sábado, 9 de junio de 2018

Sueño

He soñado que ha habido un evento mundial catastrófico. Se ha acabado el Internet. Ni electricidad. Pero sobre todo Internet. No hay más Internet. Se acabó.

La sociedad ha avanzado y se ha adaptado, involucionando. Llegamos mi familia y yo a este pueblo británico, con pequeños campos de césped cercano a la playa y de buena temperatura. Debería de ser verano. Los edificios fueron abandonados en su día y ahora han vuelto a ser ocupados por las muchedumbres que han sobrevivido a este evento. Mi padre, mi madre, mi hermano y yo conseguimos llegar días antes a un piso de uno de los edificios ocupados, posiblemente un tercero. Habría pasado un día o menos desde que llegamos y mi madre estaba con mi hermano en el salón preparando un juego de mesa para jugar en familia. El parchís, o algún juego de mesa clásico y simplón. Era curioso. A pesar de estar en una distopía cercana, la sociedad había retrocedido con la tecnología. No sólo teníamos que haber prescindido de todo lo tecnológico, sino que lo que antes hacían nuestros abuelos o bisabuelos, ahora lo hacíamos nosotros. El hablar, reunirse en familia, salir al parque o a la plaza donde se congregaba medio pueblo.

Mi padre estaba en la cocina de espaldas a mí. No nos hablábamos y él ordenaba el frigorífico y yo rebuscaba entre los cajones algo que habían dejado los inquilinos anteriores. Mi familia y yo acabábamos de llegar al pueblo con intenciones hostiles. De sobrevivir, de encerrarnos y defender nuestra nueva guarida en este futuro tan voluble. Y para nuestra sorpresa, el futuro ahí afuera era más pacífico y cálido de lo que nos imaginábamos. Las mujeres iban en manadas, protegiéndose y cuidándose las unas a las otras cuando salían de noche a comprar, aprovechando para volver bajo el sol de la madrugada de verano. Los jóvenes se reunían temprano en la mañana, vistiendo de antiguo y formando jolgorio los unos con los otros. Sin Internet se usaba la palabra como medio de comunicación cara a cara. Como en un patio de recreo, se formaban grupos y se diluían con la misma rapidez. Las masas se movían de aquí a allá, de sentarse en los bancos a buscar el puesto más cercano donde comprar frutos secos. Traían algún que otro instrumento o pelota y se pasaban el balón o las horas rasgando notas y entonando canciones. Todo esto lo veía desde la ventana sin cristales de nuestro nuevo piso y la verdad es que, tenía ganas de bajar.

Para terminar, antes de llegar al pueblo, recuerdo estar en Cádiz antes del evento, y yo y mi hermano nos encontramos a Maca. La saludé al verla por la calle y ella dudó en devolverme el saludo o hacerme caso omiso. Al final insistí y ella se acercó a saludar. Mi hermano parecía no gustarle nada estar en compañía suya y se mostró callado y austero en las conversaciones. Acabamos los tres en la azotea de mi edificio de pisos comunitarios en Cádiz, hablando de cómo nos iba en la vida y de lo mucho o poco que habían cambiado las cosas, sin saber luego que el Internet se iba a acabar por completo.

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