sobornaron al personal de la casa, el señor Edgar, que disponía de la fuerza suficiente (y del cerebro suficiente como para hacerlo gratis a cambio de unas golosinas)…”

Edgar rió lentamente, como si fuese un cumplido. Sus cómplices le propinaron un puntapié.

            “… Para realizar un orificio enorme en el cuarto de baño, justo encima de esta sala y de nuestras cabezas, mientras el futuro alcalde se hallaba fuera de casa. De tal forma, que cuando el futuro alcalde llegase agotado ayer a la hora del te a su casa y pasase justo debajo del agujero del piso de arriba, el doctor Johann Death  le lance un rao de flores, con el fin de despistar al objetivo, y finalmente, Edgar tirase desde el piso de arriba la bañera del mismo cuarto de baño.”

Un ramo de flores y una bañera. Un ramo de flores y una bañera…

-¿¡Un ramo de flores y una bañera, jefe!?- El becario ya no daba más de sí. No podía ser cierto semejante memez de historia. No había manera alguna de creer en ese veredicto-. ¡Responda jefe! ¿Siempre tiene que decir sandeces? Mire, me resulta más fácil de entender que el futuro alcalde llegase a casa con un ramo de flores y que al llegar a esta sala ocurriese un accidente y se derrumbase el techo con la bañera. No, que usted se saque de la nada una abuela con un nieto mafioso con un amigo científico pirado y un babuino como mula de carga, es la idea más verosímil que jamás haya existido. Éstos sospechosos están tan locos como usted. ¡¡Dimito!!

Se hizo un silencio en la sala. La tensión casi se podía cortar en el ambiente y había hecho poner serio a Tapioc y a Smithsons.

            Incluso, los tres sospechosos se miraron entre sí, preocupados ante la reacción del no tan cuerdo becario. Al final, Tapioc se acercó al joven y le puso una mano en el hombro y de forma muy directa le dijo a su ayudante:
- Siento haberme portado como un payaso… -El joven se cayó el comentario fácil-. Pero antes de darte la razón quiero preguntarles a los sospechosos una última cosa. ¿Me das tu permiso?

El chaval miró cabizbajo a su jefe. Se sentía mal por haber llegado a ése límite. Él no quería entorpecer en ningún aspecto a su jefe. “Había perdido los nervios” pensó para sí.

Al cabo de unos momentos, el ayudante de Tapioc accedió, y con Smithsons, se colocó delante de los tres asustados sospechosos. Utilizó su mirada más firme sobre cada uno y  mirándole antes de enunciar su última frase, guiñó un ojo al becario, el cual, más tranquilo, se dispuso a observar:

- Ante los hechos y datos, y bajo el nombre de la ley, ¿cómo se declaran los sospechosos?

            Y los tres respondieron rápidamente cabizbajos, sinceros y apenados:

- Culpables. Nos sentimos francamente mal por haber matado al futuro señor alcalde.

- ¡Está bien! Será la ley quien os castigue. Smithsons, ¡tire de este pañuelo que me asoma de la manga y sáqueme las esposas!

- ¡Vaya, detective Tapioc! ¡Parece que de su manga no paran de salir más pañuelos, uno detrás de otro! ¡Qué pillo! ¡Mira, si al final de la cadena de pañuelos están las esposas! ¡Jajaja! ¡Qué divertido!






Y así, ante un caso bien cerrado y atado, el Detective Tapioc (y su ayudante, internado actualmente en una institución mental) consiguen resolver los enigmas más inhóspitos y más complejos que se les presentan día a día.

¡El mundo es un lugar mejor gracias a la labor justiciera del Detective Tapioc! 


             ~Fin~

viernes, 1 de octubre de 2010

El Bálsamo

Evocó en la palma de su mano el efímero fuego púrpura evanescente. El Chamán halló al fin el bálsamo arcano olvidado que redimía todo Mal. La Naturaleza  le concedió un regalo eterno con el que sanar a su pueblo por el trato a la Pachamama. Un gran secreto para aquéllos que moran armoniosos en la profunda jungla. Un presente magnífico.

Al día siguiente, del helicóptero emergió un señor con una bata. Tendió las dos manos: Una vacía, aguardando el bálsamo; y en la otra, un bolígrafo, unas monedas y un papel bajo el nombre de una importante industria farmacéutica.

domingo, 26 de septiembre de 2010

El creador y la niña

Armonía

Estaba el Creador trabajando en su obra. El oscuro despacho quedaba iluminado por la mesa de trabajo, repleta de pergaminos centelleantes, chispas y aparatos de latón. Los ayudantes del Creador correteaban y fisgoneaban de aquí para allá, riendo y curioseando el laboratorio de su padre. El Creador estaba muy disgustado pues no sabía cómo traer las aguas del océano a las montañas y las praderas, ¡y encima le faltaba tiempo para terminar la Tierra!

Mientras se rizaba la larga barba dorada con la mano, un cristal se hizo añicos. El estruendo sacudió los pensamientos del Maestro e iracundo buscó con la mirada al culpable de aquél  estropicio. Tres de sus niños miraban temblando a su Padre, con la mirada penetrante y castigadora. Tras un silencio incómodo, el primero de los tres señaló al segundo, el segundo señaló al tercero y el tercero, señaló a un cuarto niño en el otro lado de la habitación.

Cuando el Creador gritó enfadado, los tres infantes salieron corriendo y riendo por el despacho armando mucho jaleo. En una de éstas, empujaron a un quinto niño, que se cayó y se hizo mucho daño. ¡A todo el numerito se les unió un llanto!

Entonces se abrió una puerta y entró una pequeña niña con una escobilla y una pomada. a aquélla jovencita de mofletes rosados no le importaba el ruido que hubiese en la habitación. Sonreía tranquila  ante los demás chicos y chicas que seguían jugando en la habitación.

La niña se acercó al niño llorón y le puso un poco de pomada. El llorón dejó de llorar y y le dió las gracias a la chica con un abrazo. Luego fue a recoger con la escobita los trozos de cristales para tirarlos en la papelera.

¡El Creador entonces tuvo una idea! Cogió a la niña en brazos y la elevó. ¡Ella era la solución! Lo que necesitaba era crear algo que llevase agua a quien necesitase, algo que limpiase la Tierra con un poco de agua, algo que viajase a donde fuesa necesitado sin pedir nada a cambio, tranquila, alegre, esponjosa...

El Creador se puso muy contento y abrazando a su hija, le colmó de mimos y de palabras bonitas por su actitud.

Así pues, días más tarde el Creador concebió a los cuerpos que traían el agua del Mar a las montañas y los prados y a quién la necesitase, limpiando la tierra de los desperfectos del Hombre y sanando a la Tierra.

Así fue como se crearon las Nubes, en honor al nombre de aquélla niña.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Proyecto Gaia II (Operación Tormenta)

Hikumo despertó mareado. Poco a poco su nublada vista consiguió tornarse nítida, y fue corrigiendo los torpes aspavientos con los que tanteaba el lugar. Era una sala blanca con una mesa metálica en el centro, justo delante se sus narices. En una esquina superior una cámara de video a prueba de golpes. Y a su diestra, una puerta plateada .

Intentó recomponer los hechos previos a esa situación. Recordó vagamente a los hombres que le acompañaban, y a su jefe en su taller.

Asustado se levantó y se dirigió a la puerta para aporrearla, pero no llegó a hacerlo.

La puerta se desplegó hacia arriba y una figura trajeada entró decisiva en la habitación. Era un hobre de color de edad considerable, y unas canas afloraban tímidas  en su cuero cabelludo.  Se sentó y mostró una carpeta de cartón que la deslizó al centro de la mesa:

- ¿¡Quién demonios es usted!? ¿¡Dónde estoy!? ¿¡Qué quieren de mí!? ¡¡Soy americano y exijo mis derechos!!

-Tranquilícese, señor Okazaki. Usted no ha infringido ninguna regla, y le pido disculpas por los fuertes protocolos que usted ha sufrido, pero en estos...

- ¿¡Que me tranquilice!? ¿¡Sabe usted lo que me han hecho!?- Hikumo se dirigió a la mesa ante el impasible hombre de mirada atenta y confiada-. ¡¡Me han drogado, y me han arrancado del único lugar que me quedaba, gilipollas!!

- Le pido disculpas. He de comunicarle que pienso devolverle a su hogar y darle una remuneración a causa de todos los desperfectos y elk trato recibido. El dinero estará a salvo en una cuenta segura que corre a mi cargo.

Hikumo se detuvo a escuchar sin dejar de estar tenso. Pensó, que si quizás le seguía la corriente saldría pronto de ahí. Además, necesitaba el dinero para escapar de aquél trabajo suyo y buscarse una vida en una cuidad del gobierno, a salvo de la corrupción. No era más sino una esperanza de vida. Y a tales niveles de estrés y confusión. le continuó la conversación:

-¿cómo sé que no miente? ¿Para qué me han traído? Cooperaré sólo si cumple su promesa.

Ante la ignorancia de los planes de aquél hombre, Hikumo se sentó nervioso, sin dejar de apartarle la mirada.

-Verá señor Okazaki, ha sido usted elegido para desempeñar un papel fundamental en una operación secreta del Gobierno. La llamamos operación "Tormenta". Usted posee las cualidades necesarias para desempeñarla con total eficacia, ya que no hay nadie con sus mismas características...

-¿De qué cualidades habla?

- Déjeme continuar. Escuche, en éstos últimos años se ha potenciado el desarrollo de empresas filiales al Nuevo Gobierno Terrestre, para la búsqueda de información, avance y desarrollo de nuevas metodologías para fines bélicos, que como sabrá, están relacionado con los Mi-Go, los cuales están avanzando seriamente hacia el Sur desde el Polo Norte. Canadá ha caído, de la antigua Rusia sólo queda un cuarenta por ciento de su área total libre de invasión alienígena. Por supuesto los países nórdicos de la antigua Europa están plagados de ellos. El problema, como usted comprenderá, señor Okazaki, es que los recursos del N.G.T. son pocos y cada vez menos, y de ésto se están enterando estas empresas que trabajan para nosotros. Alguna que otra ha planteado trabas al Ejército, y su fidelidad pende de un hilo. Si a ello añadimos la corrupción (a escala mundial) que comienza a germinar en cada multinacional, nos quedan empresas que comienzan a ocultar ciertas informaciones al gobierno, y encaminan sus investigaciones a asuntos bastante extraños que no quedan datados. ¿No le parece increíble que estando al borde de la extinción haya gente que sólo piense en sí mismos?

-¿Me está pidiendo que sea su espía? ¡No soy ningún espía! ¡No puedo hacer tal cosa!- Hikumo temió por su destino. No tenía ni idea de a qué diablos iba a conducir todo eso y eso le asustaba cada vez más-. No entiendo nada.

-Cálmese, señor. Su función será infiltrarse en una pequeña empresa que nos preocupa demasiado. Alega ser fiel al N.G.T. pero nuestras fuentes nos informan de que traman algo serio. La empresa se llama "Proyecto Gaia" y está dirigida por el  anciano Robert Darwin, un eminente Tecnobiólogo y antropólogo, que tras años retirado, decidió fundar dicha empresa junto con su hijo, Edward. No deberá preocuparse por nada, estrá vigilado por agentes especiales secretos infiltrados que le vigilarán día y noche, y estará cubierto en todo momento. Dispondrá de todos los bienes y ayudas que necesite, alojamiento y pensión en el centro de investigación del Proyecto Gaia. Estará completamente seguro, y su integridad en el P.G. no correrá peligro alguno. Su misión consisitirá en ser un piloto de Engel. El Proyecto Gaia dispone  de cuatro Engels que extrañamente están destinados a la búsqueda de información sobre los Mi-Go...

Hikumo estalló en cólera:

-¡¡Piloto de un Engel!! ¡¡No pienso ser un fantasma!!

En aquél mundo de lucha incansable contra el enemigo, los seres humanos desarrollaron tres formas para vencer al enemigo: la primera consistió en mejorar las técnicas de combate y la tecnología de batalla para los soldados rasos y el ejército normal. Pero hace cincuenta años salieron a la luz las Armaduras de combate y los Engels. Los primeros eran humanoides de metal, robots, controlados por un piloto de élite que suponían  un avance importante en la batalla y demostraron ser una gran baza en el combate tanto a distancia como contra las abominaciones de más allá de la Tierra a la hora del cuerpo a cuerpo. Sin embargo, estas Armaduras suponían un gasto excesivo que requerían un entrenamiento de élite y les faltaba la agilidad (que más tarde se perfeccionó), todo eso a pesar de su gran eficacia en el combate.

Para equilibrar la balanza, ramas científicas esotéricas experimentaron con los Engels: alienígenas humanoides, operados y controlados por dispositivos y armaduras de contención biológicas injertadas en la piel , de forma, que gracias a una pequeña cabina, un piloto podía manejar el animal sin problemas. El Engel disponía de la agilidad que necesitaba la Armadura, y no disponía de tantos gastos de reparación, y a cambio, necesitaban pilotos que tuviesen un código genético similar al de la bestia, que en algunos casos, la diferencia era ínfima. Estos pilotos controlaban a los Engels  de forma espiritual, movían su cuerpo a través de la mente del piloto, y se comportaban ambos como un único ser: lo que sentía el Engel, lo sentía el piloto. Este azar a la hora de encontrar pilotos disgustaba a muchos pilotos de Armaduras, que llamaban a los primeros fantasmas, al perder años de entrenamiento para que un joven lograse mover algo a la misma altura que su máquina.

Y como los Engels estaba aún por desarrollar, imponía cierto miedo el hecho de colaborar con experimentos que usualmente solían acabar mal entre el piloto y el Engel, con graves consecuencias para el piloto.

Por supuesto, Hikumo era de los que pensaban que ser un piloto de Engel, un fantasma, era un mal augurio.

Hikumo fue a parar delante del señor de color, y le comenzó a levantar la voz, balbuceando de miedo:

-¡Quiero irme de aquí, no pienso cumplir su trabajo, no puede hacerme esto!
-Usted representa una esperanza para lo que queda de humanidad, señor Okazaki.
-¡¡No represento una mierda!! ¡Quiero irme de aquí! ¿Me oye? No me voy a alistar a ningñun ejército ni me voy a meter en un bicho porque usted me lo diga, ¿¡ me entiende!? ¡¡No quiero morir!! ¡¡No quiero morir!!

En el momento que Hikumo, agónico ante el futuro que se le presentaba, agarró al señor trajeado y le levantó.

Todo ocurrió muy rápido: la puerta se abrió y dos hombres entraron. Separaron al joven, que se zarandeaba violentamente. Sabía el chico que lo que le iba a pasar no era muy bueno. El hombre de color se estiró la chaqueta y sosteniéndole una mirada de superioridad, le dictaminó:

-Hikumo Okazaki, usted va a participar en el Proyecto Gaia,  y ya no habrá vuelta atrás. No hay elección. Nunca me gustaron los chicos rebeldes, y no creo que nade se vaya a enterar de esto. Usted va a colaborar le guste o no, y aunque me cargue en mi conciencia tendré que conseguirlo. Agentes, llévenlo a la celda 742.

Hikumo comenzó a vociferar y y los agentes le redujeron sin pensárselo. Una vez fuera de la habitación, el hombre sacó su móvil e hizo una llamada:

- Sí, soy Irons. Sí. El paciente está de camino. Confío en usted, doctor. Sí. Un lavado de cerebro hará que cambie de opinión. No se preocupe, nadie se va a enterar de esto. A veces hay que recurrir a estas cosas, ¿sabe? Sí, de acuerdo. gracias.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Qué malo es el vudú

El cuerpo se erigió violento en la cama. Los sudores fríos mojaban la faz del joven. Respiración entrecortada.

En su recuerdo quedó la imagen de una pesadilla.

La imagen de una secta, cegada por el líder, dominados por el vudú.

Pero esos fantasmas ya estaba bien lejos, y ahora quedaría en el más mundano de los recuerdos.

Pasó su mano por la frente y se fue a lavar la cara al cuarto de baño. El agua estaba fría, y éso calmó las calores de una mala noche.

Una noche confusa, que al salir el Sol, había llegado a su fin y que jamás volvería.

Hundió la mano en su pelo y miró por la ventana.

Ahora quedaba lo mejor.

Recordó triunfante cómo consiguió salir de aquella prisión mental con honor propio.

Con un coraje interno.

Sonrió.

Ahora ya era un viejo zorro.

viernes, 17 de septiembre de 2010

las Tres Hermanas

Cuenta la leyenda que una vez en Escocia, convivieron un padre y sus cinco hijas. El padre era jefe del Clann y un día llegó al pueblo un apuesto irlandés, que fue a entrevistarse con él.

Viendo el jefe que aquél irlandés quería quedarse a vivir allí, le ofreció la mano de la mayor de sus tres hijas con las que debía casarse, ya que el irlandés venía de la nobleza y ella estaba en la edad de contraer matrimonio. El joven, gustoso aceptó, y vió a la primera hija: ¡una belleza escocesa jamás vista! luego la segunda, aún más guapa, y por último, Molly: la más guapa de todas.

Pero el destino hizo que el joven apuesto cayese enamorado de la pequeña Molly en un amor correspondido.

El padre, al saber de este suceso continuado a hurtadillas, pidió explicaciones al irlandés y, tras una larga discusión, el joven irlandés dijo:

-Volveré a Irlanda a traeros a otros dos apuestos caballeros que sean digno de la belleza de tus hijas, para que mi amor por Molly no deba ser llevado a secretas.

El padre accedió y el joven marchó.

Pasaron los días, los meses y los años y el joven apuesto no volvía. Las tres hermanas empezaron a envejecer y blancos sus cabellos se volvieron. Su padre, muy viejo, fue a ver a un hechicero que adivinase sobre el paradero de aquél joven irlandés, y éste le dijo que él había muerto por una saeta en su país en una trifulca.

Viendo marchito su legado y su esplendor le pidió un favor al hechicero:

- Haz que la belleza y la gloria de mis hijas luzcan imponentes en estas tierras, para que Molly y sus hermanas vean en otra vida, el regreso de sus caballeros.

Y así hizo. Muerto el jefe y las hijas, el hechicero formuló unas palabras mágicas y las hijas se convirtieron en montañas. Las Tres Hermanas, que alzadas y hermosas sobre las verdes praderas, esperan inmortales, el regreso de sus amados.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

La Señora de las Tardes

(momento de "tensión" :3) 

Una para gobernarlos a todos. Una  para esclavizarlos,
una para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas
en aquél lugar donde se cernía el Sol.


Los cuatro recipientes de blanco líquido reflejaban el Sol del ocaso que se tornaba más oscuro a cada instante que pasaba.


Ni el más leve zumbido de instecto entrubiaba aún más las molleras de los cuatro hobbits que hipnóticos la sesgaban con la mirada.


Un tesoro para uno de los cuatro. Suyo, sólo suyo.

Un fugaz destello bajo la luz del crepúsculo surcó la mesa y la agarró. Las tres manos restantes encontraron tardes, un vacio donde antes estaba la última de la caja. El raudo hobbit la hundió violentamente en la leche se su cerámica, que salpicó a los demás hobbits que le aguantaban el brazo con el objeto mojado en leche. Ésa no iba a ser suya, y ninguno de los tres hobbits no se lo iba a permirtir, aunque le costase la vida. Vieron el fin prematuro de su codiciado con toda claridad.

El hobbit poseedor giró su mano y se llevó las garras a las agónicas fauces bajo unos ojos desorbitados, ante la negación exclamada de sus amigos.


La Galleta del Destino se hallaba ahora descendiendo por el esófago del sonriente hobbit, que se llevó la mano a la tripa en señal de victoria.

¡Victoria, suya era la victoria!



viernes, 10 de septiembre de 2010

El Horror de más allá de las Estrellas. Parte IV

30 de Noviembre de 1928
De madrugada, en cualquier Isla del Pacífico.

Esta vez me encuentro escribiendo in situ. Me explico. Hace dos horas salí de mi escondrijo vestido de motel y aflojando unos verdes, le hice hablar a un cualquiera que había visto al señor Thorn y sus esotéricos amigos. Habían marchado a la pequeña isla vecina, a tres horas en bote. Y adiviné que los planes del magnate estaban llegando a su conclusión. Robé una pequeña canoa hace un buen rato, y aquí me veo. A cinco minutos de tomar tierra isleña, he de describir que la noche está realmente clara. Bajo un tapiz negro como lo profundo de la jungla, brillan con luz sorna todo un campo de estrellas. Tan lejanas. Tan oscuras. Tan pestilentes.

Confieso que no es una situación  nada cómoda. Las fuerzas de flaqueza que a veces sacuden mi cuerpo cada vez tardan más en llegar. Los sudores ardientes que emanan de mi frente no aportan frescor en la noche veraniega, y las manos vacilan cada vez que cambio de posición el madero a modo de remo. Como si de un augurio, o una bestia ceslestial salvaje, la Luna cada vez parece menguar de tamaño. Alejándose, huyendo de mí, o del lugar al que me dirijo. No quiere saber nada. Afortunada endiablada. ¡Ven a salvarme! Maldita sea.

El bote tomó contacto hendiéndose en la oscura arena que tembloroso atrevo a pisar. Todos los acontecimientos pasados confluyen ahora en mis venas, como un disolvente que roe mi mollera y saca fantasmas para guardarlos en mi pecho, que no da más de sí. Miro a todos los lados y sólo resta el silencio.

La isla de donde vengo queda algo lejos como para huir en este instante, pero de esta paranoia no voy a salir jamás, y mi insensatez me puede más. Necesito amparo de inmediato. La jungla ante mis ojos parece gritar en silencio.

Avanzo frenético en el interior, y oigo mis piernas rozar con la húmeda maleza tropical. A estas alturas, no puedo distinguir el camino de vueltas. Estoy muy confuso. No sé dónde me encuentro. Ya no veo la playa a mi espalda, y delante sólo veo un negro abisal que se cierne poco a poco sobre mí. Ahora creo haber oído algo.

No, era el viento.

Aguardo, algo acaba de crujir una rama. Maldición. Diablos. Acabo de pegarle una patada a un matorral. Nada.

No, espero. Escucho movimientos en el follaje. Oh, Dios Santo.

Salgo corriendo a cualquier lado, la vista comienza a nublárseme. Los sonidos me persiguen.


Ante tanta excitación al borde de un ataque de histeria, unos aullidos traídos en el seno del viento nocturno retumba en mis tímpanos. Los crujidos a mis pies desaparecen.

Es un cántico.

¿Una letanía?

Aparto la maleza, en pos de encontrar el origen de tales gemidos.

Luces. Fuego a lo lejos.

Diablos, no veo, nada.

Ahora distingo el fuego claramente. Sí. Proviene de un claro a lo lejos.

Avanzo lentamente sin provocar mucha agitación en la maleza.

Ya les veo. Ahí están esas ratas apestosas en su nido de basura. En una claro en medio de la jungla, una fogata ilumina el recinto.

Y en distribuidos de forma espontánea, los amigos del señor Thorn. ¡Virgen Santa! Están desnudos y parece que tienen pinturas que rodean su cuerpo. Y están quietos, enunciando un tono de voz muy grave. Parecen que están sumidos en trance, bajo alguna droga o cualquier sustancia alucinógena.  Ahora que me doy cuenta, la pintura chamánica que les envuelve toca el suelo y dibuja toscamente unos círculos y signos, de un tono más brillante.

En la cúspide el señor Thorn, desnudo, gritando en susurros al cielo que señala con ambas manos. Y para mi sorpresa, la señorita Hepbourn, yace en el suelo agonizando en sueños opiáceos.

El tono hipnotizante de los tatuados poco a poco continúa ensalzándose y empiezan a agitar los brazos con una efusividad creciente.

Creo que me está empezando a doler la cabeza. No consigo concentrarme y la vista me comineza a jugar malas pasadas.

Miro de reojo. La señorita Hepbourn me está mirando en silencio. ¡Me ha descubierto, sus ojos desprenden el odio que recibe un hereje en una iglesia!

Parpadeo.

No, parece que ha sido una ilusión. La cabeza martillea cada nervio de mi cuerpo, y me siento más alienado.

¡Oh dioses! ¡No veo nada!

A duras penas puedo escribir estas palabras...

Estoy viendo la Nada, y en la Nada hay un vórtice del que sale algo...

Una aberración, un Error en el Cosmos...


¿¡¡ Qué coño es éso que suena en lo Profundo!!?


El dolor me hace retorcer y estirarme, no controlo el ruido que hago, no creo que importe ser visto.

Creo que dos brazos me han cogido... Vuelvo a ver la luz del fuego y dos entintados me colocan frente a Thorn.

No puedo vocalizar nada, Thorn se ha mofado de mí y me ha lanzado junto a la señorita Hepbourn, inconsciente. El corazón se me sale del pecho. Los ojos quieren ser libres al fin, los pulmones me arden y en los intestinos sólo se bañan en ácido.

Sostener la pluma es toda una epopeya bajo este martirio sonoro. Bajo este ritual blasfemo y herético, comandado por voces espectrales de más allá de las Estrellas...

Es una Letanía Profana...

Dios misericordioso que estás en el Cielo y en la Tierra, yo te imploro...

Oh, no.

Empieza a brotar sangre de mis oídos, no podré seguir mucho más, y el aullido fluye junto al fuego difuso que aterrador , se torna negro para cercer...

Redentor Omnipresente, ¡¡¡Vuelve a sonar esa maldita flauta!!!

Ahora lo oigo. Claro y nítido. Entorno los ojos de locura visceral. Adios a este mundo. No deseo ver el espectáculo que acontece ante mis pupilas que desean perderse.

La flauta suena ante el fuego negro.

Lo Profundo llama a lo Profundo. Los planetas oscuros están alineados. Las estrellas ya no alumbran. Su designio ha de ser escuchado. Lo Oscuro llama. Él esta de camino. Él esta de camino. Él esta de camino, y el Caos Pestilente lo envía. Lo Profundo llama.

¡¡Dios, para esta locura, no controlo mi mano!!

Entonces el cántico torna, y ante una visión de horror incognoscible y aterrador, se pronunció y proclamé en un babeante delirio



¡Ïa, ïa, Nyarlathothep!




Y al escaparse de mis labios involuntarios esas palabras, saliódel fuego Cósmico el Enviado del Caos Reptante, El Horror de más allá de las Estrellas.


Nyarlathothep.

viernes, 3 de septiembre de 2010

El Horror de más allá de las Estrellas. Parte III

29 de Noviembre de 1928
En algún lugar del pacífico.

Hace calor. Hace ya mucha calor. Aún estoy confuso del día de ayer, y de vez en cuando los dolores de cabeza y estómago reaparecen punzantes y violentos. Los opiáceos se me han acabado, y los enfermeros se han negado a darme más opiáceos por mi mala conducta. De todas maneras, los paracetamoles que me han extendido sólo me hacen cosquillas en lugar de paliar los síntomas. Pasada media mañana y medianamente recuperado de los estigmas, marché en busca de la señorita Hepbourn que no mostró demasiado interés por mis cruces. Realmente no parecía una chica normal. Su mirada denotaba cierto aire que olía a chamuscado en todo este asunto.

Mas, a pesar de nuestras vagas divagaciones sobre temas irrelevantes, me anunció que esa misma tarde el crucero tomaría tierra en los trozos de tierra que salpicaban aquellas aguas inquitetantes. Le sugerí una cita de forma indirecta, que hábilmente rechazó, comunicándome que ella y el señor Thorn iban a ocuparse de asuntos laborales confidenciales a la que no podía asistir. Una excusa que mantiene al margen de la situación.

Terminando la conversación antes del tiempo que estimaba pasar con ella, se despidió de mí muy cortésmente sin denotar afecto hacia mi persona lanzando algunas preguntas de doble filo sobre mi estancia en el crucero (refiriéndose a las noches, supongo) o sobre los recuerdos que fuera a comprar a mis allegados en el continente.

Tras su marcha a una larga reunión previa al desembarco, me quedé meditando sobre la posibilidad de que ella y sus camaradas supieran lo del ídolo robado, y si es así, ¿cómo es que, habiéndome descubierto, no han venido a por mí hasta el momento?

Llegué a la conclusión de que era momento de pasar a la acción antes de que me dieran encuentro.



Pasada la hora del té (un rato después de despedirme de la señorita Hepbourn, y manteniéndome escondido entre la muchedumbre lejos  de mi camarote)fui raudo al camarote de la mujer en cuestión y llamé a su puerta. No había nadie.

Una vez desierto el pasillo, desbloqueé la cerradura de la puerta y accedí dentro de su habitación.
La habitación, perfumada con aromas extraños (y algo nauseabundos) no lograba evitar que me fijase en la humedad que impregnaba la habitación. Sin cuadro alguno, o signo femenino determinante, podía haber pensado haberme equivocado de habitación (miré el número de la puerta, y no, no me equivocaba). Habiendo pasado la barrera de suciedad comencé a buscar por los cajones.

Mientras buscaba algo de relevancia, vi un retrato mío con mi nombre y mi edad, y varias anotaciones sobre lo que me gusta y el número de habitación en el que me alojaba.
Me tenían vigilado como me temía.

Pero quizás no fue lo más extraño de lo que encontré. Descubrí una serie de papeles: garabatos maltrechos y otros mejores trazados, palabras ilegibles y malsonantes, círculos rituales y un humanoide. De cuatro piernas dos brazos un en lugar de una cara, una cola con una boca aullante. Era demasiado grotesco y macabro. Caí en la cuenta de que aquél ídolo representaba aquella exageración entintada. El olor de la habitación cercenó mi cordura en ése instante.

Me acordé de la pesadilla. Se me cortó la respiración. Los fantasmas volvían. Si era verdad lo que dijo la mujer de la pesadilla, alguien debía de venir.


En qué diablos estaba pensando. Era una jodida pesadilla. No tiene nada que ver con ésto.


Me seguí mintiendo a mí mismo durante unos minutos. El ídolo se me apareción en sueños. Quizás sea...

Debo olvidar el tema. No quier caer preso de la locura, pero no puedo negar que mi cuerpo tiembla al acercarme demasiado a esos siniestros pensamientos. Debo permanecer cuerdo. Pero la noche es muy oscura. Como el espacio infinito...

Dios, me estoy volviendo loco.


La cordura que tenía fue sesgada al encontrar un muñeco de trapo entre los cajones de su cómoda. A su lado, dos alfileres manchados en sangre seca y negra.

Vudú.

Presioné sobre mi barriga y esta correspondió. Solté ahogando un grito el muñeco. y horrorizado, me tapé la boca. En unos segundos lo volví a coger y descosiéndole la costura de la espalda ví la uña cortada. El corazón me dió un vuelco.

¿¡Qué demonios querían de mí!?

Tenía que escapar, y en el mejor momento la sirena del barco rugía que tocaba tierra. Oyendo movimiento en el pasillo, me llevé el muñeco vudú con la uña. Cerré la habitación empapado en sudor y empapado en indiscreción ignorada. Aceleré los pasos a mi camarote, y no me costó abrir la puerta.

La habitación estaba patas arriba. La habían saqueado. Papeles, libros, ropas, cristales rotos de licores, notas quemadas y maletas rajadas. No quedaba nada de mi posesión que no había sido violado.

¡El ídolo! ¡El maldito y puñetero ídolo de madera!

Lo sabían, ¡lo sabían todo! Y ahora habían quemado las notas de mis investigaciones. Ahora no tenía nada contra ellos, y todo mi trabajo había quedado en balde. Había indagado demasiado.

Y entonces lo ví aún más claro.

Van a por mí.

Cerré la puerta, me puse la fédora y cerré la gabardina. Con la mano empuñando la pistola en el bolsillo corrí desbocado al puente de babor. Iba a bajar a puerto cueste lo que cueste.

Noté que me seguían. Pero conseguir bajar a tiempo y corrí por la pequeña urbe, doblando esquinas una docena de veces y entré finalmente agónico en un motel cualquiera, asegurándome de no ser visto.

En la parte me paré a meditar insensatamente sobre este asunto.


A la noche, espero salir rabioso de orgullo y temeroso en ambas partes, en busca de más información acerca del señor Thorn y sus secuaces. Aunque no haya quedado nota impoluta que manchase la imagen del esotérico señor Edward Thorn, iba a resolver este caso aunque me costase mi cordura, mi carrera y mi vida. Si he pecado alguna vez ha sido ésta, y por avaricioso orgullo iracundo. No me queda nada en este momento, y nada voy a recuperar. Al ocaso saldré para descubrir los planes de esos bastardos.

No sé si es valentía infundada heróicamente o son delirios de grandeza por no estar con las manos en las sienes. Pero llegaré al fondo de este asunto.

Y me voy a arrepentir.

martes, 31 de agosto de 2010

El Horror de más allá de las Estrellas. Parte II

28 de Noviembre de 1928.

En algún lugar del pacífico.




Como supuse, esa noche fue sin duda, la peor noche jamás tenida. Tras varios tragos de alcohol, sudores fríos y paranoias, logre caer al amparo del sueñoo bajo la atenta mirada de la pequeña estatuilla. Qué iluso de mí.


Tuve un sueno aterrador, una pesadilla. La más real y macabra de entre todas las pesadillas.


Me hallé delante de una casa en lo alto de una colina. No distinguí el lugar exacto; pero se parecía a mi ahora añorado hogar. Sentí un temblor en mi pecho y sólo se oyó el silencio. Un silencio abismal.


Giré el pomo de la puerta y pasé dentro de aquella morada. Estaba abandonada. La humedad había hecho estragos considerables en las paredes otrora blancas. Un largo pasillo conducía a una puerta. Y a la derecha de esa puerta, una escalera que subían a la segunda planta. Pero sinceramente, la escalera me importaba poco. El temblor que golpeó mi pecho venía de detrás de esa puerta.


Lo sabía.


Cada paso que daba me unía de forma hipnótica a la sala tras la puerta. Sabía que mi sino me gritaba desde lo profundo de aquella habitación. Desde lo profundo. Lo profundo me llamaba. Tiraba de mi cuerpo, sujeto a aquella puerta, que paso a paso se hacia mía.


Otro temblor.


Mis ojos desencajados llegaron a tantear nervioso el pomo. Mis dedos cercaron su forma, y la hicieron gemir de dolor hasta acallar mi voluntad. Hundí mi mano en esa puerta y la abrí.


Otra habitación.


Tres ventanas arrojaban luz al centro de la sala, ahora profanada con mi presencia. Pero ahí me estaba esperando, impaciente, gritando en la eternidad por siempre. El ídolo robado estaba ahí, sin embargo, parecía haber alcanzado su forma real. Como un hombre y medio, se alzaba imponente en la madera encerrado: sobre cuatro piernas esperaba impaciente mi llegada, sus brazos pegados al cuerpo me exigían una excusa y con su boca abierta me negaba la salvación. Sin ojos y terminando la cabeza en lo que parecía una cola, me ordenó cerrar la puerta. Cuando me giré para acatar su ley, hallé a mi espalda a la señorita Hepbourn mirándome fijamente:


-Ïa, ïa, Shub-Niggurath. Lo Profundo llama a lo Profundo. Los planetas oscuros están alineados. Las estrellas ya no alumbran. Su designio ha de ser escuchado. Arrodíllate. Lo Oscuro llama. Él esta de camino. Él esta de camino –señaló entornando los ojos en blanco a la figura de mi espalda-. Él esta de camino, y el Caos Pestilente lo envía. Lo Profundo llama. Ïa, ïa Shub-Niggurath. ¡Ïa, ïa, Nyarlathothep!


Antes de que pudiera decirle nada, ante mis narices, la entornada señorita Hepbourn tomó la puerta y de un portazo cercenó el silencio de la casa.


Otro temblor.

Ahora negro. Todo negro. No veía nada. Ni mis propias manos. Ya no estaba en la casa. Frío. Sentía frío. Mucho frío. No podía hablar. Poco a poco empezaron a titilar varios puntos en el vacío. Luego comenzaron a multiplicarse por miles, y luego por millones. Y el punto más cercano que apareció allá a lo lejos, arrojaba la suficiente luz como para poder verme al completo.


Estaba en el espacio. Estaba flotando en la nada. El esplendor de los Abismos cósmicos me hacía parecer ínfimo. Poco a poco, en ese Abismo, comenzaron a aparecer planetas olvidados hacía evos, galaxias imposibles que salpicaban el tenebroso tapiz negro, cometas errantes de otras épocas que surcaban el vacío bajo mis pies y varias estrellas grotescas en fase tardía que terminaron la imagen esotérica que colmaba mi mente, desplazando a la nada cualquier indicio de razón lógica.


Entonces, el último temblor.


Una flauta retumbó en mis tímpanos. A mi espalda una roca oscura, que lentamente se apartaba dejando lugar al mensaje apoteósico que iría a sesgar mi cordura. La flauta anunciaba un mensaje olvidado de las profundidades cósmicas. El mensaje era un hedor. Un Hedor de Mas Allá de las Estrellas. Antiguo. Primigenio. Un olor tan burdo que escapaba a cualquier mente humana y que ahora no sabría describir.


Drogado por el hedor, mi mente y mi cuerpo tuvieron que presenciar el espectáculo macabro que desvelaba aquella roca a su paso.


Desde entonces nunca volveré a estar cuerdo y que la poca inocencia que algún día tuve, quedó engullida por aquellas formas heréticas que nadaban; decenas de formas grotescas del tamaño de planetas que deambulaban rítmicas al ritmo de la flauta que una de ellas tocaba. Herejía y locura. Lo Prohibido que desea supurar de su escondite.

Esas aberraciones nunca tuvieron un origen puro. Blasfemias contra el Orden Cósmico. Profanación. Mis ojos necesitaban explotar para no seguir contemplando los horrores de las Profundidades. Y grité.


Grité tanto que mi alma desgarrada salio de mí. Tanto que la flauta paro. Tanto que aquellas profanaciones colosales dejaron paso al Caos, y se apartaron de lo que rodeaban. Entonces fue cuando mi alma murió ante lo Olvidado Tras las Estrellas.





En ese momento lo vi.







Medio sudoroso y medio en trance me desperté ahogando un grito.


Estaba en mi camarote, magullado en el suelo del mismo. Entre sudores y babas, dirigi la mirada al reloj. Cerca de las tres de la tarde. Me aseé y lo primero que hice fue coger la estatuilla y ya en cubierta, la lancé a las profundidades de los océanos. Parecía burlona instantes antes de lanzarla.


Antes de volver al camarote de nuevo, una maldición del cielo cayó sobre mi “azaroso” cuerpo. Un dolor de cabeza y otro visceral se apoderaron de mí tanto, que en ocasiones, por el vaivén del crucero caí torpemente en el suelo provocando estruendo allá donde tropezaba.


Irrumpí en la enfermería y mostrando mi placa ordené sustancias opiáceas. Asustados, me las entregaron y corrieron a hablar con sus superiores pero ya no estaba yo allí para aguantarles. A trancas y barrancas llegué de nuevo al cuarto y tan pronto como cerré la puerta, ingerí los opiáceos para paliar los estigmáticos dolores.


Y eso me lleva al momento que escribo.


Esta tarde no saldré. No quiero apostar mas mi mala suerte, y prefiero drogarme y desinhibirme en lo que queda de día para olvidar lo dolido y soñado.


Esta historia no va a seguir mejores caminos.


Ojala pudiera salir de este maldito barco.


Dios, si me oyes, sálvame.


El efecto de los opiáceos creo que llega a su fin.


Será mejor que deje de escribir más por hoy.

lunes, 30 de agosto de 2010

El Horror de más allá de las Estrellas

27 de Noviembre de 1928.
En algún lugar del pacífico.

Gramola

Hacía ya una semana que zarpábamos de puerto indio, y por los pocos conocimientos sobre orientación que dispongo, y el creciente calor que desciende de lo alto cielo cada mediodía, nos aproximábamos más al ecuador. Mi investigación sobre el señor Thorn, Edward Thorn (y sus secuaces), apenas ha recibido un progreso mínimamente sustancial en todo este tiempo. Dada mi reputación, a esas alturas habría tirado la placa al océano con tal de no volver a la oficina. No me lo podía permitir. Pero, gracias a los astros no fue así.

Esta mañana, tras conversar con un irlandés en el castillo de popa fui a la varandilla a tomar el aire fresco. Y al cabo de unos instantes, apareció una mujer. Con creces, la más hermosa mujer que haya visto a lo largo de mis años. Bajo una tez dorada por el Lorenzo contrastaban dos brillantes ojos marrones, y tímidos y efímeros, dibujaban rizos varios gráciles mechones rubios que asomaban desde el claché color crema, a juego con un vestido de idéntico color.

Tal mujer no se encontraba ni en las más elitistas fiestas, ni como cantante, ni como anfitriona. Así que viendo un posible caso perdido con el señor Edward Thorn y sus colegas, decidí entablar conversación con la nueva reina de los mares.

Se mostró tal y como pensaba, una joven alegre y vivaracha, pero recatada y de buenos modales. Tras varias bromas, le pregunté por la estancia y compañía que presenciaba en el crucero. Sorprendentemente, era conocida del señor Thorn, con el que entablaba ciertas amistades y compartían ciertos gustos y negocios.

Vislumbré las puertas abiertas para acercarme más al señor Thorn y concluir pronto mi investigación sobre su persona. Sin más dilación, sugerí que me presentasen a sus amigos esa misma noche.  Cuando oyó mis palabras, se diluyó la aparente alegría con un rostro más serio. Mantuvimos unos minutos algo tensos. Creía que podría haberme descubierto. Cierto era que alguno de los compañeros de Thorn me habían visto paseando cerca suya y temía estar vigilado. Mas, cuando la señorita Hepbourn accedió alegremente, mis pensamientos de desvanecieron.

Quizás lo más extraño de aquella situación fuera que me pidiese una uña antes de despedirnos. Ante mi reacción, alegó en su defensa que los amigos del señor Thorn eran seguidores de ciertas tradiciones extravagantes que aprendían en aquellos lugares que visitaban, y dicha uña cortada representaba una serie de valores que ahora no me acuerdo. Como no estaba en condiciones de negarme, accedí. Extrajo de su pequeño bolso un cortauñas y procedió a quitarme una de ellas.

Pasada la hora del almuerzo y la del té, regresé a mi camarote para asearme. La cena, en una sala apartada, estaba a punto de dar comienzo. Yendo lo más arreglado que pude, me acerqué a recoger a la señorita Hepbourn a su camarote. Una vez juntos, me condujo a una soberbia sala con paredes decoradas con tótems, máscaras y cuadros que jamás haya visto, a cada cuál, más bizarro. Alguno alcanzaba el límite de lo grotesco. La mesa, regentada por el señor Thorn en un extremo, se completó con nuestra asistencia.

La velada, digamos, fue algo incómoda. Miradas hipnóticas y cuestiones hirientes me fueron puestas como primer plato, a pesar de la exquisita comida que degustábamos. Sin darle mucha importancia, intenté socavar alguna información remotamente útil, para no levantar sospecha alguna. Mis aires de incredulidad e ignorancia no pareció mellar en la actitud de aquellos hombres altos de mirada hendida y susurros conspiratorios. Me sentí observado desde aquél momento por unos ojos penetrantes. Sin párpados. Ojos de más allá de lo visible. Ojos que estaban allí y aquí. En las miradas fugaces de los compañeros de mesa. En los retratos. En las máscaras. En la ventana. En cada mordisco de carne. En ningún lado y en todos. Mirando.

Si Dios me hubiera escuchado en aquél momento...

No le dí importancia en ése entonces, y entre charla y bebida, charla y comida, me dejaron caer preguntas bastante surreales y teológicas cuyas respuestas fueron estudiadas a medida que las enunciaba. No comprendía el significado de aquéllas preguntas que traspasaban lo moral y en ocasiones lo comprensible.

De lo que pude entrever entre tanta pregunta sobre lo real y lo tangible, comentaban que en unos días, al volver a tomar tierra, iban a aprovechar para hacer una excursión en uan isla del arhipiélago al que ibamos a descansar.

Ésa iba a ser mi oportunidad de pillarles en acción. Llamaría a la centralita de operaciones para pedir refuerzos cuando llegásemos a tierra.

Tras la interminable cena, tomado el postre y levantados todos para darnos las manos agraeciendo en una lengua imposible  la cena, nos dispusimos  a desalojar la sala. Antes de ser el último en salir, me detube discreto a acercarme a una de las repisas de la sala. Estaba lleno de figuras extrañas. Ídolos macabros en posiciones antinaturales que parecían encarcelados en pieles de madera y marfil. Piedras negras brillantes. Huesos. Incluso la estatuilla más grande, una hecha en barro y "pensativa" aparentaba dar malos augurios. Aún así llamaban la atención.

No sé por qué lo hice, ni qué me llevó a hacerlo. De haberlo sabido, jamás hubiera entrado en esa sala y menos haberme detenido en aquella repisa. La cuestión es que cogí una estatuilla del tamaño de un meñique y me lo guardé. Dios maldiga mi curiosidad y halle en el descanso eterno, la redención de lo que hice.

Mientras los demás secuaces conversaban, desalojé tan rápido como pude la sala. Como cuando un niño pequeño roba, los sudores frios supuraban de mi nuca y mi bolsillo empezaba a arder. Aunque aquellos remilgados hombres no lo habían descubierto, como dije, tenía la sensación de que algo me observaba. A través de la ropa y de la carne. Dada mi extraña conducta, salí cuanto antes de la  sala para no levantar sospecha.

Ha sido un día muy extraño. A medida que me dirijía a mi habitación he oído pisadas que no eran de nadie, sonidos que tras girar la cabeza, eran propios del mar; voces difusas que en ocasiones eran de gramolas de otros camarotes y en otras no eran de nadie. Y charcos de agua. A medida que avanzaba, tras mis pasos encontraba pequeños rastros de agua. Cada vez más cercanos a mí.

Y miradas.

Siempre observado.

Desde la ventana de mi camarote dando al ahora negro mar sobre las lejanas estrellas o desde el ventanuco de mi puerta que daba al pasillo. Me tiembla la mano al escribir, y no puedo dejar ni dos segundos de lanzar una mirada hacia esas dos ventanas, en busca de sombras que mi mente cree que me atosigan y persiguen. Aunque a estas alturas de la noche, ni el alcohol acalla esos pensamientos, que rara vez consideran fantásticos ahora.

Incluso la estatuilla de boca abierta robada me produce fuego en los ojos y calores internos sólo con su presencia.

Las moscas vuelan torpemente y sus vuelos se convierten en susurros en mi oreja.

Rezo a todo Dios real e imaginario para que mañana salga el Sol.

Que alguien me salve, Dios misericordioso.

Esta noche pretende ser eterna.

sábado, 28 de agosto de 2010

Iniciativa 742. Fuego.

En ese instante, la casa del alcalde  pasó a ser, bajo un estruendo que provocó un temor confuso generalizado, pasto de las llamas tras la explosión producida por aquél impacto cinético. Los pocos soldados que quedaban en el pequeño pueblo colindante a aquéllas tierras baldías y malditas, miraron con temor al ente que se acababa de levantar entre el polvo y las llamas. Quizá fuera lo único que viesen antes de volver a ver el Sol. Algunos, de rodillas, imploraron redención a cualquier dios. Otros, esperaron, aprovechando el tenso momento que se respiraba en aquél asedio para ver el resultado de la frenética afrenta que había tenido lugar. Otros corrieron a buscar un sitio seguro. La situación se les estaba yendo de las manos. Las avanzadillas de trolls estaban a punto de tomar el pueblo, y si el enviado de la Iniciativa 742 no les podía detener, sería el principio del fin. Aunque bueno, para algunos, el fin estaba más cerca si...

- ¡Eh! ¡¡Tú!! ¡¡Inmundo bastardo!! - dijo, llevándose las manos a la cabeza mientras realizaba estúpidos aspavientos saturados de fantasmagórica valentía-. ¡¡Vas a llevarnos a la condenación y a la desolación eterna si sigues destruyendo nuestro pueblo como campo de afrentas!! ¿Qué preten...

Una figura tambaleante se erigió de entre el polvo y las llamas. A sus pies, un señor trol yacía carbonizado. Llévose el dorso de la mano por la frente, y desecho del sudor, apartó las gafas de soldador de los ojos hasta la raíz del cuero cabelludo. Buscó alguna herida de importancia en su torso magullado. Una costilla rota, pero no, no le causaba estupor. Se tanteó las piernas... nada, un rasguño. Los pantalones medio quemados, un siete;en el cinto había perdido una de sus bolsas; en los guantes de la Iniciativa seguían los depósitos de piedras intactos; y en la cara, una mosqueta. ¡Una mosqueta! La sangre rauda tiñió las encías del humano que relucieron apretadas, tanteando alguna muela rota. Había sido un choque tremendo. ¡Pero, por los dioses que tenía una mosqueta!

- ¡Maldisión! Otra jodida mosqueta. ¡Las odio, me tienen quemado!- Propinó una patada al señor trol, y acto seguido se tornó a buscar aquella voz que aún cesando el pitido de sus oídos, seguía implorándole y castigándole por "no hacer el trabajo bien hecho"-. ¡Está bien! ¿Qué diablos susede ansiano?

-¿Que qué sucede? ¿Qué qué sucede? ¡¡En vez de salvarnos de esta invasión trol, te dedicas a destruir nuestro pueblo!!

-¡Yo no he destruido ningún pueblo, viejo! ¡Yo sólo hago mi trabajo! ¡Que es acabar con todos esos trols! ¡Y lo estoy hasiendo lo mejor que puedo!

- ¡¡Por eso!! ¡Tu trabajo es destruir a esos trols sin exterminar al pueblo -recalcó la palabra exterminar-, que es lo que los trols quieren hacer! Con tus ataques has diezmando más hombres nuestros  que todos esas bestias en cooperación.

-¡Cállese! Ya sabe, viejo, daños colaterales...

En efecto. La última casa que quedaba en pie había sido la casa del alcalde. Sólo quedaba la estatua del centro del pueblo. Ni los avanzados sistemas de defensa, ni las catapultas, ni los centros de armas, ni las casas. Sólo restaba la estatua, y medio hospital (porque quedaba lejos del pueblo), y unos barracones en el corazón de un monte, pero éso no contaba.

Miró en derredor, y vió a los pocos soldados y al alcalde sosteniéndole la mirada al mago de fuego de la elitista Iniciativa 742. Así que, para tranquilizar el ambiente mientras los trols asimilaban rabiosos que su señor había muerto, levantó las manos a media altura, como si de un profeta reuniese orgulloso a su rebaño.

- Está bien, señores, no se me subleven -dijo con un deje de superioridad-, la situasión está completamente controlada, lo que he hecho antes ha sido pura diversión...

- ¿Controlada? ¿¿Que ha sido pura diversión?? ¡¡Será...!!

- Está bien, tengo poder sufisiente como para derrotarles ahora mismo, no se me alteren amigos.

En el momento que iba a tranquilizar a sus clientes, un proyectil férreo, quizás un yunque deformado y metralla, cayó del humeante y nublado cielo, cortando la confusión entre ambos ejércitos. Las órdenes del enemigo llegaban claras a los oídos humanos. El contrincante estaba ganando el pulso.

"Tengo la situasión controlada" Había dicho el taumaturgo. miró el depósito de Piedras de su guante de mago, y vió que tenía sólo tres piedras. No era suficiente. Ni en sueños. Tantos trolls para tan pocas piedras. Una mueca y una mano en la cabeza completaron el cuadro ante sus ojos. El asunto se tornaba cada vez más quemado, y tenía que pensar de la misma forma en la que bailaba en las afrentas. Como un rayo.

Entonces recordó, que aquél señor de la guerra al que había derrotado en un duelo mano a mano (acabado en el hogar del alcalde) era uno de los cabecillas que se disponían  a subyugar a los humanos. Bien era sabido que el cuerpo muerto de un trol significa una inyección de adrenalina que desembocaba en venganza inmediata en otros de su misma piel.

-Prepárense, amigos, esto va a arder. ¡¡Corran y escóndanse en los barracones!!

Agarró el cuerpo inanimado del señor Troll, sacó dos Piedras de Alma del guante y se las metió en la boca.

Se resintió el esófago.

Los grados empezaban a subir.

El taumaturgo se preparó la segunda piedra en la otra mano y se agachó a tomar impulso

Un humo denso se arremolinaba en los pies profetizando un rayo.


Volviose a colocar las gafas para el estallido y dedicó una mirada a la explanada polviza que se extendía en aquél valle, ahora reptante de troles y arquitectura de batalla.


Qué calor.


Sus fluidos empezaba a esfervescer.


Aparecieron los creciendes temblores en las piernas.



Y como todo desbocamiento anterior, comenzaría con el pitido de oídos que ahora mismo comenzaban a zumbar en los oídos del pirómano. Como una locomotora sin frenos. Como un caballo salvaje. Sólo que él ya no podía parar, no ahora, ni luego... La excitación era insoportable, la humareda se tornaba negra y los trolles empezaron a retoceder... ¡Una fila de fuego le abrazó la columna vertebral! ¡Ya no aguantaba más! ¡Era el momento de despegar!


Un estruendo como el causante de la destrucción de la última casa sucedió, y la humareda, aún cegada por el estallido, recordó deshacerse desvelando una estrella negra sin piromante alguno.


El relámpago en llamas dibujó a velocidad de vértigo una lanza cuya punta hiriente encontró refugio en el grueso de líneas enemigas.  Tras encontrar apoyo en los cuerpos impactados, se levantó sobre las carnes vivas de las barreras que lo habían frenado, y encarándose a lo largo de las filas, dándoles ahora el costado al piromante, forzó la energía de sus pies, se llevó la mano a la garganta y entre troles aún confusos por el primer estallido, se preparó para saltar. Más calor.


Despegó.


Entre los cuerpos que incineraba a su paso y otros troles, objetivos de disparos ingnífugos; el piromante, convulsionó en el aire. Demasiadas piedras en una misma tacada. Desbocándose, frenó derrumbando alrededor de una decena de troles torpes que no lograron verle venir entre sus compañeros antes de caer al suelo con el señor Trol. Como un gato, a cuatro patas se levantó. Arqueó la espalda en llamas, y desencajando la mandíbula, intentó vomitar algo. Los troles más avispados intentaron tomar ventaja para vengar a su señor.


Pero no.


Una tromba de fuego líquido emanó rugiente de la boca del taumaturgo.


 Otra explosión estalló en grueso de las líneas enemigas cuando apenas unos segundos estalló la primera. Quizás habría posibilad para el alcalde y los suyos, que al fin respiraban alentados al ver semejante berserker envuelto en llamas.


El miembro de la Iniciativa cogió al más que cadaver chamuscado tras la ola de fuego que incineró gran parte de la avanzadilla en todos los sentidos, y con la poca energía que le quedaba levantó el vuelo para colocarse lejos del poblado, en medio de la explanada tras las líneas enemigas, que comenzaron a rugir por no abandonar a sus hermanos de piel.

El piromante descendió  trastabillándose y chocando contra el polvo. Demasiadas piedras. A tientas se levantó mientras los oídos le chillaban y las llamas del cuerpo se disolvían.

Llévose el dorso de la mano por la frente, y desecho del sudor, apartó las gafas de soldador de los ojos hasta la raíz del cuero cabelludo. Buscó alguna herida de importancia en su torso magullado. Pero no, esta vez podía decirse que había salido airoso. Aunque la mosqueta no dejaba de brotar. Puñetera mosqueta.
Cuando levantó la mirada al frente y vió que los troles estaban encarados, decidió terminar de una vez por todas. Agarró lo que quedaba de cuerpo del señor trol y lo elevó para que se la visión no le fallase a nadie en medio del valle, y con un desafiante tono de voz, dictaminó con un plan de victoria que no iba a fallar:

-Está bien, troles asquerosos. ¡Ha llegado vuestra hora final! Vuestro señor Trol ha caído contra mí, y quiero que sepáis que ha sido muy fásil derrotar a éste saco de senisas...

Con la otra mano empezó a descomponer los restos que sorprendentemente se aferraban a más cenizas, antaño carne. Este insensato acto ennervió todo trol del valle, y eliminó todo sentimiento de miedo y temor que había logrado el piromante. Como bien había pasado por alto, un señor Trol para un súbdito es algo más importante que su padre. El pirómano no había elegido peor método para alejarlos del poblado. Los cuernos de guerra soplaron con tesón, y las bocas babearon de rabia de nuevo. De forma final y definitiva, marcharon contra el humano. Muchos contra uno.



Viendo un destino próximo no muy esperanzador, el piromante decidió usar su última piedra para intentar frenarles algo. Claro que, en el momento en que descubrió que no le quedaban más Piedras de Alma en los guantes, los ojos se le salieron de las órbitas.

- No, puede ser, maldisión, me quedaban cuatro, veamos: una, dos, para eso y otra para lo otro... ¡Mierda! Eran sólo tres Piedras... ¿Y ahora qué?

La mueca de desilusión no le importó a la manada de troles furiosos que precavidos fueron a rodear al mago.

- Necesito más energía, pero no tengo piedras; necesito más energía, pero no tengo piedras...

Mas en ése crucial instante, recordó que había una forma salvaje de conseguir energía. Aunque progresivamente letal, en más de un apuro le había salvado el pellejo, pero aún no había encontrado manera de controlarlo. Y viendo la gravedad del asunto que tenía entre manos, no le quedó otra. Lo sintió por el alcalde: ¡había hecho lo posible esta vez por no tocar su pueblo! No había más opción que soltar a la bestia.

- La única condisión, bicho del demonio, ¡es que no ataques a los barracones, bajo ningún consepto! ¿¡entendiste!? ¿¡ENTENDISTE!?

Ante la mirada atónita de los trols, una columna de humo  negro emanaba de la espalda arqueada del mago. El mago comenzaba a temblar sudoroso, exprimiendo cada músculo de su cuerpo en una lenta y macabra agonía. De vez en cuando, y con cierta asiduidad una serie de llamas saltaban fugazes, coninuándose en otras aún más grandes. El humo negro lo llenaba todo y poco a poco, el cuerpo del mago empezó a arder tras varios fogonazos insulsos.

Con tal aterradora visión, los troles flaquearon. La llama  nacida del cuerpo del mago, fuerte y tenebrosa rezumaba con violenca  más humo que a su vez escupía azufre y ascuas. y en lo alto un brillo. Un brillo salido del infierno.

Y entonces emergió de la prisión de carne, ahora sumergido en el fuego que conformaba aquella entidad aterradora.

Fuego y ascuas. Una garras afiladas brillantes rasgaron el humo como si de una cáscara se tratase y una faz asomó. Un felino de fuego. Un Puma del Infierno. Gigante y devastador durante un tiempo limitado,

y libre.



Cuando el Mago de la Iniciativa despertó, no quedaba trol que no fuera llevado a cenizas.

Ni la estatua del pueblo, claro.



Y viendo que los lugareños salieron de los barracones, quedó en el suelo exhausto.

Suficiente por hoy. Ya mañana tocará hablar de pagos y desperfectos.