lunes, 28 de mayo de 2018

El Sol de ocho puntas.

Tengo la cara caliente.
El olor del Sol lo barniza poco a poco dejando a la vista
las marcas de la edad que hacen que mi cara se vea más fea cuando hago muescas.
Tengo la cara caliente.
Hay Sol hasta bien entrada la noche y eso dispara en mí una marea de energía
que hace se reluzcan más mis miedos y se reduzcan más las sombras que las ocultan.
Tengo la cara caliente.
Echo de menos el verano de allí y veo a lo lejos el sabor del mar y sin embargo,
la vista se me queda corta, en las colinas hediondas de cobardía que me rodean.
Tengo la cara caliente.
No quiero quedarme en casa porque desperdiciar los días como éstos es pecado,
pero tampoco puedo dejar pasar la oportunidad de seguir siendo el mismo impulsivo de siempre.
Tengo la cara caliente.
Me prometo que voy a cambiar.
Tengo que ponerte un nombre y separarte de mí.
Te tengo pillada la forma y sin embargo eres como un iceberg, hijo de puta.
No me gustas que seas tan repentino, bobalicón y miserable.
No me gusta esa serpentada que tienes por barriga.
Que pretendes ir de sabelotodo y te ven venir a siete kilómetros.
No hace falta que seas tan tarugo cuando te han, y te hemos dicho lo que hay que hacer.
Eres un imbécil cobarde.
Y ciego. Ciego sin saber, y a sabiendas.


Tengo la cara caliente.
El Lorenzo me ha dejado la cara agradable y hoy va a oscurecer más tarde.
Quiero perderme en una terraza, pintarme de amarillo la garganta y callarme un buen rato.
O reír.

martes, 8 de mayo de 2018

Galatea.

    Eduardo abre los ojos. Está en su habitación pero hay algo raro en el ambiente. Las sábanas cubren su vista afinándose en el techo. El candelabro de madera cuelga en el centro de la habitación y puede verlo asomar entre las sábanas. Oye a varios pájaros trinar a través de la ventana abierta. Deben de ser las once de la mañana, cerca del mediodía. Hace calor, pero no lo suficiente, y eso le inquieta. Debería de estar sudando, y ahora que recuerda, debería de haberse levantado horas antes a encontrarse con el conde de Castañeda. Intenta agobiarse tras esta súbita cascada de pensamientos que salen a flote pero, está tranquilo. Está muy cómodo. Siente que está en una nube.

    Siente que  hay alguien más, que acaba de aparecer a su lado en cuanto gira la cabeza. Entre las sábanas está el busto de Galatea. Galatea se yergue un poco y mira a Eduardo con esos ojos negros y el pelo lacio y oscuro. Los labios rosados y un tanto carnosos tintan su piel clara delimitada por pómulos delicados y femeninos en una mirada de mujer serena y dulce. Ella está callada.

    Galatea.

   Eduardo intenta musitar pero ella le pasa la mano por la frente. Él, tan pronto como su mano se posa sobre su rostro se da cuenta que está en un sueño. Uno anhelado, pero del que nunca supo que quiso. Un sueño latente en su subconsciente que ahora daba sentido a tantos lamentos nocturnos. Siente correr la sangre como caballos desbocados sobre su cuerpo y su pecho se enciende como brasas al ser insufladas por un viento divino. Con un viento de verano. Galatea. Su musa. Lo impensable e increíble, lo infinitamente perfecto, presente en cuerpo y alma a dos palmos de distancia observándole. Con una voz etérea la mujer venida de otro lugar muy lejano responde antes de que Eduardo pueda abrir la boca. No te preocupes. No estaré mucho tiempo. Vengo a mirarte a escondidas de los ojos del Mundo. He rogado a Morfeo poder ver de cerca al hombre que me mira como a una estrella y Morfeo me ha sonreído. Galatea calla y observa las facciones de Eduardo mientras este se derrite bajo un sinfín de emociones del que no quiere enfriarse.

    Eduardo consigue erguirse y Galatea posa hermosa y perfecta a su izquierda dejando entrever más allá del busto, de una piel tersa y fina. De curvas cálidas y de una generosidad armoniosa. Venida de las estrellas y engrendrada del más puro mármol. Esencia celestial recogida y tejida en un tapiz vivo capaz de transformar montañas. Las líneas invisibles delimitan una hermosura embriagadora e infinita y Eduardo pierde la voz ante la mirada profunda que contesta a la espiral de sensaciones que ebullen desde su mente hasta su boca. Sí. Contesta Galatea. Vengo a verte a ti. No me está permitido andar en los sueños de los hombres, pero quiero correr el riesgo contigo. Este sueño será secreto entre tú y yo porque ando en terrenos prohibidos para mí. Y nadie más en el Olimpo sabrá de él.

    Galatea vuelve a erguirse desvelando su desnudez áurea, descubriendo su naturaleza divina, culmen de todo lo bello que jamás ha visto y verá en su vida; esclavo fervoroso ahora y por siempre. Y con la más pura de las sonrisas cubre con la sábana a Eduardo suscitando su alma trémula a la vorágine vertiginosa del éxtasis blanco y cegador. Eduardo despierta sudoroso del sueño y oye a las cigarras chirriar por la ventana. Tiene las sábanas empapadas y sabe que va a llegar tarde a ver al conde.

sábado, 5 de mayo de 2018

Maga

Maga se levanta y se arregla la mantilla púrpura con bordados dorados que lleva sobre los hombros. Se arregla la melena y levanta los brazos e inclina la cabeza, manteniendo los ojos bien abiertos, delineados.

Después de pedir silencio, éste se hace. Maga lo sabe. El grupo espera a que levante las cartas que tiene repartidas sobre el tapete. Pronto el silencio deja paso al crujir de las ramitas en el fuego cálido de la noche. Levanta un naipe y se desvela una figura colgada de un tobillo. Mira al mediano.

"Ahora lo incierto te toca a ti"