Uprimm
miró a Nahai y llevó su índice en busca de sus labios. Ambos,
agazapados habían encontrado un oso al haberse adelantado tanto, y
se encontraban atentos entre los arbustos. Uprimm a escondidas, tensó
su arco.
Nahai
había crecido bastante desde que lloró aquélla vez en el Altar de
la Luna, uno de sus lugares secretos de la infancia. Ahora era
un hombre. O así se hacía llamar. Nueve años después, había
crecido en altura, aunque no tanto como Uprimm, ni era tan rubio, ni
tan fornido, ni tan tosco. Y apenas tenía barba. Lo que también
había crecido era esa singular y elevada temperatura corporal,
además de otras nuevas habilidades.
El
oso, alertado, levantó la pesada cabeza y buscó olfateando un
cierto olor a quemado. Quizás, el hecho de que Nahai fuera flamígero
podría presentarle ciertas desventajas ante un olfato animal agudo.
Uprimm, al ver que la bestia dirigía la mirada al mal escondido
Nahai, cogió un guijarro y lo lanzó en sentido contrario al del
mitad kalkrita. El oso entornó las orejas y seguidamente el hocico
hacia el sonido del guijarro, dándole a Nahai una oportunidad que le
costaría la vida al oso. Nahai salió de su escondite danto un
poderoso salto mientras que Uprimm soltaba una flecha dirigida al
gaznate del animal.
La
flecha se hundió en el grueso pelaje del animal momentos antes de
que éste pudiera reaccionar ante Nahai, del que salió un chorro de
fuego de su mano brillante hacia el indefenso animal. Al momento, el
oso cayó muero y algo quemado sobre el húmedo suelo del bosque.
Uprimm y Nahai eran cazadores. Los años de niñez habían quedado
atrás, y donde antes hubo diferencias, ahora existían fuertes lazos
de unión. Así eran los kralkrien. Un pueblo frío como el invierno
a primera vista, pero para quienes les conocen, tan cálido como las
camas kalkrita.
Uprimm
sacó la flecha del gaznate y la limpió entre sus ropajes.
Bastantes, pero adecuados al frío que hacía. Nahai, sin embargo iba
mucho más ligero de ropa y tendió su mano a Uprimm con una sonrisa:
-
Nahai, con la mano incandescente no, hermano, que quiero conservarla.
- Oh,
disculpa, ahora la enfrío - Hizo unos aspavientos con el brazo, aún
al rojo vivo, hasta que poco a poco se enfrió y tomó su color
normal -. Mira, aún me quedan lenguas de fuego.
Uprimm
observó atónito cómo se apagaban poco a poco las lenguas que
surgían azarosas en la palma del flamígero compañero.
-
Nahai, mi abuela me contó que existen gente como tu padre que cazan
con truenos y rayos...
-
¿Con truenos y rayos?
- Sí,
según me contaban había gente en el sur que usaban "varas"
echas de hierro o materiales más brillantes y ligeros para cazar.
¡Lo usaban a modo de arcos! Algunos sonaban como truenos, pero no se
veían flechas y otras varas eran tan silenciosas como la
noche, pero sí lanzaban rayos a mucha distancia.
-
¿Varas que lanzan truenos y rayos? Uprimm, tu abuela ya ha vivido
muchos inviernos...
-
¿Crees que vendrán gente como tu padre alguna vez a la aldea? Nos
podrían enseñar con varas.
- No
lo sé. Ya te he dicho que no sé nada de mi padre. Silba y llama a
los demás. Hoy, habiendo cazado ésto eres capaz de cortejar a la
muchacha de tus vecinos. Ya sabes, yo digo que me salvaste del oso y
ya tú te inventas el resto...
Uprimm
le golpeó la espalda jocosamente y silbó. Teniendo el fuego de
Nahai y las flechas de Uprimm, no harían faltas "varas" en
los largos inviernos kralkritas, pensó el muchacho de fuego.