lunes, 28 de mayo de 2018

El Sol de ocho puntas.

Tengo la cara caliente.
El olor del Sol lo barniza poco a poco dejando a la vista
las marcas de la edad que hacen que mi cara se vea más fea cuando hago muescas.
Tengo la cara caliente.
Hay Sol hasta bien entrada la noche y eso dispara en mí una marea de energía
que hace se reluzcan más mis miedos y se reduzcan más las sombras que las ocultan.
Tengo la cara caliente.
Echo de menos el verano de allí y veo a lo lejos el sabor del mar y sin embargo,
la vista se me queda corta, en las colinas hediondas de cobardía que me rodean.
Tengo la cara caliente.
No quiero quedarme en casa porque desperdiciar los días como éstos es pecado,
pero tampoco puedo dejar pasar la oportunidad de seguir siendo el mismo impulsivo de siempre.
Tengo la cara caliente.
Me prometo que voy a cambiar.
Tengo que ponerte un nombre y separarte de mí.
Te tengo pillada la forma y sin embargo eres como un iceberg, hijo de puta.
No me gustas que seas tan repentino, bobalicón y miserable.
No me gusta esa serpentada que tienes por barriga.
Que pretendes ir de sabelotodo y te ven venir a siete kilómetros.
No hace falta que seas tan tarugo cuando te han, y te hemos dicho lo que hay que hacer.
Eres un imbécil cobarde.
Y ciego. Ciego sin saber, y a sabiendas.


Tengo la cara caliente.
El Lorenzo me ha dejado la cara agradable y hoy va a oscurecer más tarde.
Quiero perderme en una terraza, pintarme de amarillo la garganta y callarme un buen rato.
O reír.

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