miércoles, 6 de febrero de 2013

Cíclico.

Antes cuando caía rendido en la cama, se sumía en ideas claras, voces reconocibles y vivencias tan nítidas como le podía otorgar el cansancio mental. Y si no eran vivencias, eran ideas. Mezclas de otras y divagaciones, que se mezclaban entre sonidos variopintos y engendraban otras ideas, y éstas en otras, y esas otras en otras. Y así. Así caía en el sueño. Así caía rendido tras un largo día para dar paso tras unos momentos al mundo onírico.


Ahora no. Ahora cuando cae en la cama y empieza a perder la noción de la realidad, sólo escucha una o dos voces metálicas y difusas. Átonas y graves. Serias como el gris verdáceo. Un gris verdáceo que se mancha y vibra en su mente repitiendo una y otra vez palabras inconexas de forma cíclica. Una y otra vez, como una estación de radio. Sumirse en los campos del sueño con un pavor desconocido ante una radio  salida de tu propio subconsciente.

Maquinaria.
Maquinaria.
Maquinaria.
Maquinaria.
Maquinaria.
Maquinaria.
Maquinaria.
Maquinaria.
Maquinaria.
Maquinaria.

Música.

Maquinaria.
Maquinaria.
Maquinaria.
Maquinaria.
Maquinaria.
Maquinaria.
Maquinaria.
Maquinaria.
Maquinaria.
Maquinaria.

Música.
Maquinaria.
Maquinaria.
Maquinaria.
Maquinaria.
Maquinaria.
Maquinaria.
Maquinaria.
Maquinaria.
Maquinaria.
Maquinaria.

Música.


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