domingo, 26 de septiembre de 2010

El creador y la niña

Armonía

Estaba el Creador trabajando en su obra. El oscuro despacho quedaba iluminado por la mesa de trabajo, repleta de pergaminos centelleantes, chispas y aparatos de latón. Los ayudantes del Creador correteaban y fisgoneaban de aquí para allá, riendo y curioseando el laboratorio de su padre. El Creador estaba muy disgustado pues no sabía cómo traer las aguas del océano a las montañas y las praderas, ¡y encima le faltaba tiempo para terminar la Tierra!

Mientras se rizaba la larga barba dorada con la mano, un cristal se hizo añicos. El estruendo sacudió los pensamientos del Maestro e iracundo buscó con la mirada al culpable de aquél  estropicio. Tres de sus niños miraban temblando a su Padre, con la mirada penetrante y castigadora. Tras un silencio incómodo, el primero de los tres señaló al segundo, el segundo señaló al tercero y el tercero, señaló a un cuarto niño en el otro lado de la habitación.

Cuando el Creador gritó enfadado, los tres infantes salieron corriendo y riendo por el despacho armando mucho jaleo. En una de éstas, empujaron a un quinto niño, que se cayó y se hizo mucho daño. ¡A todo el numerito se les unió un llanto!

Entonces se abrió una puerta y entró una pequeña niña con una escobilla y una pomada. a aquélla jovencita de mofletes rosados no le importaba el ruido que hubiese en la habitación. Sonreía tranquila  ante los demás chicos y chicas que seguían jugando en la habitación.

La niña se acercó al niño llorón y le puso un poco de pomada. El llorón dejó de llorar y y le dió las gracias a la chica con un abrazo. Luego fue a recoger con la escobita los trozos de cristales para tirarlos en la papelera.

¡El Creador entonces tuvo una idea! Cogió a la niña en brazos y la elevó. ¡Ella era la solución! Lo que necesitaba era crear algo que llevase agua a quien necesitase, algo que limpiase la Tierra con un poco de agua, algo que viajase a donde fuesa necesitado sin pedir nada a cambio, tranquila, alegre, esponjosa...

El Creador se puso muy contento y abrazando a su hija, le colmó de mimos y de palabras bonitas por su actitud.

Así pues, días más tarde el Creador concebió a los cuerpos que traían el agua del Mar a las montañas y los prados y a quién la necesitase, limpiando la tierra de los desperfectos del Hombre y sanando a la Tierra.

Así fue como se crearon las Nubes, en honor al nombre de aquélla niña.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Proyecto Gaia II (Operación Tormenta)

Hikumo despertó mareado. Poco a poco su nublada vista consiguió tornarse nítida, y fue corrigiendo los torpes aspavientos con los que tanteaba el lugar. Era una sala blanca con una mesa metálica en el centro, justo delante se sus narices. En una esquina superior una cámara de video a prueba de golpes. Y a su diestra, una puerta plateada .

Intentó recomponer los hechos previos a esa situación. Recordó vagamente a los hombres que le acompañaban, y a su jefe en su taller.

Asustado se levantó y se dirigió a la puerta para aporrearla, pero no llegó a hacerlo.

La puerta se desplegó hacia arriba y una figura trajeada entró decisiva en la habitación. Era un hobre de color de edad considerable, y unas canas afloraban tímidas  en su cuero cabelludo.  Se sentó y mostró una carpeta de cartón que la deslizó al centro de la mesa:

- ¿¡Quién demonios es usted!? ¿¡Dónde estoy!? ¿¡Qué quieren de mí!? ¡¡Soy americano y exijo mis derechos!!

-Tranquilícese, señor Okazaki. Usted no ha infringido ninguna regla, y le pido disculpas por los fuertes protocolos que usted ha sufrido, pero en estos...

- ¿¡Que me tranquilice!? ¿¡Sabe usted lo que me han hecho!?- Hikumo se dirigió a la mesa ante el impasible hombre de mirada atenta y confiada-. ¡¡Me han drogado, y me han arrancado del único lugar que me quedaba, gilipollas!!

- Le pido disculpas. He de comunicarle que pienso devolverle a su hogar y darle una remuneración a causa de todos los desperfectos y elk trato recibido. El dinero estará a salvo en una cuenta segura que corre a mi cargo.

Hikumo se detuvo a escuchar sin dejar de estar tenso. Pensó, que si quizás le seguía la corriente saldría pronto de ahí. Además, necesitaba el dinero para escapar de aquél trabajo suyo y buscarse una vida en una cuidad del gobierno, a salvo de la corrupción. No era más sino una esperanza de vida. Y a tales niveles de estrés y confusión. le continuó la conversación:

-¿cómo sé que no miente? ¿Para qué me han traído? Cooperaré sólo si cumple su promesa.

Ante la ignorancia de los planes de aquél hombre, Hikumo se sentó nervioso, sin dejar de apartarle la mirada.

-Verá señor Okazaki, ha sido usted elegido para desempeñar un papel fundamental en una operación secreta del Gobierno. La llamamos operación "Tormenta". Usted posee las cualidades necesarias para desempeñarla con total eficacia, ya que no hay nadie con sus mismas características...

-¿De qué cualidades habla?

- Déjeme continuar. Escuche, en éstos últimos años se ha potenciado el desarrollo de empresas filiales al Nuevo Gobierno Terrestre, para la búsqueda de información, avance y desarrollo de nuevas metodologías para fines bélicos, que como sabrá, están relacionado con los Mi-Go, los cuales están avanzando seriamente hacia el Sur desde el Polo Norte. Canadá ha caído, de la antigua Rusia sólo queda un cuarenta por ciento de su área total libre de invasión alienígena. Por supuesto los países nórdicos de la antigua Europa están plagados de ellos. El problema, como usted comprenderá, señor Okazaki, es que los recursos del N.G.T. son pocos y cada vez menos, y de ésto se están enterando estas empresas que trabajan para nosotros. Alguna que otra ha planteado trabas al Ejército, y su fidelidad pende de un hilo. Si a ello añadimos la corrupción (a escala mundial) que comienza a germinar en cada multinacional, nos quedan empresas que comienzan a ocultar ciertas informaciones al gobierno, y encaminan sus investigaciones a asuntos bastante extraños que no quedan datados. ¿No le parece increíble que estando al borde de la extinción haya gente que sólo piense en sí mismos?

-¿Me está pidiendo que sea su espía? ¡No soy ningún espía! ¡No puedo hacer tal cosa!- Hikumo temió por su destino. No tenía ni idea de a qué diablos iba a conducir todo eso y eso le asustaba cada vez más-. No entiendo nada.

-Cálmese, señor. Su función será infiltrarse en una pequeña empresa que nos preocupa demasiado. Alega ser fiel al N.G.T. pero nuestras fuentes nos informan de que traman algo serio. La empresa se llama "Proyecto Gaia" y está dirigida por el  anciano Robert Darwin, un eminente Tecnobiólogo y antropólogo, que tras años retirado, decidió fundar dicha empresa junto con su hijo, Edward. No deberá preocuparse por nada, estrá vigilado por agentes especiales secretos infiltrados que le vigilarán día y noche, y estará cubierto en todo momento. Dispondrá de todos los bienes y ayudas que necesite, alojamiento y pensión en el centro de investigación del Proyecto Gaia. Estará completamente seguro, y su integridad en el P.G. no correrá peligro alguno. Su misión consisitirá en ser un piloto de Engel. El Proyecto Gaia dispone  de cuatro Engels que extrañamente están destinados a la búsqueda de información sobre los Mi-Go...

Hikumo estalló en cólera:

-¡¡Piloto de un Engel!! ¡¡No pienso ser un fantasma!!

En aquél mundo de lucha incansable contra el enemigo, los seres humanos desarrollaron tres formas para vencer al enemigo: la primera consistió en mejorar las técnicas de combate y la tecnología de batalla para los soldados rasos y el ejército normal. Pero hace cincuenta años salieron a la luz las Armaduras de combate y los Engels. Los primeros eran humanoides de metal, robots, controlados por un piloto de élite que suponían  un avance importante en la batalla y demostraron ser una gran baza en el combate tanto a distancia como contra las abominaciones de más allá de la Tierra a la hora del cuerpo a cuerpo. Sin embargo, estas Armaduras suponían un gasto excesivo que requerían un entrenamiento de élite y les faltaba la agilidad (que más tarde se perfeccionó), todo eso a pesar de su gran eficacia en el combate.

Para equilibrar la balanza, ramas científicas esotéricas experimentaron con los Engels: alienígenas humanoides, operados y controlados por dispositivos y armaduras de contención biológicas injertadas en la piel , de forma, que gracias a una pequeña cabina, un piloto podía manejar el animal sin problemas. El Engel disponía de la agilidad que necesitaba la Armadura, y no disponía de tantos gastos de reparación, y a cambio, necesitaban pilotos que tuviesen un código genético similar al de la bestia, que en algunos casos, la diferencia era ínfima. Estos pilotos controlaban a los Engels  de forma espiritual, movían su cuerpo a través de la mente del piloto, y se comportaban ambos como un único ser: lo que sentía el Engel, lo sentía el piloto. Este azar a la hora de encontrar pilotos disgustaba a muchos pilotos de Armaduras, que llamaban a los primeros fantasmas, al perder años de entrenamiento para que un joven lograse mover algo a la misma altura que su máquina.

Y como los Engels estaba aún por desarrollar, imponía cierto miedo el hecho de colaborar con experimentos que usualmente solían acabar mal entre el piloto y el Engel, con graves consecuencias para el piloto.

Por supuesto, Hikumo era de los que pensaban que ser un piloto de Engel, un fantasma, era un mal augurio.

Hikumo fue a parar delante del señor de color, y le comenzó a levantar la voz, balbuceando de miedo:

-¡Quiero irme de aquí, no pienso cumplir su trabajo, no puede hacerme esto!
-Usted representa una esperanza para lo que queda de humanidad, señor Okazaki.
-¡¡No represento una mierda!! ¡Quiero irme de aquí! ¿Me oye? No me voy a alistar a ningñun ejército ni me voy a meter en un bicho porque usted me lo diga, ¿¡ me entiende!? ¡¡No quiero morir!! ¡¡No quiero morir!!

En el momento que Hikumo, agónico ante el futuro que se le presentaba, agarró al señor trajeado y le levantó.

Todo ocurrió muy rápido: la puerta se abrió y dos hombres entraron. Separaron al joven, que se zarandeaba violentamente. Sabía el chico que lo que le iba a pasar no era muy bueno. El hombre de color se estiró la chaqueta y sosteniéndole una mirada de superioridad, le dictaminó:

-Hikumo Okazaki, usted va a participar en el Proyecto Gaia,  y ya no habrá vuelta atrás. No hay elección. Nunca me gustaron los chicos rebeldes, y no creo que nade se vaya a enterar de esto. Usted va a colaborar le guste o no, y aunque me cargue en mi conciencia tendré que conseguirlo. Agentes, llévenlo a la celda 742.

Hikumo comenzó a vociferar y y los agentes le redujeron sin pensárselo. Una vez fuera de la habitación, el hombre sacó su móvil e hizo una llamada:

- Sí, soy Irons. Sí. El paciente está de camino. Confío en usted, doctor. Sí. Un lavado de cerebro hará que cambie de opinión. No se preocupe, nadie se va a enterar de esto. A veces hay que recurrir a estas cosas, ¿sabe? Sí, de acuerdo. gracias.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Qué malo es el vudú

El cuerpo se erigió violento en la cama. Los sudores fríos mojaban la faz del joven. Respiración entrecortada.

En su recuerdo quedó la imagen de una pesadilla.

La imagen de una secta, cegada por el líder, dominados por el vudú.

Pero esos fantasmas ya estaba bien lejos, y ahora quedaría en el más mundano de los recuerdos.

Pasó su mano por la frente y se fue a lavar la cara al cuarto de baño. El agua estaba fría, y éso calmó las calores de una mala noche.

Una noche confusa, que al salir el Sol, había llegado a su fin y que jamás volvería.

Hundió la mano en su pelo y miró por la ventana.

Ahora quedaba lo mejor.

Recordó triunfante cómo consiguió salir de aquella prisión mental con honor propio.

Con un coraje interno.

Sonrió.

Ahora ya era un viejo zorro.

viernes, 17 de septiembre de 2010

las Tres Hermanas

Cuenta la leyenda que una vez en Escocia, convivieron un padre y sus cinco hijas. El padre era jefe del Clann y un día llegó al pueblo un apuesto irlandés, que fue a entrevistarse con él.

Viendo el jefe que aquél irlandés quería quedarse a vivir allí, le ofreció la mano de la mayor de sus tres hijas con las que debía casarse, ya que el irlandés venía de la nobleza y ella estaba en la edad de contraer matrimonio. El joven, gustoso aceptó, y vió a la primera hija: ¡una belleza escocesa jamás vista! luego la segunda, aún más guapa, y por último, Molly: la más guapa de todas.

Pero el destino hizo que el joven apuesto cayese enamorado de la pequeña Molly en un amor correspondido.

El padre, al saber de este suceso continuado a hurtadillas, pidió explicaciones al irlandés y, tras una larga discusión, el joven irlandés dijo:

-Volveré a Irlanda a traeros a otros dos apuestos caballeros que sean digno de la belleza de tus hijas, para que mi amor por Molly no deba ser llevado a secretas.

El padre accedió y el joven marchó.

Pasaron los días, los meses y los años y el joven apuesto no volvía. Las tres hermanas empezaron a envejecer y blancos sus cabellos se volvieron. Su padre, muy viejo, fue a ver a un hechicero que adivinase sobre el paradero de aquél joven irlandés, y éste le dijo que él había muerto por una saeta en su país en una trifulca.

Viendo marchito su legado y su esplendor le pidió un favor al hechicero:

- Haz que la belleza y la gloria de mis hijas luzcan imponentes en estas tierras, para que Molly y sus hermanas vean en otra vida, el regreso de sus caballeros.

Y así hizo. Muerto el jefe y las hijas, el hechicero formuló unas palabras mágicas y las hijas se convirtieron en montañas. Las Tres Hermanas, que alzadas y hermosas sobre las verdes praderas, esperan inmortales, el regreso de sus amados.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

La Señora de las Tardes

(momento de "tensión" :3) 

Una para gobernarlos a todos. Una  para esclavizarlos,
una para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas
en aquél lugar donde se cernía el Sol.


Los cuatro recipientes de blanco líquido reflejaban el Sol del ocaso que se tornaba más oscuro a cada instante que pasaba.


Ni el más leve zumbido de instecto entrubiaba aún más las molleras de los cuatro hobbits que hipnóticos la sesgaban con la mirada.


Un tesoro para uno de los cuatro. Suyo, sólo suyo.

Un fugaz destello bajo la luz del crepúsculo surcó la mesa y la agarró. Las tres manos restantes encontraron tardes, un vacio donde antes estaba la última de la caja. El raudo hobbit la hundió violentamente en la leche se su cerámica, que salpicó a los demás hobbits que le aguantaban el brazo con el objeto mojado en leche. Ésa no iba a ser suya, y ninguno de los tres hobbits no se lo iba a permirtir, aunque le costase la vida. Vieron el fin prematuro de su codiciado con toda claridad.

El hobbit poseedor giró su mano y se llevó las garras a las agónicas fauces bajo unos ojos desorbitados, ante la negación exclamada de sus amigos.


La Galleta del Destino se hallaba ahora descendiendo por el esófago del sonriente hobbit, que se llevó la mano a la tripa en señal de victoria.

¡Victoria, suya era la victoria!



viernes, 10 de septiembre de 2010

El Horror de más allá de las Estrellas. Parte IV

30 de Noviembre de 1928
De madrugada, en cualquier Isla del Pacífico.

Esta vez me encuentro escribiendo in situ. Me explico. Hace dos horas salí de mi escondrijo vestido de motel y aflojando unos verdes, le hice hablar a un cualquiera que había visto al señor Thorn y sus esotéricos amigos. Habían marchado a la pequeña isla vecina, a tres horas en bote. Y adiviné que los planes del magnate estaban llegando a su conclusión. Robé una pequeña canoa hace un buen rato, y aquí me veo. A cinco minutos de tomar tierra isleña, he de describir que la noche está realmente clara. Bajo un tapiz negro como lo profundo de la jungla, brillan con luz sorna todo un campo de estrellas. Tan lejanas. Tan oscuras. Tan pestilentes.

Confieso que no es una situación  nada cómoda. Las fuerzas de flaqueza que a veces sacuden mi cuerpo cada vez tardan más en llegar. Los sudores ardientes que emanan de mi frente no aportan frescor en la noche veraniega, y las manos vacilan cada vez que cambio de posición el madero a modo de remo. Como si de un augurio, o una bestia ceslestial salvaje, la Luna cada vez parece menguar de tamaño. Alejándose, huyendo de mí, o del lugar al que me dirijo. No quiere saber nada. Afortunada endiablada. ¡Ven a salvarme! Maldita sea.

El bote tomó contacto hendiéndose en la oscura arena que tembloroso atrevo a pisar. Todos los acontecimientos pasados confluyen ahora en mis venas, como un disolvente que roe mi mollera y saca fantasmas para guardarlos en mi pecho, que no da más de sí. Miro a todos los lados y sólo resta el silencio.

La isla de donde vengo queda algo lejos como para huir en este instante, pero de esta paranoia no voy a salir jamás, y mi insensatez me puede más. Necesito amparo de inmediato. La jungla ante mis ojos parece gritar en silencio.

Avanzo frenético en el interior, y oigo mis piernas rozar con la húmeda maleza tropical. A estas alturas, no puedo distinguir el camino de vueltas. Estoy muy confuso. No sé dónde me encuentro. Ya no veo la playa a mi espalda, y delante sólo veo un negro abisal que se cierne poco a poco sobre mí. Ahora creo haber oído algo.

No, era el viento.

Aguardo, algo acaba de crujir una rama. Maldición. Diablos. Acabo de pegarle una patada a un matorral. Nada.

No, espero. Escucho movimientos en el follaje. Oh, Dios Santo.

Salgo corriendo a cualquier lado, la vista comienza a nublárseme. Los sonidos me persiguen.


Ante tanta excitación al borde de un ataque de histeria, unos aullidos traídos en el seno del viento nocturno retumba en mis tímpanos. Los crujidos a mis pies desaparecen.

Es un cántico.

¿Una letanía?

Aparto la maleza, en pos de encontrar el origen de tales gemidos.

Luces. Fuego a lo lejos.

Diablos, no veo, nada.

Ahora distingo el fuego claramente. Sí. Proviene de un claro a lo lejos.

Avanzo lentamente sin provocar mucha agitación en la maleza.

Ya les veo. Ahí están esas ratas apestosas en su nido de basura. En una claro en medio de la jungla, una fogata ilumina el recinto.

Y en distribuidos de forma espontánea, los amigos del señor Thorn. ¡Virgen Santa! Están desnudos y parece que tienen pinturas que rodean su cuerpo. Y están quietos, enunciando un tono de voz muy grave. Parecen que están sumidos en trance, bajo alguna droga o cualquier sustancia alucinógena.  Ahora que me doy cuenta, la pintura chamánica que les envuelve toca el suelo y dibuja toscamente unos círculos y signos, de un tono más brillante.

En la cúspide el señor Thorn, desnudo, gritando en susurros al cielo que señala con ambas manos. Y para mi sorpresa, la señorita Hepbourn, yace en el suelo agonizando en sueños opiáceos.

El tono hipnotizante de los tatuados poco a poco continúa ensalzándose y empiezan a agitar los brazos con una efusividad creciente.

Creo que me está empezando a doler la cabeza. No consigo concentrarme y la vista me comineza a jugar malas pasadas.

Miro de reojo. La señorita Hepbourn me está mirando en silencio. ¡Me ha descubierto, sus ojos desprenden el odio que recibe un hereje en una iglesia!

Parpadeo.

No, parece que ha sido una ilusión. La cabeza martillea cada nervio de mi cuerpo, y me siento más alienado.

¡Oh dioses! ¡No veo nada!

A duras penas puedo escribir estas palabras...

Estoy viendo la Nada, y en la Nada hay un vórtice del que sale algo...

Una aberración, un Error en el Cosmos...


¿¡¡ Qué coño es éso que suena en lo Profundo!!?


El dolor me hace retorcer y estirarme, no controlo el ruido que hago, no creo que importe ser visto.

Creo que dos brazos me han cogido... Vuelvo a ver la luz del fuego y dos entintados me colocan frente a Thorn.

No puedo vocalizar nada, Thorn se ha mofado de mí y me ha lanzado junto a la señorita Hepbourn, inconsciente. El corazón se me sale del pecho. Los ojos quieren ser libres al fin, los pulmones me arden y en los intestinos sólo se bañan en ácido.

Sostener la pluma es toda una epopeya bajo este martirio sonoro. Bajo este ritual blasfemo y herético, comandado por voces espectrales de más allá de las Estrellas...

Es una Letanía Profana...

Dios misericordioso que estás en el Cielo y en la Tierra, yo te imploro...

Oh, no.

Empieza a brotar sangre de mis oídos, no podré seguir mucho más, y el aullido fluye junto al fuego difuso que aterrador , se torna negro para cercer...

Redentor Omnipresente, ¡¡¡Vuelve a sonar esa maldita flauta!!!

Ahora lo oigo. Claro y nítido. Entorno los ojos de locura visceral. Adios a este mundo. No deseo ver el espectáculo que acontece ante mis pupilas que desean perderse.

La flauta suena ante el fuego negro.

Lo Profundo llama a lo Profundo. Los planetas oscuros están alineados. Las estrellas ya no alumbran. Su designio ha de ser escuchado. Lo Oscuro llama. Él esta de camino. Él esta de camino. Él esta de camino, y el Caos Pestilente lo envía. Lo Profundo llama.

¡¡Dios, para esta locura, no controlo mi mano!!

Entonces el cántico torna, y ante una visión de horror incognoscible y aterrador, se pronunció y proclamé en un babeante delirio



¡Ïa, ïa, Nyarlathothep!




Y al escaparse de mis labios involuntarios esas palabras, saliódel fuego Cósmico el Enviado del Caos Reptante, El Horror de más allá de las Estrellas.


Nyarlathothep.

viernes, 3 de septiembre de 2010

El Horror de más allá de las Estrellas. Parte III

29 de Noviembre de 1928
En algún lugar del pacífico.

Hace calor. Hace ya mucha calor. Aún estoy confuso del día de ayer, y de vez en cuando los dolores de cabeza y estómago reaparecen punzantes y violentos. Los opiáceos se me han acabado, y los enfermeros se han negado a darme más opiáceos por mi mala conducta. De todas maneras, los paracetamoles que me han extendido sólo me hacen cosquillas en lugar de paliar los síntomas. Pasada media mañana y medianamente recuperado de los estigmas, marché en busca de la señorita Hepbourn que no mostró demasiado interés por mis cruces. Realmente no parecía una chica normal. Su mirada denotaba cierto aire que olía a chamuscado en todo este asunto.

Mas, a pesar de nuestras vagas divagaciones sobre temas irrelevantes, me anunció que esa misma tarde el crucero tomaría tierra en los trozos de tierra que salpicaban aquellas aguas inquitetantes. Le sugerí una cita de forma indirecta, que hábilmente rechazó, comunicándome que ella y el señor Thorn iban a ocuparse de asuntos laborales confidenciales a la que no podía asistir. Una excusa que mantiene al margen de la situación.

Terminando la conversación antes del tiempo que estimaba pasar con ella, se despidió de mí muy cortésmente sin denotar afecto hacia mi persona lanzando algunas preguntas de doble filo sobre mi estancia en el crucero (refiriéndose a las noches, supongo) o sobre los recuerdos que fuera a comprar a mis allegados en el continente.

Tras su marcha a una larga reunión previa al desembarco, me quedé meditando sobre la posibilidad de que ella y sus camaradas supieran lo del ídolo robado, y si es así, ¿cómo es que, habiéndome descubierto, no han venido a por mí hasta el momento?

Llegué a la conclusión de que era momento de pasar a la acción antes de que me dieran encuentro.



Pasada la hora del té (un rato después de despedirme de la señorita Hepbourn, y manteniéndome escondido entre la muchedumbre lejos  de mi camarote)fui raudo al camarote de la mujer en cuestión y llamé a su puerta. No había nadie.

Una vez desierto el pasillo, desbloqueé la cerradura de la puerta y accedí dentro de su habitación.
La habitación, perfumada con aromas extraños (y algo nauseabundos) no lograba evitar que me fijase en la humedad que impregnaba la habitación. Sin cuadro alguno, o signo femenino determinante, podía haber pensado haberme equivocado de habitación (miré el número de la puerta, y no, no me equivocaba). Habiendo pasado la barrera de suciedad comencé a buscar por los cajones.

Mientras buscaba algo de relevancia, vi un retrato mío con mi nombre y mi edad, y varias anotaciones sobre lo que me gusta y el número de habitación en el que me alojaba.
Me tenían vigilado como me temía.

Pero quizás no fue lo más extraño de lo que encontré. Descubrí una serie de papeles: garabatos maltrechos y otros mejores trazados, palabras ilegibles y malsonantes, círculos rituales y un humanoide. De cuatro piernas dos brazos un en lugar de una cara, una cola con una boca aullante. Era demasiado grotesco y macabro. Caí en la cuenta de que aquél ídolo representaba aquella exageración entintada. El olor de la habitación cercenó mi cordura en ése instante.

Me acordé de la pesadilla. Se me cortó la respiración. Los fantasmas volvían. Si era verdad lo que dijo la mujer de la pesadilla, alguien debía de venir.


En qué diablos estaba pensando. Era una jodida pesadilla. No tiene nada que ver con ésto.


Me seguí mintiendo a mí mismo durante unos minutos. El ídolo se me apareción en sueños. Quizás sea...

Debo olvidar el tema. No quier caer preso de la locura, pero no puedo negar que mi cuerpo tiembla al acercarme demasiado a esos siniestros pensamientos. Debo permanecer cuerdo. Pero la noche es muy oscura. Como el espacio infinito...

Dios, me estoy volviendo loco.


La cordura que tenía fue sesgada al encontrar un muñeco de trapo entre los cajones de su cómoda. A su lado, dos alfileres manchados en sangre seca y negra.

Vudú.

Presioné sobre mi barriga y esta correspondió. Solté ahogando un grito el muñeco. y horrorizado, me tapé la boca. En unos segundos lo volví a coger y descosiéndole la costura de la espalda ví la uña cortada. El corazón me dió un vuelco.

¿¡Qué demonios querían de mí!?

Tenía que escapar, y en el mejor momento la sirena del barco rugía que tocaba tierra. Oyendo movimiento en el pasillo, me llevé el muñeco vudú con la uña. Cerré la habitación empapado en sudor y empapado en indiscreción ignorada. Aceleré los pasos a mi camarote, y no me costó abrir la puerta.

La habitación estaba patas arriba. La habían saqueado. Papeles, libros, ropas, cristales rotos de licores, notas quemadas y maletas rajadas. No quedaba nada de mi posesión que no había sido violado.

¡El ídolo! ¡El maldito y puñetero ídolo de madera!

Lo sabían, ¡lo sabían todo! Y ahora habían quemado las notas de mis investigaciones. Ahora no tenía nada contra ellos, y todo mi trabajo había quedado en balde. Había indagado demasiado.

Y entonces lo ví aún más claro.

Van a por mí.

Cerré la puerta, me puse la fédora y cerré la gabardina. Con la mano empuñando la pistola en el bolsillo corrí desbocado al puente de babor. Iba a bajar a puerto cueste lo que cueste.

Noté que me seguían. Pero conseguir bajar a tiempo y corrí por la pequeña urbe, doblando esquinas una docena de veces y entré finalmente agónico en un motel cualquiera, asegurándome de no ser visto.

En la parte me paré a meditar insensatamente sobre este asunto.


A la noche, espero salir rabioso de orgullo y temeroso en ambas partes, en busca de más información acerca del señor Thorn y sus secuaces. Aunque no haya quedado nota impoluta que manchase la imagen del esotérico señor Edward Thorn, iba a resolver este caso aunque me costase mi cordura, mi carrera y mi vida. Si he pecado alguna vez ha sido ésta, y por avaricioso orgullo iracundo. No me queda nada en este momento, y nada voy a recuperar. Al ocaso saldré para descubrir los planes de esos bastardos.

No sé si es valentía infundada heróicamente o son delirios de grandeza por no estar con las manos en las sienes. Pero llegaré al fondo de este asunto.

Y me voy a arrepentir.