martes, 31 de agosto de 2010

El Horror de más allá de las Estrellas. Parte II

28 de Noviembre de 1928.

En algún lugar del pacífico.




Como supuse, esa noche fue sin duda, la peor noche jamás tenida. Tras varios tragos de alcohol, sudores fríos y paranoias, logre caer al amparo del sueñoo bajo la atenta mirada de la pequeña estatuilla. Qué iluso de mí.


Tuve un sueno aterrador, una pesadilla. La más real y macabra de entre todas las pesadillas.


Me hallé delante de una casa en lo alto de una colina. No distinguí el lugar exacto; pero se parecía a mi ahora añorado hogar. Sentí un temblor en mi pecho y sólo se oyó el silencio. Un silencio abismal.


Giré el pomo de la puerta y pasé dentro de aquella morada. Estaba abandonada. La humedad había hecho estragos considerables en las paredes otrora blancas. Un largo pasillo conducía a una puerta. Y a la derecha de esa puerta, una escalera que subían a la segunda planta. Pero sinceramente, la escalera me importaba poco. El temblor que golpeó mi pecho venía de detrás de esa puerta.


Lo sabía.


Cada paso que daba me unía de forma hipnótica a la sala tras la puerta. Sabía que mi sino me gritaba desde lo profundo de aquella habitación. Desde lo profundo. Lo profundo me llamaba. Tiraba de mi cuerpo, sujeto a aquella puerta, que paso a paso se hacia mía.


Otro temblor.


Mis ojos desencajados llegaron a tantear nervioso el pomo. Mis dedos cercaron su forma, y la hicieron gemir de dolor hasta acallar mi voluntad. Hundí mi mano en esa puerta y la abrí.


Otra habitación.


Tres ventanas arrojaban luz al centro de la sala, ahora profanada con mi presencia. Pero ahí me estaba esperando, impaciente, gritando en la eternidad por siempre. El ídolo robado estaba ahí, sin embargo, parecía haber alcanzado su forma real. Como un hombre y medio, se alzaba imponente en la madera encerrado: sobre cuatro piernas esperaba impaciente mi llegada, sus brazos pegados al cuerpo me exigían una excusa y con su boca abierta me negaba la salvación. Sin ojos y terminando la cabeza en lo que parecía una cola, me ordenó cerrar la puerta. Cuando me giré para acatar su ley, hallé a mi espalda a la señorita Hepbourn mirándome fijamente:


-Ïa, ïa, Shub-Niggurath. Lo Profundo llama a lo Profundo. Los planetas oscuros están alineados. Las estrellas ya no alumbran. Su designio ha de ser escuchado. Arrodíllate. Lo Oscuro llama. Él esta de camino. Él esta de camino –señaló entornando los ojos en blanco a la figura de mi espalda-. Él esta de camino, y el Caos Pestilente lo envía. Lo Profundo llama. Ïa, ïa Shub-Niggurath. ¡Ïa, ïa, Nyarlathothep!


Antes de que pudiera decirle nada, ante mis narices, la entornada señorita Hepbourn tomó la puerta y de un portazo cercenó el silencio de la casa.


Otro temblor.

Ahora negro. Todo negro. No veía nada. Ni mis propias manos. Ya no estaba en la casa. Frío. Sentía frío. Mucho frío. No podía hablar. Poco a poco empezaron a titilar varios puntos en el vacío. Luego comenzaron a multiplicarse por miles, y luego por millones. Y el punto más cercano que apareció allá a lo lejos, arrojaba la suficiente luz como para poder verme al completo.


Estaba en el espacio. Estaba flotando en la nada. El esplendor de los Abismos cósmicos me hacía parecer ínfimo. Poco a poco, en ese Abismo, comenzaron a aparecer planetas olvidados hacía evos, galaxias imposibles que salpicaban el tenebroso tapiz negro, cometas errantes de otras épocas que surcaban el vacío bajo mis pies y varias estrellas grotescas en fase tardía que terminaron la imagen esotérica que colmaba mi mente, desplazando a la nada cualquier indicio de razón lógica.


Entonces, el último temblor.


Una flauta retumbó en mis tímpanos. A mi espalda una roca oscura, que lentamente se apartaba dejando lugar al mensaje apoteósico que iría a sesgar mi cordura. La flauta anunciaba un mensaje olvidado de las profundidades cósmicas. El mensaje era un hedor. Un Hedor de Mas Allá de las Estrellas. Antiguo. Primigenio. Un olor tan burdo que escapaba a cualquier mente humana y que ahora no sabría describir.


Drogado por el hedor, mi mente y mi cuerpo tuvieron que presenciar el espectáculo macabro que desvelaba aquella roca a su paso.


Desde entonces nunca volveré a estar cuerdo y que la poca inocencia que algún día tuve, quedó engullida por aquellas formas heréticas que nadaban; decenas de formas grotescas del tamaño de planetas que deambulaban rítmicas al ritmo de la flauta que una de ellas tocaba. Herejía y locura. Lo Prohibido que desea supurar de su escondite.

Esas aberraciones nunca tuvieron un origen puro. Blasfemias contra el Orden Cósmico. Profanación. Mis ojos necesitaban explotar para no seguir contemplando los horrores de las Profundidades. Y grité.


Grité tanto que mi alma desgarrada salio de mí. Tanto que la flauta paro. Tanto que aquellas profanaciones colosales dejaron paso al Caos, y se apartaron de lo que rodeaban. Entonces fue cuando mi alma murió ante lo Olvidado Tras las Estrellas.





En ese momento lo vi.







Medio sudoroso y medio en trance me desperté ahogando un grito.


Estaba en mi camarote, magullado en el suelo del mismo. Entre sudores y babas, dirigi la mirada al reloj. Cerca de las tres de la tarde. Me aseé y lo primero que hice fue coger la estatuilla y ya en cubierta, la lancé a las profundidades de los océanos. Parecía burlona instantes antes de lanzarla.


Antes de volver al camarote de nuevo, una maldición del cielo cayó sobre mi “azaroso” cuerpo. Un dolor de cabeza y otro visceral se apoderaron de mí tanto, que en ocasiones, por el vaivén del crucero caí torpemente en el suelo provocando estruendo allá donde tropezaba.


Irrumpí en la enfermería y mostrando mi placa ordené sustancias opiáceas. Asustados, me las entregaron y corrieron a hablar con sus superiores pero ya no estaba yo allí para aguantarles. A trancas y barrancas llegué de nuevo al cuarto y tan pronto como cerré la puerta, ingerí los opiáceos para paliar los estigmáticos dolores.


Y eso me lleva al momento que escribo.


Esta tarde no saldré. No quiero apostar mas mi mala suerte, y prefiero drogarme y desinhibirme en lo que queda de día para olvidar lo dolido y soñado.


Esta historia no va a seguir mejores caminos.


Ojala pudiera salir de este maldito barco.


Dios, si me oyes, sálvame.


El efecto de los opiáceos creo que llega a su fin.


Será mejor que deje de escribir más por hoy.

2 comentarios:

  1. Mola, tanto la primera como la segunda parte, bastante macabro y extraño por catalogarlo de alguna manera... Y es verdad que escribes siempre cosas, por así llamarlas, pesimistas o "malas" xDDDDDDDDD

    Bueno, te dejo antes de que la estatuilla que tengo en mi mano me devore D;

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  2. XDD Pienso lo mismo que Tasio
    La historia mola mucho, aunque creo que me he perdido un poco ^^U ¿Dónde encuentras estas músicas de ambiente? o.o

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